"Si no hubiera sido actriz, estaría loca"
*Por Diego Lerer. Presenta mañana en Cannes "Infancia clandestina" Interpreta en el filme de Benjamín Avila a Charo, una militante de los ’70
que vive clandestinamente durante la "contraofensiva montonera". "Me costó salir del papel", dice.
Hace ya varios años, Natalia Oreiro decidió pegar un giro en su carrera y tal vez sea mañana, con la presentación de Infancia clandestina en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, que ese giro llegue a su punto más visible. La actriz protagoniza este filme de Benjamín Avila en el que interpreta a Charo, una militante de los ’70 que vive clandestinamente durante la llamada "contraofensiva montonera" de 1979.
La película del director de Nietos es fuertemente autobiográfica y se centra en las vivencias de Juan, el hijo de Charo de 12 años al que hacen llamar Ernesto, que tiene que experimentar las complicaciones de esa vida desde su propia perspectiva, más preocupado por su primer amor que por las circunstancias políticas de la época. El elenco de adultos lo completan César Troncoso, Ernesto Alterio y Cristina Banegas.
"Está buenísimo –dirá Oreiro sobre la experiencia de venir a Cannes a Clarín-. Poder acompañar a la película es genial. Hacer cine tiene muchos procesos, desde que te enamorás del guión, del personaje, la entrega con el rodaje y todos esos estados emocionales que fueron especialmente fuertes en esta película. Me costó bastante salir del papel y es la primera vez que me pasa eso. Después de ese proceso, te alejás, y estar en un festival es abrir una ventana, un refresco total. Es la parte de menos estrés de todo mostrar algo que te gusta."
Si bien para Oreiro, las cámaras y las galas pueden no ser estresantes, sí lo son para un director. En especial, uno que vivió buena parte de la película que cuenta, y que tiene con ella una relación de exposición doblemente fuerte.
"Estar en Cannes es exponer la película en el lugar en el que mejor la van a comprender, en el que el cine tiene un valor como obra. Y es un reconocimiento que te seleccionen. Además, es el único momento en el que como cineasta te enfrentás directamente con el público", dice el realizador.
Las historias de a dictadura en la Argentina son bastante conocidas en Francia. ¿Cómo piensan que puede ser recibida la película?
Oreiro: Para "Benja" es algo muy cercano y personal; yo la veo como una historia universal, más allá del contexto de dictadura y de la contraofensiva montonera. Para mí es también una historia de amor, y alguien que no conoce lo que pasó, la puede ver y entender igual: los nenes, el despertar sexual, esta vida clandestina. La película, dentro de lo fuerte que es, tiene mucho humor, los personajes se permiten reírse de sí mismos.
Avila: Si yo tengo que narrar mi infancia no voy a contar lo malo. Me acuerdo lo bueno: mis amigos, el mar en Cuba, cuando estábamos clandestinos en la Argentina. La parte traumática está, es parte de un recuerdo oscuro, pero lo primero que siempre me sale son las cosas vitales. Esta es una historia vital de un chico que se enamora en esa situación. Los hijos de desaparecidos tenemos un punto de vista muy diferente: no somos dramáticos a la hora de hablar, son dramáticos quienes nos escuchan. En ese sentido es una película incorrecta. Te incomoda porque está establecido que debe ser dramático y en realidad no lo fue todo el tiempo.
Oreiro: Rebosaban de esperanza, estaban convencidos de lo que hacían. Yo nací en 1977 y sé lo que sucedió a partir de la distancia, y tenés que despegarte de lo que sabés que pasó y vivir esa esperanza. Ella no puede creer que la madre piense que no van a salirle bien las cosas. No podés juzgarla, lo suyo es tiempo presente.
Avila: No están viendo desde la historia, desde la mirada establecida. Tiene humor, porque la realidad era así, yo me acuerdo más de mi mamá retándome por no querer ir a comer, de los juegos. Muchos piensan: ‘¿Cómo te vas a reír en una película de desaparecidos?’ Entiendo por qué en los primeros veinte años se contó la historia del miedo, el pánico y el terror. Ahora esa construcción ya está y podemos hablar de que en la dictadura no estaban todo el tiempo esperando, cagados de miedo detrás de una ventana. Lo que más hablamos con el elenco era considerar que ellos no estaban haciendo esto por pulsión de muerte, sino por pulsión de vida. Querían lograr su sueño. Defender tus derechos se asoció a la muerte, no a una cuestión vital. Ese miedo reinó hasta hace muy poco. La sensación de ser hijo de desaparecidos en los ‘90 era que el sufrimiento de mi familia fue en vano total.
¿Cómo te preparaste para hacer de la madre del director?
Oreiro: No me gusta imitar. No hice de su mamá, pero de cualquier manera estaba su espíritu presente. Me junté con amigos de ella, porque necesitaba empaparme de su mundo, de sus sueños, de sus pasiones. No podía dejar de tener presente que era su madre, pero él no me decía "ella no hablaba así" y esas cosas... Me hizo leer igual una biblioteca entera de la época (risas), y también me sirvió el testimonio audiovisual. Engordé algunos kilos, porque me pedía un cuerpo más pesado, más sobre la tierra.
Eras madre en la película y todavía no estabas embarazada en el rodaje...
Oreiro: Hacer de madre sin serlo es todo un desafío. Quedé embarazada después, en el rodaje de Mi primera boda. Me entregué totalmente a trabajar con Teo (Gutiérrez Romero, el protagonista principal), hacíamos ejercicios, somos muy parecidos. El es súper rockero, lo llevé a la Bond Street, le compré una remera de los Ramones. El toca la guitarra también. Lo más difícil fue que me dejara besarlo.
¿Por qué la elegiste a ella?
Avila: Mi vieja era rubia y al principio buscaba un parecido físico, pero en un momento descarté esa idea y abrí el abanico. Lo loco es que cuando aparece Naty en algunas fotos es igual a mi vieja, el mismo pelo... Cuando la conocí no tuve dudas. Nos embarcamos en el mismo viaje y para ella fue muy fuerte porque es un universo lejano al suyo.
Oreiro: Había fotos de ella en el set, tenía la sensación de que me estaba mirando. De cualquier manera, siempre terminás siendo vos mismo en cualquier situación.
Hace ya varios años, Natalia Oreiro decidió pegar un giro en su carrera y tal vez sea mañana, con la presentación de Infancia clandestina en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, que ese giro llegue a su punto más visible. La actriz protagoniza este filme de Benjamín Avila en el que interpreta a Charo, una militante de los ’70 que vive clandestinamente durante la llamada "contraofensiva montonera" de 1979.
La película del director de Nietos es fuertemente autobiográfica y se centra en las vivencias de Juan, el hijo de Charo de 12 años al que hacen llamar Ernesto, que tiene que experimentar las complicaciones de esa vida desde su propia perspectiva, más preocupado por su primer amor que por las circunstancias políticas de la época. El elenco de adultos lo completan César Troncoso, Ernesto Alterio y Cristina Banegas.
"Está buenísimo –dirá Oreiro sobre la experiencia de venir a Cannes a Clarín-. Poder acompañar a la película es genial. Hacer cine tiene muchos procesos, desde que te enamorás del guión, del personaje, la entrega con el rodaje y todos esos estados emocionales que fueron especialmente fuertes en esta película. Me costó bastante salir del papel y es la primera vez que me pasa eso. Después de ese proceso, te alejás, y estar en un festival es abrir una ventana, un refresco total. Es la parte de menos estrés de todo mostrar algo que te gusta."
Si bien para Oreiro, las cámaras y las galas pueden no ser estresantes, sí lo son para un director. En especial, uno que vivió buena parte de la película que cuenta, y que tiene con ella una relación de exposición doblemente fuerte.
"Estar en Cannes es exponer la película en el lugar en el que mejor la van a comprender, en el que el cine tiene un valor como obra. Y es un reconocimiento que te seleccionen. Además, es el único momento en el que como cineasta te enfrentás directamente con el público", dice el realizador.
Las historias de a dictadura en la Argentina son bastante conocidas en Francia. ¿Cómo piensan que puede ser recibida la película?
Oreiro: Para "Benja" es algo muy cercano y personal; yo la veo como una historia universal, más allá del contexto de dictadura y de la contraofensiva montonera. Para mí es también una historia de amor, y alguien que no conoce lo que pasó, la puede ver y entender igual: los nenes, el despertar sexual, esta vida clandestina. La película, dentro de lo fuerte que es, tiene mucho humor, los personajes se permiten reírse de sí mismos.
Avila: Si yo tengo que narrar mi infancia no voy a contar lo malo. Me acuerdo lo bueno: mis amigos, el mar en Cuba, cuando estábamos clandestinos en la Argentina. La parte traumática está, es parte de un recuerdo oscuro, pero lo primero que siempre me sale son las cosas vitales. Esta es una historia vital de un chico que se enamora en esa situación. Los hijos de desaparecidos tenemos un punto de vista muy diferente: no somos dramáticos a la hora de hablar, son dramáticos quienes nos escuchan. En ese sentido es una película incorrecta. Te incomoda porque está establecido que debe ser dramático y en realidad no lo fue todo el tiempo.
Oreiro: Rebosaban de esperanza, estaban convencidos de lo que hacían. Yo nací en 1977 y sé lo que sucedió a partir de la distancia, y tenés que despegarte de lo que sabés que pasó y vivir esa esperanza. Ella no puede creer que la madre piense que no van a salirle bien las cosas. No podés juzgarla, lo suyo es tiempo presente.
Avila: No están viendo desde la historia, desde la mirada establecida. Tiene humor, porque la realidad era así, yo me acuerdo más de mi mamá retándome por no querer ir a comer, de los juegos. Muchos piensan: ‘¿Cómo te vas a reír en una película de desaparecidos?’ Entiendo por qué en los primeros veinte años se contó la historia del miedo, el pánico y el terror. Ahora esa construcción ya está y podemos hablar de que en la dictadura no estaban todo el tiempo esperando, cagados de miedo detrás de una ventana. Lo que más hablamos con el elenco era considerar que ellos no estaban haciendo esto por pulsión de muerte, sino por pulsión de vida. Querían lograr su sueño. Defender tus derechos se asoció a la muerte, no a una cuestión vital. Ese miedo reinó hasta hace muy poco. La sensación de ser hijo de desaparecidos en los ‘90 era que el sufrimiento de mi familia fue en vano total.
¿Cómo te preparaste para hacer de la madre del director?
Oreiro: No me gusta imitar. No hice de su mamá, pero de cualquier manera estaba su espíritu presente. Me junté con amigos de ella, porque necesitaba empaparme de su mundo, de sus sueños, de sus pasiones. No podía dejar de tener presente que era su madre, pero él no me decía "ella no hablaba así" y esas cosas... Me hizo leer igual una biblioteca entera de la época (risas), y también me sirvió el testimonio audiovisual. Engordé algunos kilos, porque me pedía un cuerpo más pesado, más sobre la tierra.
Eras madre en la película y todavía no estabas embarazada en el rodaje...
Oreiro: Hacer de madre sin serlo es todo un desafío. Quedé embarazada después, en el rodaje de Mi primera boda. Me entregué totalmente a trabajar con Teo (Gutiérrez Romero, el protagonista principal), hacíamos ejercicios, somos muy parecidos. El es súper rockero, lo llevé a la Bond Street, le compré una remera de los Ramones. El toca la guitarra también. Lo más difícil fue que me dejara besarlo.
¿Por qué la elegiste a ella?
Avila: Mi vieja era rubia y al principio buscaba un parecido físico, pero en un momento descarté esa idea y abrí el abanico. Lo loco es que cuando aparece Naty en algunas fotos es igual a mi vieja, el mismo pelo... Cuando la conocí no tuve dudas. Nos embarcamos en el mismo viaje y para ella fue muy fuerte porque es un universo lejano al suyo.
Oreiro: Había fotos de ella en el set, tenía la sensación de que me estaba mirando. De cualquier manera, siempre terminás siendo vos mismo en cualquier situación.