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Semántica de una jornada

Por Carlos Caramello. Cantar la Marcha, mientras quitaban las rejas de la Plaza de Mayo, fue como el prefacio.

“La fe desnuda no se sostiene. La gente necesita símbolos con los que abrigarse, porque afuera hace mucho frío.”

Arturo Pérez Reverte

 

Cantar la Marcha, mientras quitaban las rejas de la Plaza de Mayo, fue como el prefacio. Un día antes de la gran jornada democrática, caía ese telón de hierro que separaba al pueblo argentino de sus gobernantes, los que el propio pueblo había elegido a través del voto. En esa separación había un mensaje. En esa cicatriz en forma de barrotes, la conducción de Cambiemos establecía un límite. Su retiro fue leído como el derrumbe de ese gobierno para pocos que presidió Mauricio Macri. Pero también trajo memoria de tantas jornadas épicas vividas en esa plaza. Por eso la Marcha. La Argentina se preparaba para celebrar otra vez la libertad.

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Manejando él mismo su automóvil particular, llegó el presidente al Congreso. “Más Néstor no se podía”, comentó alguien en las redes. “Marca que él conduce”, interpretó un conocido sociólogo por un canal de TV para nada kirchnerista. “Un gesto de humildad ficticia”, señaló una periodista conocida por querer jugar de equidistante cuando en realidad siempre vuelca la cancha a la Derecha. Antes de asumir, el ciudadano Fernández dio una muestra más de que maneja como nadie… y no su auto, precisamente.

Durmió en la misma casa y en la misma cama que exactamente 4 años atrás. Se despertó -ella misma lo confesó luego-, recordando la noche del 9 de diciembre de 2015. Durmió en la casa de su hija. En el lugar en donde Florencia vivió hasta que la enfermedad la llevó a Cuba a buscar cura y tranquilidad. Desde ese departamento salió rumbo al Congreso. No se necesita ser un mentalista para saber en qué iba pensando Cristina Kirchner durante el trayecto. Por las dudas, sus palabras y gestos lo confirmaron a lo largo de todo el día.

Ni ella lo podía creer: tanta amabilidad, tanto respeto, tanta galantería. Había ido en su silla de ruedas hasta la puerta  principal del Congreso para recibir a la nueva pareja presidencia. Ambos la saludaron con afecto, con deferencia. La trataron como se debe tratar a una vice-presidenta que abandona el cargo. Le confirieron la autoridad que, acaso, nadie le había dado en mucho tiempo. Luego, ante el asombro de propios y ajenos, Alberto Fernández empujó su silla de ruedas hasta el salón de Pasos Perdidos. “Lo hace para parecer solidario”, rugieron los opositores, pero el gesto retrotrajo al día en que Mauricio Macri la “usó” para apoyar un micrófono que le estaba molestando en las manos. Todo eso se leyó en el rostro de Gabriela Michetti: por primera en 4 años, se sentía reconocida. Algunos dicen que hasta disfrutó el momento.

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Resistimos en los ´90s/Volvimos en el 2003/junto a Néstor y Cristina/la Gloriosa JP”, tronaba el espacio del recinto cuando Mauricio Macri hizo su ingreso para colocarle la banda y darle el bastón al nuevo presidente. Todos saben del esfuerzo que hizo para poner cara de nada. Pero el rictus de la comisura de sus labios dijo todo lo contrario.

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Cuando Macri ingresó al recinto donde se llevaría a cabo el traspaso de mando, Cristina Kirchner giró sobre si misma y pidió su abanico. Luego, de manera protocolar, estrechó fuerte, muy fuerte, la mano del ex - presidente, pero le negó la mirada. Y a la hora de aplaudirlo, optó por abanicarse. “Maleducada”, bramaron los operadores mediáticos macristas. “Puedo estar equivocada, pero nunca fui ni seré hipócrita”, dijo ella a la noche, en su discurso de la Plaza de Mayo. Claro, algo muy difícil de entender para los genuflexos.

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De impecable ambo oscuro y camisa blanca, Estanislao Fernández acompañó a su padre desde temprano. Eso si, del bolsillo superior de su saco, asomaba un pochette con los colores que identifican al colectivo LGBTIQ. Sin provocación. Con serenidad. Y una media sonrisa satisfecha cuando escuchó, de boca del Presidente, “en nuestra Argentina hay mucho sufrimiento por los estereotipos, los estigmas, por la forma de vestirse, por el color de piel, por el origen étnico, el género o la orientación sexual. Abrazaremos a todos quienes sean discriminados. Porque cualquier ser humano, cualquiera de nosotros, puede ser discriminado por lo que es, por lo que hace, por lo que piensa. Y esa discriminación debe volverse imperdonable”.

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Nombró a Alfonsín, nombró a Frondizi y hasta trajo a colación una ley de Arturo ÍIlia. Nombró (siempre lo nombra) a Néstor… Pero no nombró ni a Perón ni a Evita. Y, sin embargo, la idea, la doctrina y la emoción del Peronismo, atravesaron el acto de asunción de ayer al mediodía.

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En el mismo automóvil que había llegado, se fue Alberto Fernández desde el Congreso hasta la Casa Rosada. Acompañado por su hijo y Fabiola Yáñez, su pareja. Cristina se quedó reunida con colaboradores en el Senado. Al republicanismo explícito del discurso presidencial se sumó este claro gesto de cómo se manejará el poder en esta etapa.

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Decían que no volvíamos más. Volvimos y vamos a ser mujeresmejores”, cerró Alberto Fernández su discurso de la noche en Plaza de Mayo. No se podía tener mejor furcio. Ni pensado, hubiera estado más acorde con los tiempos. La única y verdadera revolución del siglo XXI es la de Género. Si volvimos para ser mujeres, seguramente vamos a ser mejores.

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Algunos de los tantos signos que dejó la jornada. Los gestos que, de alguna manera, marcan y anticipan los próximos meses o años, del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández. Seguramente habrán muchos más símbolos para leer. Silencios, miradas, sonrisas. Subtexto e hipertexto a montones, como el hecho de que, como buen académico que es, ha puesto énfasis en un gabinete con alto nivel académico. Se inicia una nueva etapa. Y la mayor parte de Argentina sonríe, lo que es un buen augurio, como marcó Cristina.

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