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Sentencia setentista siempre vigente

Aquello de que "sólo el pueblo salva al pueblo" es mucho más que la convocatoria de los exaltados años 70 que proponía reaccionar masivamente contra la barbarie de la última dictadura militar.

Es sentencia de valor intacto para todos los tiempos, incluso para los períodos "normales", puesta esta última palabra entre comillas porque en sociedades en que no existe la cultura del cumplimiento de la ley no puede hablarse de normalidad, por más que parezca que funciona el sistema republicano. Como ocurre en la Argentina, y en la provincia, donde el pueblo sigue estando bajo el riesgo de todos los peligros: de los que provienen del poder extraviado y de los otros derivados de las conductas incontroladas de los ciudadanos.

Se alude a las situaciones desgraciadas en que confluyen las ineptitudes gubernamentales con las irresponsabilidades de los particulares, y que no provocan más daño, dolor y muerte sólo porque Dios es grande, como se dice aquí, o porque la casualidad juega en Catamarca en favor de la gente, como preferiría explicar algún escéptico.

Con respecto a las falencias del Gobierno -provincial o municipal, según el caso-, debe señalarse que las áreas en que pueden hallarse son incontables. Tantas, que precisarlas convertirían a esta nota en puro listado de desagradable lectura.

Pero convendría centrar la atención en las que las deficiencias lamentables se relacionan con el incumplimiento de la ley, sobre todo en lo que respecta al celo con que debe asegurarse que las normas vigentes se cumplan, efectivamente, todos los días y no sólo en días de "operativos", "campañas excepcionales" o jornadas sólo de tanto en tanto, llámense como se llamen.

Pero es evidente que sólo el correcto obrar de los controladores estatales no basta para evitar aquellas experiencias. Si los gobernados no proceden del mismo modo, la exposición a las amenazas sigue del mismo tamaño, por lo que resulta verdad de Perogrullo que la incidencia de las actitudes ciudadanas es tan decisoria, que con excelentes o pésimos gobernantes, será condición necesaria para la felicidad comunitaria.

Véase, por ejemplo, el asunto de la seguridad vial, en que el estado mecánico de los automóviles es detalle por demás significativo. Por serlo, la Ley Nacional de Tránsito establece que todos los vehículos de más de tres años deben someterse a una inspección técnica (ITV) que habilitará para la circulación por las calles y rutas del país. En Catamarca, el control está a cargo del Municipio Capitalino y de la Policía. Sin embargo, los propios responsables de que la inspección vehicular se haga admiten que es escasa la concurrencia de propietarios de automotores al lugar dispuesto para la supervisión oficial. De esta manera, es posible hallar transitando por la vía pública automotores de todo tipo en pésimo estado de conservación, lo que ya no únicamente es factor de rechazo por una cuestión estética, sino, además, por constituir verdaderas bombas ante las que no hay ninguna posibilidad de protección.

El miércoles, un camión que transportaba áridos por Avda. Ocampo, se quedó sin frenos y chocó contra un árbol, que lo salvó de continuar una marcha de imprevisibles consecuencias. El camión no había sido sometido al referido control vehicular, lo que podía sospecharse con sólo reparar en el aspecto del automotor. No produjo víctimas, por suerte, pero pudo haber causado una tragedia.

"Sólo el pueblo salva al pueblo", claro que sólo si este pueblo quiere salvarse, observación esta última en verdad, retórica, y por tanto superflua, aunque no tanto en sociedades como la catamarqueña.

Sociedades en que las leyes no son percibidas ni por los gobiernos, ni por el pueblo como deberes inexcusables no pueden aspirar a ser felices.