¿Son argentinos los argentinos?
*Por Alejandro Horowicz. La Universidad de Palermo encargó una encuesta entre jóvenes de 10 a 24 años para indagar sobre su vínculo con la Argentina; y debemos admitir que sus datos no resultan de interpretación simple, porque muestran elementos contradictorios.
Son argentinos los argentinos? ¿Y si no sos argentino, pero naciste y vivís acá, qué sos? ¿Qué es ser argentino en los días que corren? Estas preguntas no admiten respuestas fáciles. Si son fáciles no dan cuenta del problema, terminan siendo livianas, y por tanto, peligrosas.
Antes que otra cosa, el poder tiene para cada período de la historia nacional una propuesta de argentinidad al palo. Y no es lo mismo pertenecer, formar parte durante el Centenario, que en 1960, en el fatídico año 1976, que hoy. Dicho epigramáticamente: la propuesta cambia y los sentimientos de pertenencia también. Para cada patria, el poder definió un adentro y un afuera. Y estar afuera no fue exactamente un lugar recomendable.
A modo de arranque diremos que la Universidad de Palermo le encargó a TNS Gallup una encuesta: 904 casos, jóvenes de 10 a 24 años (se puede consultar completa en su página web), para indagar sobre su vínculo con la Argentina. Y debemos admitir que los datos recogidos no resultan de interpretación simple, porque muestran elementos contradictorios. Con un subrayado: el trabajo delata limitaciones ideológicas que traban la investigación del problema.
PRIMERA APROXIMACIÓN.
Frente a la pregunta "¿en qué te sentís identificado?" como argentino, el 94% responde "totalmente o mucho" (conviene subrayar que una cosa no está discriminada de la otra, y debiera estarlo), el 5% dice "poco o nada", y el 1% restante no responde.
Dos observaciones. La pregunta no es demasiado precisa (el "en que" abre un abanico que la contabilidad no registra) y las respuestas están formuladas de un modo curioso: "¿en qué estás identificado?" no equivale a "dónde estás identificado", y que una cosa termine siendo la otra no es poco decir.
Cuando la misma pregunta ("¿en qué te sentís identificado?") se ubica en la "provincia donde vive", el 74% afirma "totalmente o mucho", el 21% "poco o nada", y el 4% restante no responde. De modo que cuando la patria tiende a materializarse, la densidad de la identificación cae. Un añadido, todos saben la respuesta políticamente correcta, y aun así uno de cada cuatro se sitúa en el margen.
La pregunta vuelve a repetirse ("¿en qué te sentís identificado?") como latinoamericano y ciudadano del mundo. Las respuestas "totalmente o mucho" descienden a 53 y 49% respectivamente, "poco o nada" suman en ambos casos el 39%, y no sabe no contesta 8 y 12%, respectivamente. Conviene no adelantar ninguna explicación ya que la repregunta ("¿podrías decirme con cuál de las alternativas te sentís más identificado?") ayuda a poner en foco la cuestión. Sólo el 46% responde "argentino" y el 39% no sabe o no contesta. Si la pregunta hubiera sido claramente formulada y el abanico de respuestas incluyera el rechazo explícito, sabríamos a ciencia cierta, que en este caso estamos obligados a inferir que utilizan el "no sabe no contesta" como respuesta indirecta, como negativa a contestar. Y queda claro que las otras posibilidades son mucho menos pregnantes. A saber, 12% opta por la "provincia donde reside", 2% "ciudadano del mundo" y un levísimo 1% se asume "latinoamericano":
SEGUNDA APROXIMACIÓN. "¿En qué medida considerás importantes los símbolos patrios?", preguntan los encuestadores. El 51% responde "muy importantes". Para el 38% sólo son "bastante importantes", el 9% afirma que son "poco importantes", el 2% sostiene que resultan "nada importantes" y el 1% restante "no sabe no contesta".
Si las mismas preguntas se reducen al universo capitalino, las respuestas pesan distinto. Sólo el 37% responde "muy importantes", en cambio trepan hasta el 42% quienes dicen "bastante importantes", pero las verdaderas diferencias se registran en "poco importantes" (11%) y "nada importantes" (9%). Claro que el máximo contraste –tras evitar el planchado estadístico– se obtiene comparando la misma pregunta en el Gran Buenos Aires. El 56% responde "muy importantes", (contra el 37% de la Capital Federal); el 42% afirma "bastante importantes", (el promedio general da 38%). Sólo el 5% sostiene "poco importantes", (contra el 9% del promedio, y el 11 de la Capital Federal). En cambio, el 1% concluye "nada importantes", (un 2% promedio y el 9% de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
Es una verdadera pena que la encuesta no discrimine comportamiento etáreo, ya que las diferencias entre mayores y menores de 14 resultan particularmente relevantes. Conviene pensar en el impacto diferencial de 2001, crisis sin cuento, y cómo tan traumática experiencia afecta en los mecanismos de identificación.
Pero la cuestión salta con la última pregunta: "Y de tener que elegir una de las siguientes acciones, cual preferís": el 56% opta por ponerse "la camiseta/remera argentina", el 17% canta el "Himno Nacional", el 10% cuelga una "bandera de su ventana", el 7% usa "la escarapela", el 4% afirma "ninguna" y el 7% "no sabe no contesta".
En este punto la ideología de la encuesta se vuelve un obstáculo para la investigación. Si los encuestadores hubieran permitido que "las acciones" fueran abiertas en lugar de intentar encorsetar las respuestas con casilleros del nacionalismo militar (himno, bandera, escarapela) nos habríamos enterado qué piensan los muy jóvenes. No sorprende que la camiseta sea elegida como elemento identitario, y esto no supondría en sí mismo un vínculo necesariamente menos firme. Sin embargo, estos datos hacen serie con el 39% que no contesta una pregunta clave: "¿podrías decirme con cuál de las alternativas te sentís más identificado?" Esto, a mi modo de ver, supone y contiene, una respuesta doble: rechazo a los símbolos del pasado, debilidad de los del presente.
No sólo no se sienten ciudadanos del mundo, sino que tampoco adscriben a una identidad en construcción: la latinoamericana. En ese punto, los jóvenes nos hacen saber que más allá de la cháchara, semejante construcción política no se puede hacer en una sociedad tan explícitamente xenófoba. El desprecio por los pueblos originarios –registrado una vez más en Formosa, pero no solo allí– y por los ciudadanos de los países limítrofes, traba cualquier proyecto de integración.
Entonces, el horizonte de una identidad superior apenas se esboza, y la pertenencia rotunda a la sociedad argentina recibe un respaldo de sólo 46%. Los demás se sienten de ninguna parte. Por tanto, la identidad nacional tiene a futuro –de corroborarse esta tendencia– una componente recesiva.
Es bueno que el nacionalismo de trocha angosta –clerical, racista, homófobo y masacrador– comience a quedar atrás. Este vacío remite a la falta de propuesta colectiva, y esa ausencia, de ningún modo es responsabilidad de los muy jóvenes. Es tiempo que la política, que los proyectos políticos, pasen a considerar la pobreza de su agenda propositiva. Y esta es una medición incompleta de ese vacío, un punto de partida para una nueva investigación.