Sociedad
Teletrabajo: ¿progreso tecnológico o súper explotación laboral?
El trabajo remoto hace rato que ocupa un lugar en la agenda de los trabajadores del mundo, aunque la pandemia y la cuarentena lo han puesto al rojo vivo.
La situación ha forzado a centenares de miles de trabajadores a desempeñarse de este modo, millones si contamos la docencia. Y se ha hecho de la peor manera: sin el resguardo de los más elementales derechos para los trabajadores. Con retraso, el tema llega en estos días al Congreso, donde hay al menos quince proyectos, entre ellos uno del Frente de Izquierda y varios de distintas ramas sindicales.
En semejante retraso tienen fuerte responsabilidad las organizaciones sindicales y, desde luego, las fuerzas políticas que dominan el parlamento. Al punto que en 2005 llegó al Senado un proyecto elaborado a partir del trabajo de los sectores combativos del gremio telefónico (Foetra) llamado “ley del teleoperador”. Tuvo media sanción en 2011, sufrió el clásico “cajoneo” como resultado de la presión de los grupos económicos involucrados especialmente en los call center, tomó estado parlamentario nuevamente en 2014, para retornar definitivamente a la nada.
Hoy, el trabajo remoto y las tecnologías que lo sustentan tiene el poder de transformar las relaciones laborales con tanto o más alcance que la robotización, como vértice de un progreso tecnológico que debería proveer un salto en el dominio humano de la naturaleza. Con él, un salto en la condición de vida de la humanidad, independizándola del trabajo como forma de alienación e incluso contribuyendo a la plena ocupación mediante la reducción de la jornada laboral y con ella contribuir a la realización colectiva e integral del trabajador y su familia.
No es lo que ocurre. En manos de la fabulosa concentración del capital en que se desenvuelve el mercado laboral, las corporaciones capitalistas lideran un proceso en el que el sistema blande la tecnología como un arma de superexplotación, de atomización del colectivo de trabajadores y de retroceso por detrás de la legislación y los convenios colectivos que costaron siglos de luchas y sangre de los trabajadores. O sea en función de la flexibilización laboral. Y no ha faltado quien diga, con dramática razón, que la reforma laboral en la Argentina está en marcha con la cuarentena.
Una reciente encuesta de la agencia Adecco constató que el 42% de los entrevistados afirma que su jornada laboral se ha extendido con el homework. Que una mayoría de oficinistas pasó a esta modalidad en el comienzo de la cuarentena y que la mayoría no cuenta con el espacio adecuado y al estar en la casa con la familia se vuelve “difícil” la tarea.
Los trabajadores no estamos contra el progreso técnico. Ya hace dos siglos que los obreros aprendieron que su enemigo no es la máquina, sino quien domina el medio de producción y la usa para reducir plantilla, rebajar salarios e incrementar la explotación del trabajo. No como fenómeno individual, sino sistémico. El ludismo en el siglo XIX en Gran Bretaña atacaba las máquinas porque veía que ellas hundían las condiciones de vida de los obreros. Pero, rápida y dolorosamente, comprendieron la necesidad de organizarse sindical y políticamente en forma independiente, para luchar por sus derechos.
Fue cuestión de tiempo y de lucha separar la máquina de su empleo por parte del capital. Hoy, esa realidad se plantea como un nuevo desafío histórico que puede (y debe en nuestra opinión) poner en discusión las bases mismas de un sistema que condena a la desocupación y potencialmente al hambre a miles de millones de personas en el mundo. La OIT ha proyectado que se podrían duplicar los 1200 millones de desocupados actuales.
Pues bien. Al mismo tiempo que luchamos por los protocolos de salud y los testeos en las fábricas, por la organización y protección laboral de los repartidores (otra “epidemia” laboral de la cuarentena), tenemos que luchar por las condiciones de trabajo de los trabajadores remotos o teletrabajadores.
Es esencial arrancar una legislación, incluirlos en los convenios colectivos con vigencia plena de todas las conquistas del convenio para ellos y con derechos plenos en la organización sindical. La modalidad tiene que ser irrestrictamente optativa fuera de esta excepcionalidad y debe resguardarse la estabilidad laboral de quien no acepte porque no pueda o no quiera. La jornada laboral debe ser acotada, continua, con derecho a la desconexión y con descansos. El empleador debe proveer los elementos, la conectividad y sus costos y mantenimiento, los costos del espacio físico, el cuidado de niños que deba tercerizarse. Las ART asumir sus responsabilidades en horario de trabajo.
La virtualidad educativa forma parte de otro debate porque las mejores escuelas científicas en la materia indican el carácter insustituible de la presencialidad. No obstante, en la excepción que ha planteado la pandemia, los derechos de educadores y educandos deben ser protegidos con más razón aún, porque uno de cada tres niños no tiene conectividad. Estas son algunas de las condiciones que ya están a debate y que plantean una lucha de la clase trabajadora en su conjunto, del total de sus organizaciones y también en la arena parlamentaria para enfrentar este desafío.
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