DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Tambores de guerra

La reunión cumbre en Cannes de los países del G20 se vio dominada por el riesgo planteado al euro por el sobreendeudamiento de Grecia, pero mientras los asistentes intercambiaban opiniones sobre el tema, se gestaba una amenaza que es decididamente mayor que la supuesta por un eventual colapso de la Eurozona.

En los días últimos se han multiplicado las señales de que está por llegar el momento para que Estados Unidos y sus aliados, además de Israel, opten entre resignarse a que Irán se erija en una potencia nuclear, a sabiendas de que las consecuencias de permitirlo podrían ser calamitosas, y hacer cuanto resulte necesario para impedir que suceda.

En Londres se informó que el primer ministro David Cameron y el presidente norteamericano Barack Obama están preparados para ordenar un ataque contra las instalaciones atómicas iraníes a menos que el régimen islamista abandone ya un programa nuclear de evidentes connotaciones bélicas. Asimismo, se afirma que el gabinete israelí ha llegado a la conclusión de que, si Estados Unidos se resiste a tomar la delantera, no le quedará más alternativa que la de intentar destruir unilateralmente la capacidad nuclear de un país cuyos líderes nunca han ocultado su voluntad de borrar el "ente sionista" de la faz de la Tierra.

Desde el punto de vista de muchos israelíes, sería mejor correr el riesgo de desatar una guerra atroz de lo que sería confiar en la muy improbable vocación pacífica de fanáticos religiosos que se proclaman sus enemigos mortales.

La situación en que se encuentran tanto los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido, el aliado principal de la superpotencia, como el de Israel no es nada grata. No pueden sino entender que un ataque contra Irán, por limitado que fuera, desataría una conflagración tal vez incontrolable, de secuelas imprevisibles, en una región que ya es sumamente inestable, y que tendría repercusiones muy fuertes en Europa, donde extremistas musulmanes lo tratarían como la reanudación de "las cruzadas" contra el islam.

Sin embargo, si no hacen nada más que lamentar que los iraníes se hayan dotado de un arsenal nuclear y manifestar su esperanza en que no procuren aprovecharlo, no sólo sufrirían una pérdida catastrófica, tal vez definitiva, de prestigio e influencia sino que también verían desatarse una carrera armamentística porque Arabia Saudita y otros países árabes que no están dispuestos a dejarse intimidar por Irán se sentirían obligados a adquirir sus propias bombas atómicas.
Obama, el que de todos los presidentes norteamericanos recientes es, con la posible excepción de Jimmy Carter, el menos belicoso, ha sido reacio a tomar en serio el desafío planteado por la agresividad de los teócratas iraníes.

A comienzos de su gestión confiaba en que le sería dado congraciarse con el presidente Mahmoud Ahmadinejad y los ayatolás, pero pronto descubrió que tomaban sus intentos de mejorar la relación bilateral por evidencia de debilidad. Lejos de convencer a los gobernantes iraníes de que sería de su interés frenar su programa nuclear, la actitud conciliadora de Obama, que se abstuvo de criticar la represión brutal de las decenas de miles de iraníes que protestaban contra el fraude electoral que permitió a Ahmadinejad seguir ocupando la presidencia, sólo sirvió para envalentonarlos. Así, pues, en las semanas próximas le tocará a Obama elegir entre lo que de acuerdo común sería una derrota histórica, de grandes implicancias geopolíticas, para Estados Unidos y su aliados –incluyendo a Israel– en el Medio Oriente y verse comparado con su antecesor George W. Bush por ordenar un ataque preventivo contra un país musulmán.

Por un lado, está el peligro evidente de permitir que un país poderoso, cuyo régimen nunca ha disimulado la hostilidad visceral que siente por todo cuanto le es ajeno, consiga los medios para convertirse en la potencia rectora de una región de gran importancia estratégica y que bien podría emprender una ofensiva genocida contra Israel y, por el otro, están los riesgos terribles que supondría un conflicto que podría tener consecuencias llamativamente peores que las producidas por la invasión de Irak. Aún no se sabe lo que hará Obama, pero no podrá postergar mucho más tomar la decisión más importante de su período en la Casa Blanca.