Tergiversar la historia
Si algo faltaba en la polémica de la UNCA por el anacrónico sistema de elección de autoridades vigentes era la tergiversación de la historia en beneficio de la camarilla privilegiada.
En el colmo de la desfachatez, se pretende justificar lo que en la casa de estudios ocurre remitiéndose a la Reforma Universitaria de 1918, verdadero hito en contra del oscurantismo que se inició en Córdoba, liderado por Deodoro Roca, y se difundió a todo el país y el continente. Se sostiene que los métodos aplicados en la UNCA surgieron de allí. Y ya circulan misivas acusando a este diario de perseguir el demoníaco objetivo de destruir a la universidad. La Reforma del '18 se hizo precisamente para acabar con vicios que hoy en la UNCA están generalizados. Se hizo por la autonomía y la extensión universitaria, el cogobierno, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición por los cargos. Fue una genuina conquista académica y política que hoy, en Catamarca, quiere utilizarse para perpetuar privilegios.
Periodicidad de las cátedras y concursos de oposición, por ejemplo ¿Respeta esto la UNCA? Si ni concursos se hacen para mantener a los docentes en condición de interinos, eternamente a tiro de despido, y condicionar así la conformación de listas de candidatos. En cuanto a la periodicidad de las cátedras, es conocida la movilidad que en tal sentido existe en la academia catamarqueña, similar a la que se da por la reelección por tiempo indefinido que disfrutan los decanos, verdaderos barones que tienen en sus manos la definición del Rectorado. Esta posibilidad de reelección indefinida en beneficio de quienes manejan los recursos de la facultad, reparten prebendas, puestos y viáticos sin control y deciden cuándo se concursa y cuándo no, convierte lo del cogobierno de los distintos claustros en una ficción, que sin embargo los beneficiarios del régimen no se privan de postular como dechado de pureza republicana y democrática. Lo de la autonomía... baste señalar a la vicegobernadora Marta Grimaux de Blanco quejándose porque el peronismo intenta desembarcar en la UNCA y postulando este ámbito como ajeno a la política partidaria, cuando la agrupación radical Franja Morada, integrante de los cuerpos orgánicos de la UCR, tiene una incidencia definitoria en el esquema de poder universitario. Y la extensión, la apertura hacia la sociedad, es otro verso cuya hipócrita calaña queda de manifiesto con lo ofendido que está el funcionariato universitario porque sus enjuagues quedaron al desnudo.
No es cierto que el sistema de elección de autoridades de la UNCA sea el de todas las universidades del país. No todas las universidades del país tienen reelección indefinida para sus decanos, ni eligen a sus autoridades con el contubernio que acá es costumbre. Pero si las autoridades de la UNCA y sus aliados de extramuros lo dicen... ya se sabe de qué lado forman. Es inaudito, a esta altura del siglo XXI, que continúen aplicándose mecanismos e ideologías decimonónicas. Lo que ocurre en la UNCA es anacrónico y obsoleto, al punto que nadie se atreve a defender el sistema y todos coinciden, para el público, en que es preciso revisarlo, por cierto después de haberse beneficiado con la continuidad que habilita y promueve el sistema impugnado. El tiempo dirá cuán sinceras son las manifestaciones reformistas que ahora se reiteran. Lo cierto es que sin concursos, con un esquema de decanos vitalicios en condiciones de incidir, por manejo de recursos, en el voto de los electores de todos los claustros, resulta una quimera aplicar un criterio de meritocracia, donde los cargos se ganen y se ratifiquen periódicamente por el estudio y el esfuerzo. Y si esto es una quimera, resulta obvio el perjuicio ocasionado a la calidad académica universitaria. Acá no se trata de ofenderse ni de tomarse las críticas a título personal, sino de aprovechar la vergüenza a la que la UNCA ha sido sometida para mejorarla y para que los principios de la Reforma del '18 que llenan las bocas de los cínicos en efecto se realicen. La UNCA no necesita que nadie la destruya desde afuera. En su seno mismo, en sus estatutos y en las concepciones de algunos de sus más conspicuos referentes, está el germen de su destrucción.