DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Si no nos cambia el coronavirus...

El virus no sólo deja a su paso muertos y enfermedad, sino que devela los verdaderos rostros del egoísmo. 


Hace casi once meses que nuestra vida ya no es la misma. No lo digo desde lo personal, ni desde el punto de vista del país. Hablo del mundo. EL MUNDO entero cambió. Las primeras reflexiones y sensaciones ante un virus desconocido que aparentemente nació en China, y que conocimos como "La gripe de Wuhan", área en donde apareció el paciente 0, fueron mutando al igual que el propio virus. 

Primero sentimos que "estaba lejos, que no iba a llegar a la Argentina", pero tal vez lo más hipocondríacos nos adelantamos y ante un resfrío por los cambios de clima propios de la época o el uso del aire acondicionado por las altas temperaturas, pensábamos: "¿No tendré el virus chino ese?". Aún recuerdo el miedo de un conocido que me dijo "Vine de Brasil así y mi mujer está con fiebre, pero se tomo un ibuprofeno y se le fue, así que no creo que sea el virus ese que anda dando vueltas". Por suerte no era. Pero a los pocos días, se confirmó el primer caso del argentino que vino de Milán, infectado y que claramente no fue controlado al llegar porque "acá no podía pasar nada". 

Desde allí, desde esos primeros días de marzo, todo comenzó a cambiar. Que el uso del barbijo si, que el uso del barbijo no. Recuerdo al Doctor López Rosetti enseñándonos cómo hacer un tapabocas caseros con una remera vieja y dos gomitas para el cabello. Todos comenzamos a buscar en casa con qué podíamos hacernos el barbijo casero.

Para aquel entonces, los casos estaban en pleno aumento en el AMBA, pero en el interior (salvo Chaco) estaba todo un poco más controlado. El aislamiento total dijo presente y todo lo que teníamos planeado -y abonado en muchos casos- quedó suspendido por dos semanas. Casamientos, cumpleaños, bautismos. Todo. Y todo veíamos con el ojo esperanzador de "Para abril seguro que esto se termina". "Yo creo que para mayo, ya vamos a poder festejar", pero no. Llegaron los días, el almanaque fue perdiendo hojas, como caían las hojas de los árboles primero en otoño, después en invierno. El encierro seguía, los casos cada vez estaban más cerca. Y de pronto personas muy cercanas comenzaron a enfermar. Los hospitales ocupados ya en varios puntos del país. Las filminas del Presidente y la curva que no se aplanaba. 

Por momentos no entendíamos bien qué pasaba, pero sabíamos que esa curva de contagios debía aplanarse para poder cambiar de fase. En el medio, una economía que ya venía golpeada, ahora perdía casí por KO. 

Con la llegada de la primavera, la esperanza se renovó y muchos quedamos atrapados en la fase 4, ilusionados que con la llegada del verano el virus muriera. Pero no, mientras monitoreamos lo que pasa en Europa y Estados Unidos -como si la enfermedad no existiera en África, Asia u Oceanía- queremos saber más. No sabemos si sirve limpiar todo lo que traemos del súper o si vale para matar al virus desinfectar las llaves, el celular, las tarjetas y el DNI. Tratamos de manejar poco efectivo, porque alguna vez habían dicho que el dinero podía funcionar como vector del Covid-19. Nos sacamos los zapatos al ingresar a casa, limpiamos más que nunca con lavandina. Todo eso para cuidarnos a nosotros y a nuestros seres queridos.

Pero, ¿qué pasa con los que no se cuidan? Por qué debemos estar todos a merced de unos pocos -o muchos- irresponsables, que no comprenden que el aislamiento terminó, pero que el distanciamiento continúa.

No pueden entender que una fiesta clandestina puede contagiar a cientos, hacer colapsar un sistema de salud que -aunque un poco reformado- sigue siendo endeble, que los médicos y enfermeros se exponen constantemente y ese riesgo bajará sólo cuando no haya más casos. 

Que si "a mi no me pasa nada porque no soy de riesgo" puedo contagiar y enfermar gravemente a los más débiles o a los ancianos. Ser "sano" no implica que no podamos perjudicar gravemente a nuestros padres o abuelos. 

Aprendimos que aunque hayas tenido la enfermedad, te podés volver a contagiar y que no podés andar sin tapabocas porque estás exponiendo a los demás. 

Dejemos de pensar que "no pasa nada" y me saludas con un beso, haciéndome quedar mal a mí porque me niego. Dejemos de llevar a los nenes a "los cumpleañitos", el diminutivo no hace el evento menos peligroso. Claro que queremos que nuestros hijos disfruten, pero sin riesgos. No pasa porque sean poquitos si se juntan en una casa. Júntense en una plaza, al aire libre y sin compartir, vasos, botellas ni golosinas. Es difícil para los chicos, si. Pero está en nuestra conciencia social la responsabilidad de explicarles. Son chicos y no por eso menos inteligentes. 

Es hora de entender que hoy más que nunca mis derechos terminan donde comienzan los del otro. El otro somos todos.   Si la lamentable cantidad de malos momentos, muertos y miedo no nos cambia y  no nos mejora como sociedad, ya no se qué lo puede lograr.

Dejá tu comentario