¡Arde Tele!
"Seis para triunfar" el pacto secreto del programa de Héctor Larrea que hizo estallar el rating
Pasaron más de 30 años del estreno. Por qué el conductor se negaba a hacerlo.
Extraído de Clarín
"¿Usted sabe qué hora es cuando un elefante se sienta sobre un reloj? Hora de comprar uno nuevo". De esos chistes de Héctor Larrea nos reíamos en los '80. Y alcanzaba. Si para recordar a Berugo Carámbula basta un "Hete aquí" o un "Alcoyana Alcoyana", el sonoro "plin plin plin" nos transporta hasta el "Hetitor" más televisivo. Seis para triunfar supo paralizar un país a fuerza de humor naif y preguntas y respuestas. El dueño de esa pantalla recuerda al hito como "entrañable pero berreta".
Lo berreta, lo atado con alambre, los decorados pintados a mano y los premios entregados en Australes. La simpleza nos hacía felices. No había escenografías virtuales, ni utilería importada, ni complejidad lúdica. Los ochenta nos proponen el juego de entender qué tan felices éramos sintonizando un canal a una hora determinada, a la espera de que una pareja adivinara las letras del hexágono misterioso para ganarse el teletesoro Noblex.
Secretarias como floreros con peinados punk, escenografías más frágiles que una hoja, nubes de cartulina y armatostes tecnológicos. De traje, corbata -y pañuelo de seda en el bolsillo- irrumpía Mister Rapidísimo y la pantalla se iluminaba. Cinco escalones y el truco: saludar y lanzar un cuento campestre, de pueblo, con el remate de un chascarrillo que era festejado por 20 reidores. El contrato implícito con el televidente sucedía con ese primer plano de Larrea, que guiñaba un ojo. Su picaresca inocentísima generaba una fidelidad irrompible.
"Yo no quería hacerlo. Salió de casualidad. Yo huía de la tele porque me restaba tiempo para el armado artesanal de la radio, pero con ese programa hice mi blindaje económico", cuenta Larrea a 34 años del estreno por Canal 11. El ciclo pasó también por el 9, cuando Alejandro Romay vio en él "oro en polvo" y lo mudó a la emisora en la que volaba la palomita, un ave que en el spot se posaba sobre las manos de una persona y daba cuenta de la metáfora de la "libertad" de expresión. LS83TV Canal 9 Libertad.
"Cuando yo no hacía tele, bajaba la pauta publicitaria de la radio. O sea que yo hacía tele para poder vender y sostener la radio. La cara empujaba. Así fue cuando en 1986 me convocan y me cuentan sobre Seis para triunfar. Mi reacción fue inmediata: '¡No!'".
-¡Yo no voy a hacer algo tan berreta! ¡Esto es una porquería!
-Héctor, probá.
-Ok. Lo hago tres meses. Y así me dejan de jorobar.
Los tres meses se convirtieron en cinco años.
A la idea original, Larrea dice haberla "peinado". Le quitó los juegos que demandaban aptitud física y grabó el piloto. La decepción del locutor fue mayor. "Me quería morir cuando vi esa prueba y pedí que quitaran el ciclo del aire. La respuesta fue 'es imposible, ya vendimos la publicidad'".
"La franja antes solía medir entre tres y cuatro puntos. Estimaban que si durante el primer envío marcaba ocho, era un golazo. El primer programa terminó marcando 16. En el interior pegó de una manera increíble, tanto que llegué a hacerme un cuadrito con el rating que publicó una revista: 50 puntos".
Enseguida aparecieron los condimentos. Una secretaria que hablaba en alemán y fue reemplazada por una de Corea del Sur, el "ten monito", una mascota que por dos mil pesos hoy se consigue por Internet como objeto de colección. No hay oyente del relator de fútbol Pancho Caldiero que no recuerde aquella frase de "Boca ten Monito", que adoptó para hablar del arco xeneize custodiado por "El Mono" Navarro Montoya.
Trending Topic antes de que la popularidad se midiera en menciones, Seis para triunfar salpicaba incluso los títulos de las páginas deportivas. Era el titular indiscutible cuando un equipo local convertía seis goles. Nadie se hacía millonario por participar, pero todos querían hacerlo. "Hizo cátedra dando premios modestos, como si hoy ganando todo te obsequiaran 20 mil pesos", deduce Larrea. "Los regalos eran canjes. Una heladera, un par de zapatillas. Yo me enojaba: ¿Por qué no damos un auto?'. 'Vos dejá que así vamos bien', me decían".
Con Ely Larrea, la esposa del presentador, como asistente de vestuario, con Ricky Sarkany a los pies de Larrea (le facilitaba los mocasines), la maquina televisiva austera confirmaba la regla: a mayor sencillez, mayor audiencia. Mientras Seis reventaba la aguja a la par de Atrévase a soñar, Feliz Domingo, La Tota y la Porota y tantos títulos más, entraba a la memoria colectiva para no irse nunca. La musiquita imposible de borrar que acompañaba era Route 101, de Herb Alpert.
El pacto de la señorita Lee
Margarita Jung Wa Lee fue la secretaria coreana que rompió los esquemas de una TV acostumbrada a las caras occidentales. Nacida en Busan, llegada al país a los ocho años, naturalizada argentina, intentó poner un toque de cultura asiática a una pantalla que de a ratos se burlaba de lo exótico.
Lee relee ese paradigma hoy, que tiene 58 y estudia psicología: su rol fue tan limitado como salvajemente popular. Venimos a enterarnos de que había un pacto de silencio que ella quiso quebrar y no se lo permitieron. Hablaba perfecto español, pero le prohibían salirse del libreto. Por esa regla llegó a abandonar el éxito.
Los comienzos laborales de Jung no fueron fáciles. "Martínez de Hoz, el dólar que explotaba, el país enloquecido, éramos ocho hijos, mis padres perdieron la casa y yo tuve que salir a trabajar", cuenta.
"Apenas llegamos al país en 1970 nos habíamos instalado en el Bajo Flores. Otra época. No existía ni el consulado argentino en Corea. Mi padre fue pionero en la industria textil coreana en la Argentina. Yo me fui a naturalizar en 1980, en 1982 juré la bandera, y en 1984 ingresé a Aerolíneas Argentinas".
Con el legajo 99279 de Aerolíneas, Margarita creía que tocaba el cielo. Pero llegaron las suspensiones de empleados en la línea aérea y tuvo que rebuscárselas en un rubro que desconocía y poco le interesaba: el modelaje. Un día caminaba por la Avenida Corrientes y Lana Montalbán se le acercó: "Un amigo fotógrafo está desesperado porque necesita una foto con una chica japonesa para una publicidad". Lee aclaró: "¡Yo no soy japonesa!".
Lo demás, parece un cuento. Lee se animó, llegó a la oficina que Lana le había indicado, se puso un kimono y debutó como modelo al ladito de una fotocopiadora a la que había que promocionar. Siguieron publicidades televisivas. Hasta que fue a inscribirse a una agencia, sin el requisito principal: llevar un book. La suerte estaba de su lado. Con una foto carnet alcanzó. Le estaba abriendo la puerta a los desfiles de alta costura y a la TV.
Reincorporada a la actividad aérea como tripulante de abordo, a Lee le sonó el teléfono fijo de su casa. Era el productor Ricardo Warnes que la convocaba para integrar el staff de Seis para triunfar. Le explicaron que era el ciclo del momento y que lo conducía un tal Larrea. "¿Quién?", interrogó. "Quién es Larrea?
Con el prejuicio de que la televisión era un hábitat impuro, "donde pasaban cosas feas", aceptó. Su efímera participación al aire era boom. Llevaba una valija con dólares y eso alcanzaba para que los televidentes quedaran hechizados por su simpatía. Tapa de Siete días, autógrafos. Volaba de La Quiaca a Ushuaia y cuando aterrizaba salía corriendo hasta el Pasaje Gelly con sus tacos aguja y su impoluta presencia.
"¿Cuánto trajo hoy señorita Lee?", le preguntaba Larrea. Su presencia al aire iba creciendo en tiempo a la par del rating. "¿Cómo hacen los conejos, señorita Lee?", repreguntaba Héctor. Las muecas, el doble sentido eran festejados, pero Lee no entendía el por qué de ese humor imperante. No podía mostrar que lo que sí entendía perfectamente era el castellano.
"El lugar de la mujer en la tele de entonces era así. La intención era cosificar, pero más livianamente, nunca se exigía poca ropa. En un punto se reían de mí", deduce a la distancia. "Porcel tenía su oficina ahí y a mí me advertían, ni pases por esa puerta, por eso ni me asomaba. Yo adquirí el idioma, pero no adquirí dos cosas de los porteños: ni usar puteadas ni usar el doble sentido".
"Una vez me preguntó Larrea al aire si me animaba a cantar un tango en coreano. Canté Mi Buenos Aires querido. Los planos que me hacía el director Faura eran cada vez más grandes y mi popularidad crecía, pero yo era inconsciente", admite. "Cuando Héctor cumplió 50, lo festejó en Hipopótamo, con Gerardo Sofovich, Tato Bores, Silvio Soldán y Leonardo Simons. Pude agradecerle a Simons que al llegar al país yo aprendí la palabra 'fantástico' por él, sin diccionario".
Para 1989, el ritmo de trabajo era frenético entre el aire de los aviones y el aire televisivo. Había desechado una oferta de Playboy con la que podía comprarse un departamento porteño de dos ambientes. Pero en 1989, en una edición cuya tapa era Beatriz Salomón, Lee sufrió una estafa moral. "Pusieron una chica china y titularon Señorita Lee. ¡No era yo! Quisiera aclararlo porque alguno guardara la revista".
Para Lee el juego se terminó en 1990. Renunció a Aerolíneas y renunció al canal. Atravesaba algo así como el Síndrome de "Burn Out" ("cabeza quemada") y decidió aislarse un tiempo en su casa. Se habló de escándalo, de roces, de peleas. La verdad se sabe 30 años después, de boca de ella.
"Yo cobraba nada y encima no me dejaban hablar español para que otros productores supieran que yo podía hacer algo más que un sketch. 'Se va a perder la magia', decían y eso me impedía crecer. Ni soltarme el pelo me dejaban. Entonces puse una regla: o me aumentaban el pago o me dejaban hablar en español. El día que dejé el estudio a Larrea no le habían avisado de esto. Le cayó mal, se sintió abandonado porque incluso yo le había dicho antes 'no" a sumarme a Rapidísimo por un tema de agenda con Aerolíneas".
"Pudimos desanudar todo eso hace unos años, aclararlo. Nos queremos. Yo viví algo que el público nunca olvidó. Estaba agradecida, pero me fui a mi casita que pude comprar con tanto esfuerzo, en Colegiales. Necesitaba silencio. Y, como toda una albañil, empecé a picar las paredes de mi hogar".
"¿Usted sabe qué hora es cuando un elefante se sienta sobre un reloj? Hora de comprar uno nuevo". De esos chistes de Héctor Larrea nos reíamos en los '80. Y alcanzaba. Si para recordar a Berugo Carámbula basta un "Hete aquí" o un "Alcoyana Alcoyana", el sonoro "plin plin plin" nos transporta hasta el "Hetitor" más televisivo. Seis para triunfar supo paralizar un país a fuerza de humor naif y preguntas y respuestas. El dueño de esa pantalla recuerda al hito como "entrañable pero berreta".
Lo berreta, lo atado con alambre, los decorados pintados a mano y los premios entregados en Australes. La simpleza nos hacía felices. No había escenografías virtuales, ni utilería importada, ni complejidad lúdica. Los ochenta nos proponen el juego de entender qué tan felices éramos sintonizando un canal a una hora determinada, a la espera de que una pareja adivinara las letras del hexágono misterioso para ganarse el teletesoro Noblex.
Secretarias como floreros con peinados punk, escenografías más frágiles que una hoja, nubes de cartulina y armatostes tecnológicos. De traje, corbata -y pañuelo de seda en el bolsillo- irrumpía Mister Rapidísimo y la pantalla se iluminaba. Cinco escalones y el truco: saludar y lanzar un cuento campestre, de pueblo, con el remate de un chascarrillo que era festejado por 20 reidores. El contrato implícito con el televidente sucedía con ese primer plano de Larrea, que guiñaba un ojo. Su picaresca inocentísima generaba una fidelidad irrompible.
"Yo no quería hacerlo. Salió de casualidad. Yo huía de la tele porque me restaba tiempo para el armado artesanal de la radio, pero con ese programa hice mi blindaje económico", cuenta Larrea a 34 años del estreno por Canal 11. El ciclo pasó también por el 9, cuando Alejandro Romay vio en él "oro en polvo" y lo mudó a la emisora en la que volaba la palomita, un ave que en el spot se posaba sobre las manos de una persona y daba cuenta de la metáfora de la "libertad" de expresión. LS83TV Canal 9 Libertad.
"Cuando yo no hacía tele, bajaba la pauta publicitaria de la radio. O sea que yo hacía tele para poder vender y sostener la radio. La cara empujaba. Así fue cuando en 1986 me convocan y me cuentan sobre Seis para triunfar. Mi reacción fue inmediata: '¡No!'".
-¡Yo no voy a hacer algo tan berreta! ¡Esto es una porquería!
-Héctor, probá.
-Ok. Lo hago tres meses. Y así me dejan de jorobar.
Los tres meses se convirtieron en cinco años.
A la idea original, Larrea dice haberla "peinado". Le quitó los juegos que demandaban aptitud física y grabó el piloto. La decepción del locutor fue mayor. "Me quería morir cuando vi esa prueba y pedí que quitaran el ciclo del aire. La respuesta fue 'es imposible, ya vendimos la publicidad'".
"La franja antes solía medir entre tres y cuatro puntos. Estimaban que si durante el primer envío marcaba ocho, era un golazo. El primer programa terminó marcando 16. En el interior pegó de una manera increíble, tanto que llegué a hacerme un cuadrito con el rating que publicó una revista: 50 puntos".
Enseguida aparecieron los condimentos. Una secretaria que hablaba en alemán y fue reemplazada por una de Corea del Sur, el "ten monito", una mascota que por dos mil pesos hoy se consigue por Internet como objeto de colección. No hay oyente del relator de fútbol Pancho Caldiero que no recuerde aquella frase de "Boca ten Monito", que adoptó para hablar del arco xeneize custodiado por "El Mono" Navarro Montoya.
Trending Topic antes de que la popularidad se midiera en menciones, Seis para triunfar salpicaba incluso los títulos de las páginas deportivas. Era el titular indiscutible cuando un equipo local convertía seis goles. Nadie se hacía millonario por participar, pero todos querían hacerlo. "Hizo cátedra dando premios modestos, como si hoy ganando todo te obsequiaran 20 mil pesos", deduce Larrea. "Los regalos eran canjes. Una heladera, un par de zapatillas. Yo me enojaba: ¿Por qué no damos un auto?'. 'Vos dejá que así vamos bien', me decían".
Con Ely Larrea, la esposa del presentador, como asistente de vestuario, con Ricky Sarkany a los pies de Larrea (le facilitaba los mocasines), la maquina televisiva austera confirmaba la regla: a mayor sencillez, mayor audiencia. Mientras Seis reventaba la aguja a la par de Atrévase a soñar, Feliz Domingo, La Tota y la Porota y tantos títulos más, entraba a la memoria colectiva para no irse nunca. La musiquita imposible de borrar que acompañaba era Route 101, de Herb Alpert.
El pacto de la señorita Lee
Margarita Jung Wa Lee fue la secretaria coreana que rompió los esquemas de una TV acostumbrada a las caras occidentales. Nacida en Busan, llegada al país a los ocho años, naturalizada argentina, intentó poner un toque de cultura asiática a una pantalla que de a ratos se burlaba de lo exótico.
Lee relee ese paradigma hoy, que tiene 58 y estudia psicología: su rol fue tan limitado como salvajemente popular. Venimos a enterarnos de que había un pacto de silencio que ella quiso quebrar y no se lo permitieron. Hablaba perfecto español, pero le prohibían salirse del libreto. Por esa regla llegó a abandonar el éxito.
Los comienzos laborales de Jung no fueron fáciles. "Martínez de Hoz, el dólar que explotaba, el país enloquecido, éramos ocho hijos, mis padres perdieron la casa y yo tuve que salir a trabajar", cuenta.
"Apenas llegamos al país en 1970 nos habíamos instalado en el Bajo Flores. Otra época. No existía ni el consulado argentino en Corea. Mi padre fue pionero en la industria textil coreana en la Argentina. Yo me fui a naturalizar en 1980, en 1982 juré la bandera, y en 1984 ingresé a Aerolíneas Argentinas".
Con el legajo 99279 de Aerolíneas, Margarita creía que tocaba el cielo. Pero llegaron las suspensiones de empleados en la línea aérea y tuvo que rebuscárselas en un rubro que desconocía y poco le interesaba: el modelaje. Un día caminaba por la Avenida Corrientes y Lana Montalbán se le acercó: "Un amigo fotógrafo está desesperado porque necesita una foto con una chica japonesa para una publicidad". Lee aclaró: "¡Yo no soy japonesa!".
Lo demás, parece un cuento. Lee se animó, llegó a la oficina que Lana le había indicado, se puso un kimono y debutó como modelo al ladito de una fotocopiadora a la que había que promocionar. Siguieron publicidades televisivas. Hasta que fue a inscribirse a una agencia, sin el requisito principal: llevar un book. La suerte estaba de su lado. Con una foto carnet alcanzó. Le estaba abriendo la puerta a los desfiles de alta costura y a la TV.
Reincorporada a la actividad aérea como tripulante de abordo, a Lee le sonó el teléfono fijo de su casa. Era el productor Ricardo Warnes que la convocaba para integrar el staff de Seis para triunfar. Le explicaron que era el ciclo del momento y que lo conducía un tal Larrea. "¿Quién?", interrogó. "Quién es Larrea?
Con el prejuicio de que la televisión era un hábitat impuro, "donde pasaban cosas feas", aceptó. Su efímera participación al aire era boom. Llevaba una valija con dólares y eso alcanzaba para que los televidentes quedaran hechizados por su simpatía. Tapa de Siete días, autógrafos. Volaba de La Quiaca a Ushuaia y cuando aterrizaba salía corriendo hasta el Pasaje Gelly con sus tacos aguja y su impoluta presencia.
"¿Cuánto trajo hoy señorita Lee?", le preguntaba Larrea. Su presencia al aire iba creciendo en tiempo a la par del rating. "¿Cómo hacen los conejos, señorita Lee?", repreguntaba Héctor. Las muecas, el doble sentido eran festejados, pero Lee no entendía el por qué de ese humor imperante. No podía mostrar que lo que sí entendía perfectamente era el castellano.
"El lugar de la mujer en la tele de entonces era así. La intención era cosificar, pero más livianamente, nunca se exigía poca ropa. En un punto se reían de mí", deduce a la distancia. "Porcel tenía su oficina ahí y a mí me advertían, ni pases por esa puerta, por eso ni me asomaba. Yo adquirí el idioma, pero no adquirí dos cosas de los porteños: ni usar puteadas ni usar el doble sentido".
"Una vez me preguntó Larrea al aire si me animaba a cantar un tango en coreano. Canté Mi Buenos Aires querido. Los planos que me hacía el director Faura eran cada vez más grandes y mi popularidad crecía, pero yo era inconsciente", admite. "Cuando Héctor cumplió 50, lo festejó en Hipopótamo, con Gerardo Sofovich, Tato Bores, Silvio Soldán y Leonardo Simons. Pude agradecerle a Simons que al llegar al país yo aprendí la palabra 'fantástico' por él, sin diccionario".
Para 1989, el ritmo de trabajo era frenético entre el aire de los aviones y el aire televisivo. Había desechado una oferta de Playboy con la que podía comprarse un departamento porteño de dos ambientes. Pero en 1989, en una edición cuya tapa era Beatriz Salomón, Lee sufrió una estafa moral. "Pusieron una chica china y titularon Señorita Lee. ¡No era yo! Quisiera aclararlo porque alguno guardara la revista".
Para Lee el juego se terminó en 1990. Renunció a Aerolíneas y renunció al canal. Atravesaba algo así como el Síndrome de "Burn Out" ("cabeza quemada") y decidió aislarse un tiempo en su casa. Se habló de escándalo, de roces, de peleas. La verdad se sabe 30 años después, de boca de ella.
"Yo cobraba nada y encima no me dejaban hablar español para que otros productores supieran que yo podía hacer algo más que un sketch. 'Se va a perder la magia', decían y eso me impedía crecer. Ni soltarme el pelo me dejaban. Entonces puse una regla: o me aumentaban el pago o me dejaban hablar en español. El día que dejé el estudio a Larrea no le habían avisado de esto. Le cayó mal, se sintió abandonado porque incluso yo le había dicho antes 'no" a sumarme a Rapidísimo por un tema de agenda con Aerolíneas".
"Pudimos desanudar todo eso hace unos años, aclararlo. Nos queremos. Yo viví algo que el público nunca olvidó. Estaba agradecida, pero me fui a mi casita que pude comprar con tanto esfuerzo, en Colegiales. Necesitaba silencio. Y, como toda una albañil, empecé a picar las paredes de mi hogar".
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