Sobre poder y reelecciones
Por Héctor Ciapuscio* ¿Cuál es la raíz psicológica del desenfreno por el poder? En los picantes borradores sobre la política criolla que se pueden leer en el tomo IV de los "Escritos póstumos", señalaba Juan Bautista Alberdi que al hombre que gozó una vez del poder le quedan el gusto de su ejercicio y el empecinamiento de continuar en su posesión indefinidamente.
"Lo que más desea el que ha tenido el poder algunos años (sea como rey o emperador, o presidente o gobernador) es seguir teniéndolo siempre".
Hay épocas en las que esas apetencias se hacen impúdicas y ésta es una de ellas. Ya es habitual en nuestro país asistir cada tanto al fenómeno de una avalancha de gobernadores o intendentes que se empeñan en continuar reinando en sus ciudadelas cuando se acerca el término legal "porque el pueblo lo quiere". No hablemos de intendentes porque el cuadro de los barones de la periferia porteña, representativo de parte del conjunto, es obsceno.
Hablemos de gobernadores cuyo historial, signado por vicios endémicos de atraso cultural y presupuesto deficitario, es patético. Recurriendo sólo a la memoria para no entrar en vericuetos informativos insalubres, podemos señalar una serie de ambiciosos institucionales sostenidos por aparatos burocráticos que gozan de sueldos y jubilaciones como los de un país próspero.
¿Cómo hacer un ranking de los casos de funcionarios provinciales según supervivencia abusiva? Quizá restringiéndonos a unos pocos, el que se lleva la palma es Gildo Insfran, el de Formosa, a quien sus súbditos llaman "El gobernador eterno". Éste llegó al mando en 1995 y está aspirando a un quinto mandato consecutivo en base a la franquicia de una Constitución provincial que le posibilita "reelección ilimitada". Un lugar privilegiado corresponde a José Alperovich, de Tucumán. En la provincia de Alberdi, el actual gobernador, con primer mandato en el 2003, ha logrado de un parlamento oficialista la reforma constitucional necesaria para que pueda alcanzar un nuevo período, lo que llevaría a doce años su reinado. Otro gobernador ambicioso es José Luis Gioja, el de la provincia de San Juan, uno que integró la aún invicta lista Banelco del Senado nacional. Hace poco se votó allí una reforma de la Constitución y el resultado lo habilita ahora para una tercera gestión. Y por último, para obviar referencias a otras provincias con subdesarrollo y autoritarismo endémicos, podemos cerrar el comentario con San Luis, la de la dinastía de los Rodríguez Saá, uno de cuyos representantes está culminando la última de sus reelecciones sucesivas.
Pasemos a otro nivel, mucho más grave, el de presidentes de la República que han insistido en extender sus plazos dentro de la legalidad o forzándola. (1) En ese escenario se desprende de nuestra historia una lección: nunca segundas partes fueron buenas. Es una lección que los aspirantes a reelecciones no deberían desdeñar. Sobre el total de cuatro presidentes reelectos no hay uno que se haya salvado del fracaso.
El primer caso fue el de Roca. Había cumplido su primer mandato en 1886 y, como la Constitución no permitía la reelección inmediata, esperó lograrla luego del período en el que movió los hilos con sus incondicionales; así triunfó en 1898. Este nuevo período suyo resultó despótico, de continuas intervenciones federales en provincias, de ley de Residencia para inmigrantes, de "manda Roca y punto en boca". Un diario decía en 1904: "Sin su venia es imposible ser juez, ni diputado, ni senador, ni gobernador. Ha adquirido la mala costumbre de no tolerar obstáculo a su omnipotencia; se ha convencido de que los poderes Legislativo y Judicial no son de la misma jerarquía que el suyo, sino subalternos puestos a su servicio para que sancionen lo que a él le plazca y le rindan pleitesía".
El segundo presidente premiado con reelección fue Hipólito Yrigoyen, en 1928. Triunfó abrumadoramente. Pero el caudillo que había gobernado con éxito entre 1916 y 1922 no pudo concluir el nuevo mandato. Rasgos de senilidad, la crisis mundial de 1929, los impetuosos nacionalistas, la prensa amarilla y los conservadores voltearon al "Peludo" en 1930 por intermedio de Uriburu y los cadetes del Colegio Militar. Hasta los estudiantes y los socialistas acompañaron la defenestración de Yrigoyen, un episodio que marcó el inicio de la larga decadencia argentina.
El tercero, Perón. Elegido con escasa mayoría en 1946, fue, amañada la Constitución, abrumadoramente reelecto en 1952. Una apreciación positiva de su primer mandato condujo a la ilusión de una continuidad exitosa en un segundo pero, agotadas las providenciales condiciones económicas del primero y luego de graves perturbaciones, naufragó con los golpes militares de junio y septiembre de 1955. Perón tuvo una tercera reelección en 1974. Así como en el interinato de Cámpora habían eclosionado disensiones internas del peronismo que resultaron en cosas como las guerrillas y Ezeiza, los meses de gestión de un hombre viejo y enfermo desembocaron en realidades obscenas o criminales como la Triple A, el cogobierno de López Rega y la sevicia del Proceso.
El cuarto reelecto fue Carlos Menem. Al entrar en las fases finales de su primer mandato iniciado en 1989, forzó una reforma de la Constitución en 1994 que le permitiría la reelección al año siguiente. Triunfó abrumadoramente. Este segundo mandato se inició en 1995 y concluyó miserablemente en 1999. Gran parte del mismo dio lugar o, mejor, instaló, según es bien sabido, un ambiente culturalmente asfixiante y un grado de oportunismo político y corrupción del que el país no acaba de salir.
Ésta ha sido una crónica realista de cuatro reelecciones –las dos primeras con período intermedio y dentro del marco de la Constitución de 1853 y las dos últimas inmediatas por vía una reforma previa– que condujeron a desastres.
(1) Veamos una nota de 1874 sobre reelecciones en los "Escritos póstumos" de Alberdi. "Si tuviese yo que escribir de nuevo o reformular el artículo 77 de la Constitución, lo redactaría así: 'El presidente y el vicepresidente durarán en sus empleos el término de seis años, y no pueden ser reelegidos en ningún caso ni en ninguna forma. Toda reelección presidencial, en una forma más o menos encubierta es un ataque contra el principio republicano, cuya esencia consiste en la movilidad periódica del personal del gobierno. Que el que ha sido presidente no pueda volver a serlo en su vida. Una sola elección y nunca dos".