Sin Kirchner, las crisis ya no son huracanes
*Por Carlos Pagni. El aparato del poder estaba atareado en embellecer con más y más virtudes cívicas la memoria de Néstor Kirchner cuando WikiLeaks y los correos electrónicos del asesor Manuel Vázquez irrumpieron en la escena. Es comprensible que la Presidenta, siempre locuaz, haya esta vez enmudecido.
Los datos que brotan de esos manantiales son capaces de empañar la personalidad de su marido.
La elevación de Kirchner a los altares cuenta con dificultades menos escabrosas. Al mismo tiempo que edifican esa apoteosis, los discípulos del santo comienzan a abandonar sus enseñanzas. Se alarman por la inflación, golpean a las puertas del Fondo Monetario Internacional (FMI), ofrecen al Club de París el generoso pago de la deuda, y hasta prometen un aumento de tarifas. La Cumbre Iberoamericana también fue ganada por la herejía: Cristina Kirchner fue la principal abogada de los Estados Unidos contra la condena a las filtraciones diplomáticas que quería emitir el bloque bolivariano. Sucedió en Mar del Plata, junto a las mismas playas que cinco años atrás habían visto a su esposo zamarrear al presidente de esa potencia. El encumbramiento ritual de Kirchner y este revisionismo componen una paradoja detrás de la cual palpitan varias verdades del momento político.
La tentación más inmediata es pensar que esos dos movimientos no son contradictorios, sino complementarios. Es decir: hace falta que Kirchner ingrese pronto al panteón de la nacionalidad para que sus herederos disimulen el rescate de una experiencia político-administrativa que con su fundador llevaba un rumbo de fracaso. Sólo transformando a Kirchner en una figura indiscutible podrían comenzar a discutirse sus principales decisiones. De ser así, el ex presidente habría prestado a su esposa un último servicio invalorable: el de ausentarse en el momento oportuno, cuando todavía había tiempo de salvar al edificio de un derrumbe que las elecciones del año 2009 ayudaron a prever. Vista de este modo la jugada, tendría razón Lula: Kirchner fue el Maradona de la política.
Con todo lo atractiva que pueda resultar, esta hipótesis es sospechosa: supone una habilidad para la autocrítica que el oficialismo no posee. Es mejor imaginar una explicación menos sofisticada. O más inocente. Del diálogo con numerosos funcionarios se infiere que la muerte de Kirchner liberó a su equipo de un pasivo que estaba determinando el hundimiento de la empresa. Ese pasivo era la imposibilidad de poner en tela de juicio las órdenes que llegaban desde lo alto. Kirchner era un jefe absorbente e inapelable que premiaba casi una sola capacidad: la de ejecutar sus mandatos sin la contaminación de un sello personal. Esa sumisión extrema era a la vez muy cómoda, ya que relevaba a los colaboradores de cualquier responsabilidad.
Ahora que falta el líder, ese método se ha vuelto impracticable. No se trata de creer que una iluminación celestial ha modificado la visión de los que gobiernan. Desaparecido aquel garante de última instancia, al frente del poder quedó una mujer que debe tomar decisiones delicadas mientras llora a su marido. En esa fragilidad está, sin embargo, su fortaleza. Porque la ausencia de Kirchner ha abierto espacio a la duda. Y "duda" significa ?racionalidad'.
El primer mes de luto produjo algunas evidencias. La principal es que Cristina Kirchner asumió que la inflación es una amenaza para su gobierno. El pacto de precios y salarios que negocia Julio De Vido deviene de esa percepción. El ministro quiere que las próximas paritarias no convaliden aumentos superiores al 20%. Piensa también atraer al empresariado con créditos públicos por alrededor de $ 6000 millones.
De Vido prepara otro manjar para los hombres de negocios. Sugirió a los principales operadores del sector energético un aumento de tarifas. Mañana, la Presidenta anunciará a los productores de gas una mejora en sus precios. A los generadores se les aseguró el pago de viejas deudas. Y a las distribuidoras de gas y electricidad se les aconsejó que reclamaran un incremento de sus ingresos, que, a la larga, les será concedido. "Ya te hicimos caso varias veces, pero después Kirchner nos mataba", le comentó un empresario a De Vido. El ministro contestó lacónico: "Ahora Kirchner no está".
El frente externo también registra apostasías. Héctor Timerman y Amado Boudou, dos detractores sistemáticos del FMI, viajaron a Washington a pedir la colaboración del organismo en la confección de un índice nacional de precios. Es verdad que esta vuelta carnero fue hija del rigor. La burocracia del Fondo había puesto a consideración del directorio una condena contra el Indec y sus fraudes estadísticos. Para la Presidenta, era imprescindible evitar ese pronunciamiento, ya que podría haber obligado a su exclusión del G-20, la tribuna internacional que más aprecia. El reencuentro con el Fondo y la negociación con el Club de París hacen juego con la posición del Gobierno en la cumbre de Mar del Plata.
La velocidad de estos giros desnuda una información inconveniente: las decisiones de Kirchner despertaban entre sus colaboradores más desconfianza que la que permitían imaginar los juramentos inquebrantables realizados sobre el féretro. También se entrevé ahora que muchas advertencias y críticas de la oposición y del mercado tenían más credibilidad entre los funcionarios que la que ellos podían admitir. Hay también un cambio de estilo: crisis como las de WikiLeaks o Vázquez ya no producen huracanes como los que desataba Kirchner. Son trivialidades frente a esta novedad central: el oficialismo se está planteando algunas preguntas relevantes.
Es verdad que la calidad de las respuestas es dudosa. ¿Se puede tramitar un acuerdo empresarial con un gobierno que con tal de quedarse con una compañía es capaz de fraguar contra sus propietarios una denuncia por crímenes de lesa humanidad? ¿Se sentará Moyano a la mesa del acuerdo salarial mientras los jueces, que él cree subordinados al Gobierno, allanan su sindicato y ponen a su esposa al borde del procesamiento? El viernes en Mar del Plata, en rueda de gremialistas, dijo que no lo haría. Héctor Magnetto (CEO de Clarín ) y Moyano siguen siendo los problemas cruciales de la señora de Kirchner.
No son, es verdad, las únicas incógnitas. ¿Se puede sellar un acuerdo empresarial mientras Guillermo Moreno siga al frente de la microeconomía oficial? ¿Alcanza con comprometer al Fondo en la búsqueda de una salida para el Indec, si después se ignoran sus sugerencias, como ocurrió con la Universidad de Buenos Aires? ¿Es suficiente con subir las tarifas y pagar al Club de París para reconectar a la Argentina con las corrientes de inversión internacional? ¿Cabe esperar que la inflación se modere por un pacto corporativo, si los factores monetarios y fiscales que impulsan su escalada siguen fuera de control? La prueba piloto del acuerdo que hizo De Vido en el sector energético está naufragando en estos días: en Santa Cruz y Chubut, hay dependencias de YPF tomadas por el personal, y el área metropolitana asistirá esta semana a un paro de Luz y Fuerza. En definitiva, ¿es posible esperar mejores soluciones de funcionarios que, en su mayoría, fueron seleccionados por su predisposición a trabajar como autómatas?
La oposición puede tranquilizarse respondiendo con un no a estos acertijos. Puede también apostar a que la previsible empatía que despierta toda viuda se vaya evaporando con los días. Pero quienes compiten con el oficialismo caerían en un error si no advirtieran que, con el fallecimiento de Kirchner, el Gobierno ha perdido mucho más que un mal candidato presidencial. Con Kirchner se ha ido también un líder irreflexivo, que condenaba a los suyos a un único punto de vista, enredándolos en conflictos cada vez más incomprensibles.
A la esposa y a los sinceros amigos del ex presidente les debe resultar intolerable que una ausencia tan dolorosa para ellos sea, al mismo tiempo, muy saludable para el Gobierno. Es menos razonable que los líderes de la oposición no admitan que la muerte, en este caso, puede haber operado como una medicina. Es decir, que ahora les aguarda una tarea más exigente; que ya no les bastará con vituperar al que administra; que para capturar el poder sólo basta con ingresar al ballottage. Quienes pretendan reemplazar al Gobierno deberán elaborar un concepto, diseñar una estrategia, imaginar un futuro. Quien se demore en esa tarea corre un riesgo inesperado: que termine siendo Cristina Kirchner la que, antes de las elecciones, y acaso sin darse cuenta del todo, declare inaugurado el poskirchnerismo.