¿Somos lo que elegimos ver o una sociedad teledirigida?
Cualquier camino nos lleva a la televisión. Una televisión enajenada, devenida en escándalos, con un movimiento asociado a un retorcido entramado en el que "todo vale".
Por Luciana Arnedo
No deja de sorprenderme, día a día, la elección que hacemos a la hora de leer, de mirar y/o de analizar una noticia, un video o un programa de televisión. Las notas más leídas -el nuevo imperio cibernético- y los programas más vistos son aquellos que muestran algo del orden privado, algo relacionado al escándalo o aquello que limita con lo viciado.
Muchos no podemos prescindir de consumir las "manifiestas falsas ficciones" montadas en un programa de televisión. Quién duerme con quién, el video prohibido de fulana de tal, la celulitis de mengana, quién está enojado con quién, la cocaína en la nariz de algún extraño conocido, insultos, calumnias, maltratos, etc., etc. Este extraño apetito de saber la intimidad de los demás, el voyeur que llevamos dentro.
¿Es trascendental esta "exhibición" para sobrevivir a nuestra rutinaria existencia?
Nos adentramos a menudo en un espectáculo lunático y aterrador. ¿Somos aquello que consumimos? Miramos porque: ¿nos identificamos?, ¿porque nos gusta?, ¿para evadir nuestros problemas?, ¿para despotricar? ¿O simplemente vemos aquello que no se articularía en nuestras vidas?
Me pregunto si la pantalla es un simple servidor de lo que nos gusta, o si lo que nos proporciona la misma, repetidamente, logra una desviación y un acostumbramiento que hace que demandemos más de lo mismo.
Aquellos responsables de ofrecernos este espectáculo a modo de deporte logran alcanzar una gran influencia sobre nuestras elecciones. Me pregunto si todos tenemos la capacidad para interpretar los acontecimientos, para discriminar la ficción de la realidad, para distinguir lo que está bien de lo que está mal.
Detrás de un argumento anodino puede comenzar un problema. La enseñanza informal de la televisión -junto a la educación de la familia, la escuela y la Universidad- puede contribuir a la formación de ciudadanos más civilizados, más libres y mejor orientados en nuestra sociedad.
Atrapados en las redes del comercio, con un lenguaje y un mensaje pusilánime para muchos. Personajes con un enfoque muy peculiar del mundo. Fórmulas que muestran signos de poca inventiva, en un período de crisis en el que es necesario buscar nuevas perspectivas.
Mi intención no es quitarles el prestigio a los autores de dichos programas que utilizan el rumor como noticia, o a los conductores responsables de comunicar, sino reflexionar acerca de lo que nos dicen y escuchamos, recapacitar acerca de lo que miramos y creemos.
Sería todo un gesto de civilidad si quienes hacen la televisión fuesen conscientes de su responsabilidad social. Si fuesen selectivos y apostasen a un producto íntegro, inculcando valores más dignos, pensando en el televidente, pensándolo como a un prójimo, como a un gran discutidor y no como a un estúpido que consume basura.
La televisión entra a cualquier hogar y en muchas ocasiones su funcionamiento es continuo. La abundante cantidad de imágenes con poco y precario contenido fomenta un nuevo modo de ver y de ser.
Ver la televisión o navegar por internet se ha convertido en un gesto automático. La relación entre estos esquemas de comunicación social y el público se va acentuando día tras día. La ráfaga de imágenes, palabras y sonidos sobrepasan la barrera del mundo de las apariencias entrando al mundo de la realidad. Analizar sus efectos es elemental ya que son muchos los niños que captan los mensajes de la parrilla televisiva, y son éstos, los niños, quienes ofrecen menos amparo ante un mensaje descuidado.
Que la diversión esté vinculada con el placer y con el aprendizaje. Que el entretenimiento no nos despiste. Hay una buena dosis de humillación como para tomar en serio. Sería maravilloso que la televisión sea un abastecedor para entretener y aprender sobre el funcionamiento del mundo y sobre el papel que nos toca jugar en él.