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Soriano: "Soy un viejo canchero"

"Tuve cancer, la pase muy mal pero ahora creo que estoy curado". "hasta me enoje con dios: escuchame, me agarraste de punto, le decia", afirmó el actor Pepe Soriano.

Pepe Soriano me recibió en el Teatro Liceo, donde protagoniza "El precio", la clásica obra de Arthur Miller, junto a Selva Alemán, Arturo Puig y Antonio Grimau, de quienes dirá que son "la gente más linda con la que me haya tocado trabajar".

Cuando llegué estaba charlando tranquilamente con uno de los empleados de la boletería; apenas uno lo ve queda claro que se siente más que a gusto en el ambiente del teatro y que tiene una gran familiaridad con todo lo que rodea a ese mundo.

Nos trasladamos a la sala y Pepe mostró una gran predisposición al diálogo, tal es así que conversamos varios minutos antes de encender el grabador y comenzar formalmente la entrevista. El mismo reconoce que la capacidad de comunicarse con la gente es una de sus principales características.

Y fiel a su estilo, no esquiva ningún tema: habla de su familia, de su carrera y de los fascinantes personajes que le tocó encarnar en cine, teatro y televisión. También reflexiona sobre la nueva Ley de Medios, sobre su estadía en España, donde además de obtener un gran prestigio profesional entabló una profunda amistad con Fernando Fernán Gómez, y de su participación en el gremio de actores, espacio desde el que reivindica los derechos propios y los de sus colegas.

En la potente y clara sonoridad de su voz, que se escucha a la perfección hasta la última fila de la sala, se evidencia su notable oficio y la condición de verdadero actor de raza, con la que supo ganarse el unánime reconocimiento de la crítica especializada y del público. Con casi 82 años, su figura irradia vitalidad y hasta se permite bromear al definirse como "un viejo canchero".

Con todo merecimiento, en mayo de este año fue declarado ciudadano ilustre por la Legislatura porteña, que además de sus cualidades artísticas destacó sus "virtudes humanas y democráticas". Soriano es un personaje entrañable y talentoso, que hace que los más de cuarenta minutos que dura la entrevista con "Democracia" sean realmente imperdibles.

–¿Cuántas cosas estás haciendo ahora? –Una sola: "El precio", de Arthur Miller, con la gente más linda con la que me haya tocado trabajar, como son Selva Alemán, Arturo Puig, Antonio Grimau; el orden de los factores no altera el producto. Es una alegría venir todas las noches y tener el placer de trabajar con estos compañeros, con la dirección de Helena Tritek, con la escenografía maravillosa de Eugenio Zanetti, y en esta sala donde tuve la suerte de trabajar en el año 1958, en la compañía Luisa Vehil, lo que hace que para mí la vuelta al teatro en esta sala haya sido muy hermosa.

Es la más vieja de Buenos Aires; es una sala tradicional, como decimos, "a la italiana", envolvente, donde la escenografía de Eugenio, que es nuestro Oscar en Estados Unidos, se integra totalmente al clima de la sala y a los colores.

–Tuve el enorme placer de verte.

Cuando entrás en escena sucede algo tan mágico con ese personaje? –Sólomon, Gregorio Sólomon (cambia la voz para adecuarla al personaje), "tasador registrado" (risas).

–Que viene a tasar los muebles que se ven y además es un viejo pillo.

–Totalmente: es un vendedor, y como todos ellos, utiliza todas las mañas posibles. Tiene que seducir, ofenderse, mostrar habilidades para que el otro se encandile y le termine comprando, que es lo que hacemos arriba del escenario con la gente, por otra parte.

–Y lo que noto es que este personaje, además de ser fruto de la dirección, es producto también de una aguda observación que tenés de la vida.

–Creo que sí. Lo he dicho muchas veces: nadie puede reproducir un sonido que nunca escuchó. Si a alguno le preguntaran cómo habla un marciano, tendría que inventarlo. Pero para hablar de la gente de este mundo al cual pertenecemos y que nos pertenece, tenemos que mirar mucho. Esto las aprendí históricamente y tomando como referencia principalmente a actores ingleses, que son para mí el pico más alto del mundo occidental, junto con los rusos del otro lado; todos coinciden en la gran observación que debe tener un actor. Los americanos también, como Robert De Niro, son grandes observadores de la realidad.

–Te ha tocado participar en películas emblemáticas, como "La Patagonia rebelde". ¿Cómo influyó eso en tu carrera? –Esa película me dejó marca, porque fue un encuentro maravilloso con actores que amo mucho. Allí estaban Luis Brandoni, Federico Luppi, Jorge Rivera López, Antonio Mónaco...

–¿Osvaldo Bayer también estuvo en la filmación? –Por supuesto. Su señora nos preparaba unos caldos para soportar el frío, porque aquello eran inclemencias reales: no estábamos viviendo en grandes hoteles ni mucho menos, estábamos en el medio de la Patagonia y vivíamos en unos ómnibus que nos habían adaptado para que funcionaran como trailers, que tenían unas estufas de carbón de piedra en el medio y camas cuchetas alrededor. La historia narraba uno de los episodios más trágicos y dolorosos del siglo pasado, provocado por una ambigua orden que Hipólito Yrigoyen le dio a Héctor Varela. Previamente había estado como pacificador un abogado, padre de David Viñas, y logró un acuerdo que la patronal no cumplió.

A partir de ahí comenzó una especie de sublevación de los sectores populares, que eran muy pocos por cierto, pero que estaban muy influenciados por los anarquistas y los sindicalistas europeos, que venían a nuestro país con ambiciosos ideales pero muy difíciles de cumplir. De hecho, hoy en día está demostrado que no se pueden llevar a cabo.

–Otra de tus películas con un personaje fantástico es "Asesinato en el Senado de la Nación". La gente que vio la película, cuando estudia historia y ve a Lisandro, enseguida se acuerda de vos.
–Sí, es más, hay una estatua en la Diagonal que construyó De la Cárcova, en donde no me veo parecido pero les serví de modelo. Yo posé para hacer ese monumento a Lisandro de la Torre. Y la película cuenta un episodio muy importante de la historia argentina como fue el pacto Roca-Runciman, una enorme traición de muchos senadores y la denuncia que se hizo en torno al tráfico de carnes en manos de los ingleses.

En este caso no les cabe mejor adjetivo que el de "piratas", que es lo que fueron toda la vida hasta el día de hoy. Ahora están sufriendo en carne propia algún dolor. Porque dicen: "Son de las colonias", sí, pero las colonias son de ellos, no son nuestras.

Por otra parte, yo había leído la obra completa de Lisandro de la Torre, porque mi padre tenía una gran devoción por él y por Juan B. Justo; era un adolescente en ese momento, y luego me encontré haciendo con libro de David Viñas la pieza teatral "Lisandro", y después en el cine, con Juan José Jusid, "Asesinato en el Senado de la Nación".

–¿De qué nacionalidad eran tus padres? –Eran argentinos hijos de italianos.

Mi madre falleció muy joven, cuando yo tenía 16 años, de una enfermedad de la cual hoy no se puede morir nadie, pero en aquel tiempo sí porque no existía la Penicilina.

Tenía 42 años. Y quedé con mi papá y una hermana a quien amo profundamente porque somos parte el uno del otro. Con ella, como dicen aquí en la obra, tenemos una larga vida de afecto. Mis abuelos paternos son calabreses, del mismo pueblo, venidos en el siglo XIX, ella con 15 años y él con 28. A los 20 años mi abuela ya tenía cuatro hijos. Eran otros tiempos.

–Bueno, ahí uno comienza a entender el origen de "El loro calabrés"; imagino que tendrás presentes sabores, música, costumbres? –Por supuesto. Primero aprendí a hablar el dialecto de ellos, porque en ese entonces no iba al colegio, tenía entre 3 y 5 años y vivía en mi casa y en la calle, que era como nuestro patio.

–¿En qué zona vivías? –En colegiales, donde vivo actualmente.

Es la casa donde nací.

Cuando volví de España arreglé con mi hermana y me quedé con esa casa –comienza a hablar con profunda emoción–: yo vivo ahí con ángeles; sé que la gente se maneja con realidades muy concretas, pero yo siento que en mi casa hay ángeles. Están mis abuelos, mis padres, aquellos domingos de italianos, de nostalgia de aquel lugar al cual no iban a volver. Cantábamos; ahí por ejemplo aprendí a "rascar" la guitarra, digo así porque tocar es una pretensión muy grande.
–Es increíble cómo las cosas van naciendo: "El loro calabrés" para vos ha sido, como actor, director y autor, una cosa muy fuerte en tu vida.

–Sí, porque nació sin elegirlo, como le pasó a tanta gente que, cuando crea algo, no elige enrolarse en ningún tipo de agresión contra nadie sino simplemente decir las cosas que piensa, nada más. Y de repente estar metido en una bolsa y encontrarte con que perdiste el trabajo, la posibilidad de ser persona. Todo recuperado hacia el fin de la dictadura, claro, pero inclusive hubo interrogatorios de por medio, con cosas que no entendía; algunos desastres sobre mis hijos también, pegarles, meterlos adentro de un auto. Fue muy feo. Como lo fue la imposibilidad de salir en fotos en los diarios.

Pero ocurrió también que el fotógrafo de un periódico me pidió que saliera porque si no esa foto no se publicaba.

No solamente eso, sino que nos dieron a unos cuantos el Martín Fierro en ese momento, a mí, a David Stivel, a Gandolfo, y mandaron a votar otra vez. Y la gente volvió a votar a los mismos de antes. Esto es algo que quiero decir en agradecimiento a los periodistas que se jugaron al elegirnos nuevamente cuando se lo habían prohibido; eso habla del periodismo argentino. Esa obra para mí fue una posibilidad de subsistencia; arranqué en Rosario, en un sótano para poder comer, pero de repente me encontré con que eso me sobrepasaba, porque el reparto del pan hacia el final de la obra tenía una gran cantidad de significados para la gente, que cada uno elegía.
–¿Todavía lo hacés? –Sí. Mi última actuación fue de una alegría muy grande: en Belgrano existe un club, en las barrancas, muy lindo, donde una vestuarista me convocó para hacer la obra. La gente no sabía bien cómo reaccionar, pero cuando terminó me invitaron a comer. Había mucha gente, y durante la comida me ofrecieron ser socio del club, gesto por el cual estoy profundamente agradecido. Además "El loro?" me permitió recorrer el país.

Yo trabajaba en pueblos donde sabía que el Ejército no iba a estar y la policía tampoco, esos pueblos de mil habitantes donde hay solo un vigilante; me daban unos mangos y rajaba para otro lado. Así viví unos cuántos años. Ahora, felizmente, eso quedó en la memoria y no tengo rencores, yo también me equivoqué en la vida, en el terreno personal, de manera que otros también se pueden equivocar. Los que pusieron mala fe lo están pagando, esa es otra historia.

Lo que creyeron, bueno? qué voy a hacer. Vino la democracia, así le llamamos, ¿no?, imperfecta pero democracia al fin, y tengo la dicha de expresarme como yo quiero. Nadie me viene a decir "usted no diga esto".

Un ejemplo es una charla en La Paternal organizada por la Municipalidad, donde yo no cobré un peso pero puse como condición hablar de lo que se me diera la gana. Y entré tirando munición de la más gruesa, y la seguiré tirando porque la cultura en Buenos Aires? (silencio cómplice y risas) ¿dónde está el ganador? No sé, debe estar en Europa paseando.

En la cultura de la Ciudad se ve nada más que el tango, cosa que me parece bárbaro, pero no es la única. Entonces hablé de lo que se me dio la gana, siempre me manejé así y agradezco poder hacerlo, agradezco esa libertad que me dieron a partir de mi vuelta de España.

–Hablando de España, recuerdo esa película donde hiciste de doble de Franco.

–"Espérame en el cielo". Esa película fue la que me llevó a España.

–¿Fuiste a un casting para ese papel? –No, ellos intentaron con Landa, y no daba. Intentaron con López Vázquez, y tampoco. Entonces Antonio Mercero, el director, comenzó a mirar más allá de las fronteras de España. En ese momento había una oficina de cine argentino en Madrid, y la mujer que después fue mi representante y que también lo es de Héctor Alterio y Penélope Cruz, dijo que en Argentina había un actor que podía hacerlo. Me mandaron a llamar enseguida, tomé un avión y me fui para allá; me pusieron los uniformes, me vieron y me dijeron: "Te damos un mes para engordar 20 kilos; si lo lográs, el papel es tuyo". Comenzamos a filmar y pregunté acerca del doblaje, y el productor me miró con una cara? Me dijo: "Qué doblaje, si todo el mundo ve que estás hablando como argentino; tenemos gente, vos seguí trabajando". De todas maneras empecé a tomar clases y a escuchar la voz de Franco todos los días. Practicaba en la calle, decía barbaridades todo el tiempo como si fuera español y la gente se reía. Terminó la filmación y el director me preguntó si me quería doblar y le dije que sí. Me llevó un mes hacerlo. El primero que vio la película fue José Luis Garci, que había sido invitado por el propio director: "Tienes que venir a ver al argentino", decía. Cuando terminó de verla me ofreció hacer una película juntos, y terminamos haciendo cinco. En España hice amigos entrañables, como Fernando Fernán Gómez, quien me abrió las puertas de su casa y compartió trabajo conmigo: hice dos películas con él.

 Llegó a un punto de generosidad tan grande que hicimos una película que se llamaba "El mar y el tiempo", basada en una novela de él y producida por Ana Belén y Víctor Manuel. En los carteles puso a Rafaela Aparicio, que era la viejita de "mamá cumple 100 años", una delicia, y en segundo lugar a mí. Para mí no podía ser eso, si yo no era nadie allá, pero era una decisión que él había tomado y no quiso saber nada con cambiar de parecer. Pasé con él en su casa Navidades, años nuevos, conocí a mucha gente en su casa, desde Pedro Almodóvar hasta Charo López. A medio mundo conocí porque iba mucha gente a su casa, era muy generoso en el afecto, y era muy argentino; tanto, que un día lo llamó el rey para decirle que tenía que ser español.

–Qué gloria tu facilidad de comunicarte con la gente, porque eso es un don en definitiva.

–Es que yo no tengo dificultad con la gente. Esto que estoy haciendo contigo lo puedo hacer con cualquier persona que me pare por la calle y me quiera preguntar algo. Lo puedo invitar a tomar un café para charlar, porque tengo que estar agradecido si la gente se interesa por mí.

–Estaríamos una eternidad repasando todo lo que hiciste en tu carrera, pero se me viene a la cabeza "Juan Lamaglia y Sra.", y recuerdo que estuviste espectacular también.

–Con Julia von Grolman y la dirección de Raúl de la Torre. Eso tiene una historia también: un día me llama De la Torre, que era jefe de publicidad y me dice que quería hacer una película. "Bueno, deme el libro", le digo. Me contesta que no hay libro y que todavía no sabía cómo hacerla.
"Cuénteme la historia por lo menos", le pido. Y me dice que no había historia.

Lo único que tenía era la actriz y me quería a mí de actor. Entonces nos juntamos los tres y comenzamos a pensar de qué íbamos a hablar, pero no salía nada, hasta que un día nos pidió que siguiéramos trabajando en su pueblo, en Zárate, y nos fuimos para allá. Fue entonces que, tomando mate, hablando con la gente de allá, surgió la película que no tuvo diálogos escritos. Se trata de una joya de la filmografía argentina. Tenía una quietud de cámara porque había que improvisar, pero desde Hedy Crilla hasta Nacha Guevara, que también trabajaron, improvisamos todo. Pero sabíamos de qué hablábamos.

–Después hiciste algo de televisión en España, ¿no? –Hice una serie que se llamó "Farmacia de guardia", que hasta el día de hoy es la serie con más rating de la televisión española. Era impresionante.

Yo hacía de papá de la actriz Concha Cueto, y trabajaron grandes actores.

La pasaron en España en la época del nacimiento de Antena 3. Al año y medio de hacerla sentí que ya no daba para más, sobre todo después de tener un mal diálogo con uno de los productores; a partir de eso tomé la decisión de pegar la vuelta para Argentina, así que en diez días mi mujer y yo regalamos, vendimos, tiramos, y aquí estoy.

–¿Feliz? –Muy feliz, no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho.

–¿Tenías muchas ganas de volver? –Muchas. Pero, con respecto al episodio con el productor, yo podía dar espacio para que alguien me hiciera una observación, pero alguien que lo mereciera; entendía, aunque nadie me lo había dicho nunca, que era un sudaca y que alguien del imperio me podía llegar a decir algo: podía aceptarlo, pero no de cualquiera.

Y este era un cualquiera.

–Hablás de tu mujer, ¿compañera de cuántos años? –De 36 años. Es una galesa.

–Me imagino que cuando vas a Gaiman pasás por galés también.

–Sí, por supuesto, porque además me siento parte de la colonia. Los quiero mucho porque son gente trabajadora, honesta, humilde.

–Sabés que yo hice un estudio sobre los inmigrantes, y hubo una tendencia marcada en torno a que han elegido un paisaje similar al de su lugar. Los galeses fueron a Gaiman porque es igual a Gales.

–¿Cómo los sacás de ahí? A mi suegra, a mi cuñada, a los primos de mi mujer, ¿cómo los sacás? Cuando fui allá al principio de nuestro romance, iba paseando y conociendo gente que se presentaba como Hugh, Humfrey, William, y no había más apellidos que esos. Lo que pasa es que son todos parientes, hay muy pocos apellidos y se repiten mucho.
–¿La conociste allá a ella? –No, la conocí acá en Buenos Aires.

–Ya habías estado casado y tenés dos hijos, ¿no? –Efectivamente; están en España los dos, y tengo una hermosa nieta de 10 años. Uno de mis hijos está casado con una japonesa de Tokio, y el otro con una brasileña. Y con Diana tenemos una hija que ya está por cumplir 19 años. Con mi mujer tengo una relación en la cual me va la vida, aunque me dé un poco de pudor decirlo.

–¿Qué profesión tiene? –Es psicoanalista y una compañera maravillosa. Además, me ha ayudado mucho; yo tengo mi analista, pero ella me ayudó mucho en la vida cotidiana, en casa, tomando una copa de vino y charlando. Todo para que yo entendiera cosas que antes no entendía, porque soy, más que un pensador, un tipo de acción; entonces ella fue muy importante para mí en ese sentido. Gracias a ella, además, entendí a mucha gente a mi alrededor.

Le voy a estar eternamente agradecido, como también lo estoy con Enrique Pichon Rivière, que fue para mí un gran amigo; fue él quien me introdujo en el mundo del psicoanálisis y también me ayudó a comprender cosas. Además, fui alumno suyo porque él entendía que el teatro también se puede hablar desde ahí.

–Tenés una actividad de índole gremial; ¿de qué se trata? –Nosotros nacimos en Actores, desde la Asociación Argentina de Actores, en una larga lucha que tiene más de 40 años. Te hablo incluso de los tiempos de Podestá, en los cuales se comenzó a luchar por mejorar la condición humana del actor, y no hablo de la condición arriba del escenario, sino de la de abajo. En mi experiencia, tengo que nombrar a Duilio Marcio, al negro Carella, entrañable en mi vida; a Gené, gente con la cual compartí la lucha. Con el tiempo se llegó a la fundación de la Sociedad Argentina de Actores e Intérpretes, que era una ley que venía desde hacía 73 años impulsada por Roberto Noble (el de Clarín). Es como Argentares, es el derecho intelectual que tenemos de imagen, al que desde hace tiempo queremos incorporar a los fotógrafos, porque las fotos son obras del fotógrafo: las puede alquilar, las puede prestar, pero son de él. Esta es la cuestión, el actor crea y tiene derecho sobre lo que crea. Eso además fue reconocido por las empresas; nos falta firmar sólo con el Canal América, pero ya están muy avanzadas las conversaciones. Ya han firmado todos los canales de aire y los de cable y todos los hoteles del país, los bares, porque son federaciones.

Todo esto es un dinero que se distribuye con un sistema que tomamos de una de las primeras instituciones de este tipo, de la cual fui socio en España.

Hoy un actor, normalmente, cuando hace un trabajo, además de cobrar lo que pacta con el productor, cobra desde que se emite el programa y hay primera repetición hasta que se muere su último familiar. Acabo de firmar un cheque de alguien que viene en nombre de Olmedo, por ejemplo, porque Alberto existió, y todavía se lo usa. Con Tato Bores, con Pepe Biondi, los herederos cobran, y los que estamos en vida cobramos, de acuerdo al papel y a las cuatro categorías que existen. Tenemos una maquinaria impresionante, que compramos en Estados Unidos, que es la que graba todo, y a los chicos, estudiantes de cine en su mayoría, que miran permanentemente toda la programación.

Tratamos de estar en todo, aunque también existen reclamos. La infalibilidad no existe.
–Han trabajado mucho con la nueva Ley de Medios también.

–Lo hicimos en la medida en que fuimos convocados a hablar sobre la Ley. Nosotros pensábamos, y seguimos pensando, que el decreto-ley de la dictadura no podía estar. Gracias a la modificación que se hizo han salido una enorme cantidad de canales que han generado para los actores, autores y músicos nuevas fuentes de creación.

En la programación del Incaa que se realizó el año pasado y que va a salir ahora, han trabajado 500 actores. En este momento tenemos un padrón de más o menos seis mil actores, de los cuales el 84 por ciento no gana más de 6 mil pesos al año, lo cual es una clara situación de indigencia, y no es una cifra inventada por mí: salió de un trabajo encargado a la Universidad de Buenos Aires. Entonces, que a partir de esta ley se hayan creado 500 puestos de trabajo me da una profunda alegría; hay gente de mi oficio que está trabajando.
–Claro, y todo esto va servir para nutrir de programación a todos los canales.
–Tiene una clara visión federal, y eso me pone muy contento. Mis compañeros de las provincias por fin van a tener un reconocimiento, van a trabajar.

Porque los grupos se arman y no trascienden, lo cual es una pena porque hay actores, autores, poetas maravillosos. Mirá si de repente Jujuy pudiera hacer un libro de Tyson, y que los actores de Jujuy lo actuaran, no nosotros; ¡sería maravilloso! Todo esto es lo que me impulsa, y además tenemos una fundación que atiende la política de ayuda y el otorgamiento, junto con la Obra Social de Actores con la cual trabajamos mancomunadamente, de sillas de ruedas, ortopedia, internación y un montón de cosas en donde ponemos el foco, porque no todo el mundo actoral vive como rey.
Lamentablemente, el juego de la oferta y la demanda marca que hay gente que triunfa, por decirlo de alguna manera, y gente que no. Y esa gente que no triunfa es un ser humano que tiene que vivir.

 De manera que aquellos que ahora contamos con esta posibilidad, estamos cubriendo estas necesidades; y es más, estamos devolviéndole al pueblo argentino el lugar que nos dio. Ahora armamos una serie de hechos para el Garrahan, para Casa Cuna, para las cárceles, y los asumo con mucha alegría y un gran cariño. Yo amo a esta gente, porque fueron ellos los que me dieron un lugar. Es hermosa la posibilidad de llevar títeres al Garrahan o que los actores más jóvenes, que los chicos reconocen, les den un libro de su pertenencia dedicado, que vaya Pablito Echarri con el libro que ellos quieran y que tenga una dedicatoria de él. Eso es hermoso e inolvidable.

–¿Siempre fuiste tan vital? ¿Hacés ejercicio o caminás? –Yo he sido, por decirlo de alguna manera, un atleta menor. Todos los deportes me gustan; jugué mucho al fútbol. Estoy muy enojado con el fútbol, pero eso es otra historia.

–¿De qué cuadro sos? –De Boca. Pero estoy muy enojado con el fútbol porque, a título personal, ya termina siendo un negocio. También veo todo el rugby que puedo, porque me encanta. Además digo: "Qué suerte la de estos armatostes, que pesan 100 kilos y miden 1,95", una sana envidia por algo que uno quiso ser y no fue (risas). También, hasta no hace tanto, corría 10 kilómetros tres veces por semana, desde El Ciervo, en Palermo, hasta el puente de la cancha de River, entrando a Ciudad Universitaria. Ida y vuelta.

–Lo que nos llamó la atención a todos es que te ves muy canchero con esas zapatillas; sos ágil. ¿Qué edad tenés, Pepe? –Voy a cumplir 82 el 25 de septiembre.
Sé que tengo esa edad y no la oculto.
–Es que no se nota para nada.

–Lo que pasa es que me siento bien. Quiero agregar una cosa, y es un poco de publicidad. Tengo un amigo, el médico Hugo Franzetti, que hace mucho tiempo incursionó en el mundo de lo que hoy se llama "medicina ortomolecular". Ahora habla todo el mundo de eso, pero es algo en lo que él está desde hace mucho. Justamente vengo de su consultorio.

Cada quince días me hacen una quelación, con la cual me introducen, vía sanguínea, distintas cosas: hoy fue para el sistema digestivo y las arterias, dentro de quince días cambiamos y me dan para el cerebro, etcétera. Hugo es médico de muchísimos actores, que llevan su vida con su ayuda. Voy a decir algo que muchos no saben, pero yo tuve hace cinco años un cáncer. En ese momento discutimos con mi mujer si tenía que difundirlo, porque se puede interpretar que uno lo hace para inspirar lástima, entonces decidí que no se supiera. Me traté en el Instituto Fleming con el doctor Chacón, donde me atendieron de maravilla.

Hoy en día se puede decir que estoy curado, pero lo pasé muy mal; fue una prueba de esas que te pone la vida, que lejos de debilitarme me ha fortalecido y lo ha hecho en mayor medida en la relación con los otros. Porque cuando uno está pegadito al arpa, empieza a ver que no vale la pena enojarse tanto con los demás o, por ejemplo, tener envidia; eso a mí no me sirve.

–Muchísimas gracias, Pepe.

–Gracias a vos, Teté.