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Sin adultos no hay educación

*Por Gustavo F. Iaies. Una interesante reflexión sobre el fondo de la crisis educativa argentina, donde se enfatiza en la deserción de los padres para educar a sus hijos y en las razones de tan raro y negativo fenómeno.

Entre los 15 y los 60 años, todos queremos tener 20. Y el problema es que resulta muy difícil construir una sociedad en la que todos seamos jóvenes, innovadores, transgresores, esbeltos, soñadores, extremistas e inestables. Una sociedad requiere también de unos adultos que sean portadores de la ley, el orden, el equilibrio, la transmisión, la responsabilidad.

La educación es fundamentalmente el dispositivo a través del cual los adultos de una sociedad les transmitimos nuestro legado a los jóvenes. Saberes, valores, experiencias, son las herramientas a través de las cuales intentamos garantizarles a ellos, la construcción de su proyecto de vida y a la sociedad, el modo de perpetuarse y mejorar.

Pero este dispositivo requiere de dos que sean distintos, asimétricos, uno que enseña y otro que aprende, uno que cuida y otro que es cuidado, uno que asume las responsabilidades del proceso y otro que puede permitirse la exploración y el ensayo, uno que fija las pautas y las reglas y otro que intenta transgredirlas, modificarlas.

Más allá de que estas divisiones no sean tan taxativas, se trata de una relación asimétrica, impar.

El problema es que cuando creemos que somos iguales, los chicos se quedan sin garantes, sin responsables que los cuiden... se quedan solos. Una sociedad sin adultos pone en riesgo la posibilidad de educar.

Una de las dificultades centrales de nuestra educación es que nos hemos vuelto una sociedad de jóvenes y adolescentes; todos queremos transgredir, innovar, ser rebeldes, reclamar derechos sin asumir obligaciones y extremar nuestros planteos. El equilibrio, la mesura, el respeto por las reglas, el cuidado, el consenso, han perdido prestigio.

Cuando los profesores constituyen frentes de protesta con los alumnos, cuando pensamos una escuela democrática en la que todos los actores tienen voz y voto en condiciones simétricas, o transformamos la política educativa en una discusión ideológica que es más importante que la suerte de los chicos, rompemos la regla básica: adultos responsables de transmitir un legado a niños y jóvenes.

No se trata de volver a los padres del pasado que no dialogaban con sus hijos, ni volver al modelo de profesores autoritarios y distantes. Se trata de ser capaces de construir "un lugar" de los adultos por la positiva, no en oposición a nuestros padres, a nuestros profesores, a los autoritarismos del pasado.

Los chicos reclaman adultos convencidos que deben educarlos, cuidarlos, transmitirles valores, pautas, reglas, más allá de que se peleen con ellos.

Quizás, justamente, los necesitan para confrontarlos y construirse a sí mismos en esa confrontación.

No les servimos estos adultos culposos que dudamos de nuestros lugar, de si tenemos algo interesante para transmitirles, incluso si debemos enseñarles algo.

Para educar hay que estar convencidos de hacerlo, de que tenemos algo valioso para transmitir, que es bueno que lo hagamos, y que esa es nuestra responsabilidad social.

Hemos construido una sociedad de adolescentes, extremos en nuestras posiciones, poco realistas en los planteos, ponderamos la transgresión sobre el orden, las ideologías sobre los hechos, nuestras ideas por sobre la realidad.

Nos preocupa mucho más lo que "queremos" que lo que "debemos", nos seducen más las posiciones extremas que las equilibradas, reclamamos derechos pero somos pocos propensos a las responsabilidades.

¿Qué espacio diferenciado les queda a los jóvenes en una sociedad en la que todos somos jóvenes?

¿Cuál es el sentido de la transgresión en una sociedad que no siente valor por la ley?
Para mejorar la educación, necesitamos estar convencidos de que queremos y debemos asumir esa tarea, que tenemos cosas para transmitir, que son valiosas, que podemos irlas revisando, pero mientras tanto las seguiremos transmitiendo con toda la convicción que los chicos y jóvenes necesitan.

La educación necesita de adultos que asuman que esa condición implica responsabilidades, que entiendan la prioridad por el futuro de los chicos. Asumido nuestro lugar de adultos podremos discutir otras cuestiones.

Los chicos no quieren más a los adultos porque sean más o menos exigentes, más o menos rígidos, lo que no les perdonan es la ausencia y el abandono.