Sexualidad humana
* Por Daniel E. Annone, Pastor evangélico; miembro del Comipaz. La Biblia condena la prostitución, el adulterio y la homosexualidad; en definitiva, todas las desviaciones sexuales y su práctica fuera del matrimonio heterosexual.
Desde siempre, el tema de la sexualidad humana ha sido muy importante y no siempre bien interpretado.
El ser humano es un ser sexual. Dios lo creó así; de lo contrario, no hubiese continuado el ser humano sobre la Tierra. Dios no sólo hizo sexualmente distintos al hombre y a la mujer, sino que les ordenó: "Fructificaos y multiplicaos" (Génesis 1:28). El sexo permite la expansión de la especie, el disfrutar del placer sexual y la integración de la pareja, que necesita, además de un amor platónico, una integración plena como hombre y mujer.
Cuando Dios creó el mundo, colocó a los seres humanos en un contexto integral, formando la primera pareja como modelo hacia el futuro. Muy en los albores de la humanidad comenzaron a aparecer gravísimas contradicciones y aberraciones, como que un hermano mató a su propio hermano –tal el caso de Caín– o que padres y hermanos violaran a quienes formaban el núcleo familiar. Desde allí, el sexo ha sido fuente de toda clase de perversiones, al ser sacado de su verdadero contexto: el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Prácticas muy antiguas. La pornografía y la prostitución son prácticas muy antiguas. Que una persona, en el uso de su libertad individual, haga lo que desee con su cuerpo, no está en discusión. Todos defendemos la libertad individual, aun en este tema tan delicado. Pero el ser fervientes defensores de la libertad no nos debe impedir mostrar la verdad, ayudar a quienes podemos considerar presos de un gravísimo error que les traerá malas consecuencias futuras aquí y en la eternidad, porque el uso del sexo fuera del verdadero matrimonio está condenado de manera explícita por Dios, mediante su palabra en la Biblia.
En 1983 viajé a un congreso a la ciudad de Amsterdam, Holanda, y conocí el famoso "barrio de la prostitución"; lo recorrí y vi cosas tremendas. Pude ese día decir: he conocido la profundidad del pecado. Allí, la organización evangélica Jucum (Jóvenes Unidos con una Misión) trabajaba para rescatar a las niñas esclavas y prisioneras sexuales, colocadas desnudas en las vidrieras, para ayudarlas a reencontrar una vida mejor.
Aquí en la Argentina, al ver las ofertas sexuales en diarios y revistas, siento el mismo amargo sentimiento y profundo dolor por quienes venden su cuerpo y por quienes lo compran. Con la prostitución se puede ganar mucho dinero, pero se pierde la dignidad humana y el futuro; exactamente igual podemos afirmarlo de la homosexualidad y del travestismo. Pueden ser libres como seres humanos para escoger su presente sexual, pero inexorablemente pagarán, a futuro, las consecuencias de su libre pero errado accionar.
Las prostitutas, los sodomitas y efebos de la antigüedad fueron llevados a esa situación por proxenetas inescrupulosos que ganaron mucho dinero con la desgracia ajena. De igual manera, hoy no existiría oferta sexual si no hubiese tanta demanda de quienes buscan sexo fuera de su verdadero contexto. Bien lo dijo Teresa de Jesús en sus famosas Redondillas : "Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin saber que sois la ocasión de lo mismo que acusáis".
La Biblia, palabra autorizada de Dios, condena en forma explícita la prostitución, el adulterio y la homosexualidad. Condena, en definitiva, todas las desviaciones sexuales y su práctica fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos por el verdadero amor. Los condena no porque sea un libro viejo, sino porque es la palabra autorizada de Dios el creador.