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Todo pasa, pero Don Julio pasa menos

*Por Alberto Amato. No sólo los reyes europeos abdican a sus tronos y a sus imperios, por pequeños y ordenados que sean, tal como acaba de hacer la reina de Holanda.

Nota extraída del diario Clarín.

No sólo los reyes europeos abdican a sus tronos y a sus imperios, por pequeños y ordenados que sean, tal como acaba de hacer la reina de Holanda. Por estos pagos, algunos emperadores que amenazaban con la eternidad, han decidido hacer lo mismo, salvando las distancias con las agitadas monarquías europeas.

Julio Grondona, el rey del fútbol argentino, anunció que abdicará al trono de presidente de la AFA. El hombre se va a tomar su tiempo: dos añitos, que al lado de los treinta y tres que lleva en el cargo al que llegó en 1979, no parece demasiado tiempo. A sus casi 82 años, los cumplirá el próximo 19 de septiembre, el plazo autoimpuesto por Grondona no deja de ser un acto de optimismo, cualidad ésta que desplegó en su vida pública con el mismo aire cansino, parco y campechano que parece ser su sello distintivo.

El otro, es un lema que llevaba grabado en un anillo de sello del que no se separaba nunca hasta que murió su mujer, Nélida Pariani, en junio del año pasado, una muerte que dejó a Grondona devastado y que quizás apuró su decisión de dejar el trono de la AFA. El anillo decía: "Todo pasa". La frase es de cabecera: luce también en su despacho, bien a la vista de todos.

No es que Grondona haya querido con eso rendir homenaje a la célebre generación española del 98: Machado era el que decía que todo pasa, pero también que todo queda y que lo nuestro es pasar. Y Grondona, de pasar, nada. El "Todo pasa" es símbolo de la gigantesca parábola sobre el poder en la Argentina que Grondona tejió con la paciencia y sabiduría de los gusanos de seda.

Primera lección de filosofía política argentina, todo pasa; no importa lo que hagas o digas, todo pasa.

Y si mañana hay que borrar con el codo, todo pasa.

Y pasa.

Esa irreversible certeza sobre inmunidades e impunidades, se mama en la cuna. Cuando Grondona nació en 1931, Avellaneda, su lugar en el mundo, era territorio de Alberto Barceló, un caudillo conservador que gobernó la ciudad a su antojo y arbitrio, que tenía como credenciales las de otorgar dádivas y empleos, usar el favor como contraprestación política y poner fuera de combate a los rivales con temible eficacia. Muchos de esos atributos, sino todos, son los que sus enemigos le atribuyen a Grondona a lo largo de sus años como zar del fútbol argentino.

Quienes lo quieren, que también son muchos, juran que es el hombre que sacó al fútbol del pozo. Y enumeran los logros durante más de tres décadas: un Mundial de fútbol, un subcampeonato mundial, dos medallas olímpicas de oro en Atenas y Beijín, dos copas América, entre otros logros; la construcción de un complejo modelo en Ezeiza, albergue de los seleccionados nacionales y una jerarquización del fútbol nacional impulsada desde su cargo de vicepresidente de la FIFA. Nada de eso, dicen sus amigos, se hubiera conseguido sin Don Julio.

Es una verdad a medias: treinta y tres años de gestión son muchos años y nunca sabremos qué hubieran logrado otros. Segunda lección de filosofía política argentina: lo único que importa son los logros, más allá de la calidad moral de las conquistas y de sus gestores.

Grondona fue afortunado. Su carrera como dirigente empezó muy temprano, a los veinticinco años, cuando fundó en Sarandí un club con reminiscencias inglesas: el Arsenal Fútbol Club. Lo presidió diecinueve años, entre 1957 y 1976, y lo dejó para dedicarse al otro club de sus amores, Independiente, del que fue presidente entre 1976 y 1979, y al que estuvo ligado siempre, aún cuando presidía el Arsenal. Su fortuna consistió en haber aceptado en 1979 el cargo de titular de la AFA que le ofrecieron los eufóricos centuriones del "proceso", luego del Mundial Argentina 78 que ganó la selección que dirigía César Menotti.

Desde entonces y hasta hoy, el fútbol del mundo pasó de ser del negocio colosal que era en los años 70, al imperio económico de hoy, una industria que mueve más de cuatrocientos cincuenta mil millones de dólares al año sólo en merchandising, publicidad y televisión.

Además de ser el dos de la FIFA que dirige Joseph Blatter, Grondona preside nada menos que la Comisión de Finanzas y el Consejo de Mercadotecnia y Televisión de la entidad.

Pese a haber sobrevivido a los centuriones que lo encumbraron y a quienes le siguieron, Grondona pasó indemne los gobiernos democráticos de Alfonsín, hincha como él de Independiente, Menem, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde, Kirchner y Cristina Fernández y afirma suelto de cuerpo "Nunca anduve con los diferentes gobiernos".

Tercera lección de filosofía política argentina: niegue siempre, niegue todo.

Todo pasa.

Sus detractores lo acusan de manejar el fútbol con códigos de jefe mafioso: arreglar partidos, manejar a los árbitros a voluntad, comprar voluntades a su antojo, enviar a equipos al descenso, rescatar a otros equipos del fondo del lodo, beneficiar a amigos y familiares con empleos, cargos y viajes por el mundo, mantener la ligazón de las barras bravas con el poder político de los clubes y del país, entre otras linduras. Y todo a pulmón, con un espectacular presupuesto y carteras abiertas para su discreción.

Cuarta enseñanza de filosofía política: la caja lo puede todo.

Con caja o sin ella, Grondona fue reelecto por el Comité Ejecutivo de la AFA en ocho oportunidades, con muy poca oposición e incluso con el voto a favor de quienes lo critican por lo bajo y lo detestan sin remedio. Es verdad que en la AFA hay más de tres mil clubes inscriptos y sólo votan cuarenta y nueve. Pero no es este el momento de ajustar esos detalles.

Para sostén de sus adversarios, el ex jugador y técnico Diego Maradona y el dirigente, que alguna vez fue barra, Raúl Gámez, sentenciaron en su momento: "La AFA es una banda de mafiosos", con lo que ampliaron el círculo de sospechas más allá de las narices de su presidente. Nadie jamás se animó a dar un golpe de Estado contra Don Julio.

Además de acordar con presidentes y centuriones, Grondona hizo equilibrio para contar entre sus afectos, momentáneos si se quiere, a gente tan disímil como Menotti, Carlos Bilardo, Maradona, José Pekerman, Alfio Basile y hasta con la nueva estrella del fútbol mundial, Lionel Messi, a quien Dios guarde.

Esa habilidad le permite jurar a sus seguidores, que su deseo de eternizarse en la AFA ha sido y es por el bien del fútbol argentino. Quinta lección de filosofía política: siempre que alguien quiere eternizarse en el poder, es por el bien del país.

Su fortuna personal, sus propiedades, su participación en varias empresas ligadas o no al fútbol, le han dado fama de buen administrador, ya que su cargo en la AFA no es remunerado. Como sea, su perfil no se aparta del extraño designio del fútbol, con dirigentes ricos y clubes pobres.

Parco hasta la exasperación, monosilábico, gestual y ambiguo, hombre de hablar con las cejas y la frente más que con la boca, Grondona ha hecho una cultura de la última, por hoy, lección de filosofía política argentina: fundir la superficie con la sustancia, amalgamarlas, que una parezca la otra para que una de las dos no vea nunca la luz.

En cuanto al resto, todo pasa.