Sobre mentiras y naturalezas
* Por Mempo Giardinelli. Señora Presidenta: Nuevamente, y con todo respeto, me permito reflexionar con usted, ahora acerca de un viaje por el interior profundo de los Estados Unidos, donde estoy circunstancialmente.
Para quien no lo sabe, West Virginia parece estar en muchos aspectos todavía en el siglo XIX. Como en viejas películas (por caso Deliverance, de John Boorman, 1972), los norteamericanos de este Estado bellísimo, de idílicos paisajes de montañas y lagos, y tan parecido a su Santa Cruz, son en su inmensa mayoría altos, rudos y toscos como buenos montañeses. Casi no se ven negros aquí, ni orientales ni hispanos. Es notable cómo a sólo seis horas en coche desde Washington, uno se encuentra con la imagen tradicional del estadounidense grandote y pelirrojo. Los llaman "red-necks": cuellos rojos.
Es un Estado de clara mayoría republicana, atestado de iglesias para todos los gustos y credos y con la bandera de barras y estrellas en casi todas las casas, en muchos casos junto a las fotos de hijos muertos como soldados en alguna guerra. La razón es que no hay muchos puestos de trabajo y las fuerzas armadas son aquí un empleo tentador, aunque con alto riesgo de morir joven.
Este domingo en la ciudad de Elkins, West Virginia, me despierta un largo artículo en el The New York Times sobre la inflación en la Argentina. Firmado por un tal Alexei Barrionuevo, ofrece la remanida idea de una Argentina caótica, con inflación disparada, consumo irresponsable y augurios tormentosos. Nada nuevo, me digo, sofocando el fastidio que produce la tendenciosidad de cierto periodismo internacional. No lo esperaba de NYT, Señora, pero es lo mismo que uno leería en El País, de Madrid.
Los informantes del articulista son cuatro economistas conocidos: Sergio Berenstein, de la consultora Poliarquía; Esteban Fernández Medrano, ex asesor del Estudio Miguel Angel Broda y ahora en la consultora Macrovisión, y los doctores Domingo Cavallo y Martín Redrado.
"Oh, my God", pienso, en inglés. Y siento tanta pena por la Argentina como por el periodismo objetivo, al que en este país se supone que rinden culto.
Después sigo viaje y me llaman la atención la naturaleza impoluta, el extremo cuidado de los bosques, la limpieza general y la admirable y respetada cartelería educativa. Es impactante: aquí hasta los aserraderos son limpios y ordenados, y están obligados a reforestar todo lo que cortan. Así, los pinos, maples y otras especies cuyos nombres ignoro están sanos, enhiestos, y eso a lo largo de decenas, centenares de kilómetros. Miles de hectáreas cubiertas de bosques nevados, ríos de aguas transparentes y todo limpio, sano, a salvo de depredaciones. Y nuevamente me duele mi país, tan devastado.
Pienso en mi Chaco arrasado por décadas, en el ex Impenetrable, y ahora en los asesinatos de La Fidelidad, que serán un negocio y no, como debería ser y con urgencia, un nuevo y enorme Parque Nacional. No te hagas ilusiones, me digo, y pienso en los que quieren hacer del Iberá un arrozal; en los que están cerrando ahora mismo el Ayuí con la venia del gobierno correntino. Y evoco recientes visitas a los Parques Nacionales Iguazú, Calilegua en Salta y Baritú en Jujuy, que dan pena con su pobre infraestructura, bajos presupuestos y heroicos guardaparques colmados de limitaciones y bajísimos salarios. Y quién sabe si no fueron ya invadidos por usurpadores.
Pienso también que el próximo vicepresidente de la Nación podría ser el Señor Gioja, tan amigo y favorecedor de las multinacionales mineras. Esas mismas que cuidan estos parques de West Virginia y los centenares de parques de los Estados Unidos, donde la naturaleza no se toca y no se atreverían a cortar ni un tronco viejo.
Pero nosotros sí los dejamos. Mejor dicho, nuestros gobernantes desde hace décadas, desde los milicos y antes de los milicos y después de los milicos, que es lo grave. Incluso su gobierno, Señora, y se lo digo con la modesta autoridad de quien tantas veces lo defiende, aunque no en este punto. Porque el Señor Gioja es ambientalmente temible, como lo es el Señor Mussi en la Secretaría de Medio Ambiente. Cuando de hecho se congela nuevamente la Ley de Glaciares, para muchos de nosotros es inexplicable ese entusiasmo por la minería a cielo abierto, que es la próxima catástrofe de la Argentina.
Y es claro que la oposición no es esperanzadora a este respecto. Sería peor si gobernaran los que ya fueron gobierno: radicales y peronistas, liberales y conservadores, de Alfonsín a Duhalde y pasando por Menem y De la Rúa, cada gobierno fue ambientalmente igual o peor. Y si llegara a la presidencia el Señor Macri, que Dios nos guarde, porque ya ha mostrado tener tanta sensibilidad ambiental como una Caterpillar de las grandes.
Por eso no dicen nada. Esa es la perversa razón por la cual la oposición, los grandes medios y los periodistas de la tele no dicen ni una palabra de esto. Podrían hacerse un festín criticándola a usted y a su gobierno en materia ambiental. Pero no dicen nada porque todos fueron favorecedores de lo mismo, y sin dudas lo serían de alcanzar el gobierno.
Lo penoso –y paradójico– es que sea su gestión, Señora, la que hace el trabajo sucio. Cuesta entender que el mismo gobierno que sancionó la Ley de Medios y puso en marcha la Asignación Universal por Hijo –y que lleva a cabo políticas acertadas en Derechos Humanos, Defensa, Relaciones Exteriores, Seguridad e incluso en el rumbo económico general– sea el que favorece y ampara la minería a cielo abierto en Catamarca, San Juan, Salta, Jujuy y dentro de poco en toda la cordillera.
El territorio argentino está siendo arrasado, Señora. Lo recorro año a año; veo el deterioro. Cambia nuestra geografía, peligran las aguas, los bosques, ahora las montañas. La minería a cielo abierto es un crimen y en muchos países está prohibida. Igual que la soja transgénica. Por eso me siento en el deber de decir esto cuando veo cómo en este país –que tantos argentinos critican sin conocer– la naturaleza es cuidada como lo que es: una madre. Lo cual no quita que la mayoría de sus empresas cuando salen al mundo depredan a lo bestia. Con acuerdo local, tantas veces.
No soy fundamentalista ni dogmático de nada. Y además voy a votarla si usted se presenta, como espero, a la reelección. Quiero que siga gobernando porque comparto el rumbo de su gestión en muchísimos aspectos y políticas sociales. Pero no quisiera votarla bajo protesta ambiental. Por eso esta carta.