Separados o amontonados; unidos jamás
*Por Carlos Salvador La Rosa. ¿Sabe usted, lector, qué son y para qué sirven las primarias de agosto? Si no lo sabe es porque hay políticos interesados en que usted no lo sepa.
Las internas o primarias abiertas, simultáneas para todos los partidos y obligatorias para los ciudadanos, constituyen una buena iniciativa político-institucional que se aprobó por malas razones. Por eso, a pocos meses de su primera aplicación (el 14 de agosto próximo) el pueblo no tiene ni la menor idea de qué se trata.
Una buena ley al servicio de malas causas. Las primarias fueron una picardía de Néstor Kirchner para forzar a los peronistas disidentes a que compitieran con él dentro de un mismo espacio interno. La misma táctica que intentó Menem en 2003, que fue abortada por Duhalde al dividir al peronismo en tres, logrando así imponer a Kirchner. Como en 2010 Kirchner estaba electoralmente tan mal como Menem en 2003, quiso hacer lo mismo que él: ver si quedando como el único candidato del PJ podía ganar en la primera vuelta electoral, porque en la segunda vuelta perdía seguro.
Por su parte, los radicales apoyaron las primarias porque fortalecían el bipartidismo al dejar pagando a los partidos más chicos que no podían reunir los avales para competir. Con esa ley los radicales tendrían asegurado como mínimo el segundo puesto electoral, que no habían logrado ni en 2003 ni en 2007.
No obstante, más allá de las especulaciones de uno y otro, las primarias son muy buenas. Primero, porque obligan a todos los partidos a elegir sus candidatos por el voto popular. Segundo, porque eliminan las internas convencionales, que ya no sirven porque nadie vota en ellas, salvo los que arrastran clientelarmente los aparatos partidarios.
Hecha la ley, hechas mil trampas. Precisamente porque era una buena ley, cuando peronistas y radicales dejaron de necesitarla para sus urgencias no se ocuparon más de defenderla, de hacerla conocer a la sociedad, a ver si la ley se moría sola. Los mismos que la crearon, a los pocos meses querían matarla, por distintas razones, pero todas igual de malas. Malas razones para promulgar la ley, malas razones para frenarla.
Néstor Kirchner, cuando vio que los disidentes no se le acoplaban, comenzó a pensar en no hacer la primaria, con el ardid de diferir su reglamentación. Y desde que se murió Kirchner, la UCR y el PJ disidente al ver que Cristina resurgía en las encuestas, prefirieron adelantar sus internas para tener cuanto antes un candidato con qué enfrentarla, en vez de esperar las primarias de agosto.
Como era previsible, las internas que intentaron las dos principales oposiciones resultaron un rotundo fracaso. El radicalismo gestó una artificial contienda entre Alfonsín y Sanz que terminó con la bajada de Sanz, la proclamación sin competir de Alfonsín y la renuncia de Cobos a pelear la primaria. Dos que se bajaron y uno imposibilitado de competir, por ende, escasamente legitimado, sin consenso y sin internas.
Por su lado, los peronistas disidentes están haciendo su interna, pero de los cinco probables postulantes apenas se presentaron dos en una lid electoral tan minoritaria como insustancial, donde quien salga de ella podrá como máximo ser aspirante a un quinto o sexto puesto en las elecciones de octubre.
Los radicales y los disidentes se apuraron en hacer internas imposibles no sólo porque Cristina crece en el favor popular y es ya la candidata del oficialismo a pesar de no decirlo, sino también porque creían que el kirchnerismo al final no haría las primarias. Y quizá tuvieran razón, pero en vez de forzar a que las hicieran, cometieron la torpeza de intentar sus tontas internas por si no se hacía la primaria. Pero como sus internas fracasaron o no son creíbles, los candidatos opositores están más deslegitimados ahora que incluso antes de que las intentaran.
Y es justo por eso, porque están en su peor momento, que ahora el oficialismo quiere reflotar las primarias de agosto. Porque frente a la desmoralización opositora, esa instancia electoral puede resultar un plebiscito a favor de Cristina que anticipe, al menos psicológicamente, el probable triunfo de octubre.
Desesperados frente a esta nueva argucia oficial, los opositores que anticiparon sus internas burlando a las primarias, ahora quieren unirse entre sí del modo en que sea y con quien sea. Se dividieron tanto y tan ridículamente que ahora quieren juntarse demasiado e igual de ridículamente.
Es que el argumento con el cual se buscan acoplar promiscuamente en fórmulas electorales imposibles reconoce la misma lógica que los argumentos oficialistas.
Los oficialistas consideran a la oposición como un fenómeno destituyente y la oposición considera al oficialismo como un peligro para la República. Por eso vale juntarse con quien sea y como sea, porque el objetivo último (evitar un golpe o evitar la caída de la República) justifica lo que sea.
Desde esta visión sesgada y sectaria del "otro", el oficialismo busca deslegitimar a la oposición, pero mientras menos oposición externa tiene el oficialismo, más crece su oposición interna, hasta que llegará el día en que oficialismo y oposición sean una misma cosa (como ocurrió con el peronismo de los ’70) y entonces el gobierno se tornará ingobernable.
Por su lado, la oposición unida sólo por el espanto al oficialismo, mientras más junta esté motivada sólo por tal espanto, más débil será porque cada vez será menos creíble.
Es que ni oficialistas ni opositores saben cuánto se necesitan para sobrevivir. Y es por eso que unos quieren sobrevivir sin los otros, ignorando que cuando una parte desaparezca también desaparecerá la otra. En cambio, si ambos hubieran aceptado la nueva legalidad que ellos mismos crearon para dirimir sus pujas internas, otro y mejor sería el cantar.
Si las oposiciones hubieran librado sus diferencias internas en las primarias de agosto, ello hubiera constituido un fenomenal convocante para que los ciudadanos electores votaran por ellas. Pero al anticipar las internas desestimaron la primaria y ahora, al pretender ir todos juntos, difícilmente alguien se sentirá atraído en votar un nido de gatos.
Por su parte, el oficialismo, al poner al frente de la primaria a su gran electora, Cristina, y apoyarse en el aparato bonaerense (que también hará su interna provincial junto con la nacional), intentará plebiscitarse, cosa que nada tiene que ver con una primaria donde los partidos dirimen de cara a la ciudadanía sus candidaturas y propuestas internas.
O sea, oficialismo y oposición, por intereses de ocasión, están vaciando la mejor herramienta electoral que tienen para legitimarse partidariamente previo al comicio final.
Aliarse para gobernar más que para ganar. En términos estrictamente políticos, el oficialismo -con Néstor o sin él- ha tenido la habilidad de lograr que la oposición fuera siempre a su cola, sin iniciativa propia. Lo que debieron haber hecho las oposiciones fue fortalecer las alianzas ganadoras en 2009 o ampliarlas o crear otras nuevas, pero nunca disolverlas -como efectivamente hicieron- por ambiciones personales o de facción. Además, jamás debieron haber intentado internas previas a las primarias. Y mucho menos buscar zafar de esos dos horrendos errores queriendo juntarse todos como si no se hubieran dividido nunca; como si el pueblo fuera tonto y aceptara uniones amplísimas cuando ni siquiera las acotadas pudieron sobrevivir.
Ante eso, el oficialismo ríe sin hacer nada mejor. Como cuando el oficialismo con Kirchner estaba en la mala, la oposición reía sin hacer nada mejor. Así nos va.
Ante este cuadro de situación, lo único que le va quedando a la oposición (no digamos para ganar sino al menos para sobrevivir) es que baraje de nuevo presentándose a las primarias de agosto con alianzas programáticas medianamente creíbles y que pongan a disputar entre sí a los mejores candidatos. Que hagan alianzas para gobernar aunque con ello no le ganen al oficialismo, en vez de alianzas para ganarle al oficialismo con las cuales, aun ganándole, no podrán gobernar.