Tierras de nadie y narcotráfico
El enfrentamiento en una zona de favelas de Río de Janeiro no nos debería parecer a los argentinos tan ajeno ni tan distante.
Es curioso que la policía militar de Brasil haya izado banderas de su país y de Río de Janeiro en una azotea apenas terminó la efectiva operación de las fuerzas de seguridad con la cual se aseguró el control de una de las barriadas más notorias de la ciudad tras derrotar a las bandas de narcotraficantes que la dominaban. Es curioso, porque no se trató de una conquista ni de una reconquista, sino de librar a la ciudad perdida de Alemão de las pandillas que habían impuesto su propia ley y, en cierto modo, manejaban a su antojo la vida de personas de condición humilde con el fin de obtener suculentas ganancias con el nefasto negocio de la droga.
Las pandillas se vieron cercadas por la campaña de pacificación instrumentada por las autoridades locales y, por ello, declararon algo así como una guerra contra las fuerzas de seguridad. El saldo ha sido lamentable, con más de 40 muertos de ambos bandos, y, en un despliegue impresionante, el uso de 15 vehículos blindados que bloquearon unos 80 accesos y prohibieron el regreso de los vecinos a sus hogares. En total, 21.000 soldados y policías cercaron a las pandillas en la ciudad que, Dios mediante, será sede de los Juegos Olímpicos de 2016 después de que Brasil albergue, dos años antes, la Copa Mundial de Fútbol.
El complejo Alemão es un conglomerado de 15 favelas que está ubicado al norte de Río de Janeiro. Lo consideraban un bastión del narcotráfico. Hasta esta incursión de las fuerzas de seguridad era prácticamente inexpugnable. La decisión de involucrar a las fuerzas armadas en la lucha contra este flagelo, antes resistida por razones ideológicas en toda América latina, es similar a la adoptada por el presidente Felipe Calderón en México, donde sólo este año han muerto más de 10.000 personas en la guerra contra el narcotráfico.
La situación de Brasil es diferente, ya que no se trata de carteles, sino de bandas que, como en la Argentina y otros países, operan en territorios habitualmente vedados a la fuerza pública. Es público y notorio en nuestro país que las denuncias sobre el tráfico de drogas en las villas de emergencia, formuladas incluso por sacerdotes, no han tenido el eco necesario para erradicar ese mal hábito, acompañado de otros delitos y de la perdición de chicos que, en edad escolar, se dan a las drogas más económicas, como el paco. Es sabido que vastas zonas de nuestra área metropolitana son, lisa y llanamente, tierra de nadie.
La incursión de las fuerzas armadas brasileñas no deja de ser llamativa, por más que se hayan limitado a la presencia y a facilitar las comunicaciones, sobre todo porque quienes insisten en desligarlas de la lucha contra el narcotráfico dicen que están preparadas para la guerra, no para combatir delincuentes. De ahí que resultaran chocantes, en Río de Janeiro, los tanques apostados en barrios en los cuales la renta per cápita apenas alcanza lo mínimo e imprescindible, pero, a su vez, la mercancía en movimiento supera ampliamente el valor de todas las precarias casas allí construidas.
En Alemão no pocos observadores decían que el plan de pacificación de las favelas, aplicado por las autoridades, podía resultar costoso por la situación explosiva que iba a crear. No se equivocaron. En los últimos tiempos aumentaron tanto los delincuentes, desplazados de otras favelas, como la provisión de armas y drogas.
El gobierno de Río, a cargo del centrista Sergio Cabral, quiso ponerle coto a la racha de asaltos y la quema masiva de coches y colectivos con la cual los pandilleros pretendieron implantar su propia ley. Parecería, en apariencia, un fenómeno ajeno y, aunque haya ocurrido en Brasil, distante. Sin embargo, no es tan ajeno ni tan distante en la medida en que en nuestro propio país, si no se atienden a tiempo situaciones similares, podríamos presenciar operativos de estas características en los cuales los vecinos terminan siendo escudos humanos de los delincuentes. Las autoridades argentinas deberían tomar debida nota de lo ocurrido en Río antes de que algún día sea demasiado tarde.
Superado el peor momento de la embestida, el gobernador Cabral ha pedido ahora al gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva que los efectivos militares permanezcan durante un buen tiempo en Alemão, de modo de mantener la situación bajo control. En el complejo se habían puesto en marcha obras por medio del Programa de Aceleración del Crecimiento. Hasta el domingo, los trabajadores debían seguir las órdenes de los narcotraficantes, especialistas en chantajes y otras malas artes. La normalidad que se vive ahora es poco habitual. Es de esperar que perdure.