¿Será cierto que estamos progresando?
*Por Aldo Neri. Si yo fuera un oficialista sincero me alegraría por la inauguración del nuevo metrobus en la CABA. Aunque esto será para los pobres, porque "el modelo" prevé que la mitad de la población que puede comprar tenga su autito.
Ya estamos festejando el futuro millón de autos anuales. Claro que exportamos bastante, pero por suerte el grueso queda en casa, para animación de nuestras calles y caminos, además atestados de camiones, que ni siquiera la oposición se atreve a denunciar con los infundios de la contaminación, la tasa de accidentes, el mayor costo y la segregación social.
Pero es bueno que cambiemos algunos viejos vagones de ferrocarril por otros reciclados, como acordándonos de que somos cuarenta millones y no sólo veinte prósperos, y aunque no nos traguemos las mentiras de que son más baratos, ecológicos, integradores y seguros.
Lo que dicen algunos contumaces de la oposición (contagio del neoliberalismo peronista de los ’90) es que confundimos crecimiento con desarrollo y que no diversificamos casi nada, haciendo descansar "el modelo" principalmente en las rentas del "yuyito", ¡tan atrabiliario que nos resultó!, en la industria automotriz, en la construcción y en la fuerte demanda liviana de los sectores medios y altos.
Son los mismos que insisten en que el éxito de la economía se mide con indicadores sociales , y hoy con su capacidad de atemperar las desigualdades y mejorar la calidad de vida de la gente que está peor.
Y llegan a la aberración de sostener que en algunos casos es mejor crecer un poco menos pero invertir más y distribuir mejor.
¡Recuerda al "Consenso de Washington"! En fin, que nada les conforma: que si los habitantes de Buenos Aires se iluminan, se calientan, se bañan y viajan tan barato es al precio de que haya poca inversión que haría que esos beneficios llegaran a todos, aunque los que más pueden tengan que pagar un poco más. Algunos no se animan a decirlo por miedo a perder votos, pero convencidos de que estamos cristalizando la desigualdad y una sociedad enemistada consigo misma.
Y ni hablar de los ajustes del treinta por ciento en los salarios que estamos favoreciendo para los trabajadores en blanco, a pesar de que la inflación no supera un dígito, según nuestro insospechable INDEC, negándose los desestabilizadores a entender la recuperación de las remuneraciones en el PBI, y aunque difundan la mentira, por cierto neoliberal, de que es bastante injusto, porque se dificulta el blanqueo de la otra mitad de los trabajadores, que están en negro o en el cuentapropismo, ganando la mitad.
Yo sé que un momento electoral no es el ideal para plantear estas disyuntivas: hay demasiada pasión en el aire.
Pero estaría tan indignado, como oficialista, con la incomprensión de las críticas, que me animaría a recoger el guante de la pregunta: ¿será cierto que estamos progresando hacia una sociedad menos asimétrica, más cohesionada y benévola? Y se la dejo a mis lectores para una conversación que nos debemos los argentinos, y que de ninguna manera termina con las elecciones.