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¿Son malas las armas?

* Por Jorge Manzitti. La última masacre en Río, cobrándose vidas inocentes, volverá a utilizarse -mediante el poder temible de la metáfora- para desarmar a los usuarios legales de armas. Como si el desarme aportara seguridad.

La legislación asfixiante de las armas es paradójica: persiguen y cazan en el zoológico sólo domésticos inscriptos. ¡Cacen en la selva!

No planifican desarmar ilegales. ¿Resultados?: En 1994 estigmatizaron las armas legítimas y el delito violento aumentó. Menos armas legales, más delitos.

Teníamos la mejor legislación mundial en armas. No había siniestros atribuibles a ciudadanos habilitados, excepto el loco del Barrio Belgrano.

Igualmente demolieron el excelente régimen legal, argumentando pavadas mitológicas, como que las armas son malas.

Pese a lo infructuoso, no rectificaron estrategias. Apuntan a lo banal, soslayando los nudos gordianos de la violencia. Los delitos con armas crecieron junto a la restricción de usuarios; más restricciones, más delincuentes.

En 1993 había 1.200 armerías, ahora 350. En 1993 había 1.500 delitos violentos (c/ 100.000 habitantes). En 2002 aumentaron a 3.142.

Si las armas legítimas alimentaran el circuito delictivo y las armerías disminuyeron, ¿por qué desde 1991 a 2007 aumentó el delito contra las personas de 255 a 700; contra la propiedad, de 1.000 a 1.809, y los delitos totales de 1.454 a 3.096?

La dificultad para obtener armas legítimas no mejoró la seguridad, favoreció el incremento del delito, según mediciones de Sidsa (Sistema de Indicadores de Desarrollo Sostenible Argentino) y Dirección de Impacto Ambiental y Social de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.

El slogan, "Las armas son malas, tener un arma siempre es un problema", también probó ser irreal: de quince casos de civiles que se defendieron -según los diarios nacionales-, desde 2009 a marzo de 2011, la reacción armada de legítimos usuarios argentinos resultó mayoritariamente efectiva como legítima defensa.

Desmitifiquemos: las masacres en escuelas, mundialmente, fueron trece en diecisiete años, sin saltearse ninguna, por el rating que implican. Como en diecisiete años sucumbieron ciento sesenta personas (alumnos, docentes y policías), murieron un promedio de 9,41 personas anuales.

Aunque los pro-desarme desearían que se hubieran realizado con armas legales, compárese 9,41 personas por año, con los miles o millones (no tengo estadísticas) de asesinados con armas ilegales.

La mayoría de víctimas de armas de fuego responde a armas ilegales. Aunque fueran diez contra mil por año, aludiendo a las masacres magnifican su efecto mediático. Mientras. los muertos rutinariamente con armas ilegales no son noticia.

Sólo en México, en los últimos tres años, hubo treinta mil muertos por la guerra del narcotráfico. Imposible imputárselos a legítimos usuarios, entre otras cosas, porque en México desde hace muchos años se encuentran enormemente restringidas las armas de fuego. ¿Entonces?

El resultado... a la vista: la población forzada a la impotencia, carente de armas, es víctima propicia del desigual. El Estado porfía en desarmar a los ciudadanos de bien. ¿Contumacia o complicidad?

¿No tendrían que buscar otro chivo expiatorio, renunciando a la bobería de atribuir una maldad intrínseca a las armas de fuego?

Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.