DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Se mostró como una candidata

* Por Joaquín Morales Solá. Cristina Kirchner se adelantó ayer a los analistas políticos: ¿cómo podría conseguir una reforma constitucional un gobierno que no pudo lograr que le aprobaran a libro cerrado el presupuesto de este año? Tiene razón.

Era, en efecto, la conclusión más obvia sobre la fiebre re-reeleccionista que se abatió en los últimos días en la abstraída burbuja de los kirchneristas.

"Cristina eterna" (slogan que es una profesión de fe en la monarquía absoluta, tan lejana a la democracia) no fue, sin embargo, sólo un ataque de adulación a un liderazgo por parte de alguno oficialistas. El proyecto de reforma de la Constitución tiene sentido para otro proyecto más inmediato, terrenal y legítimo: la candidatura de la Presidenta a la reelección en las elecciones de octubre próximo. Aunque sea, como lo es, una causa perdida de antemano, el reformismo constitucional podría construir la imagen de una presidenta en condiciones de relevarse a sí misma en 2015. Fantasía en estado puro. La política argentina es imprevisible más allá de la próxima semana.

Pero la política también se construye con mitos. El actual mito en montaje de una "Cristina eterna" es una consecuencia no querida de la muerte de Néstor Kirchner. La Presidenta sabe, mejor que nadie, cómo fue el debate interno en el kirchnerismo en 2007 que la llevó a la candidatura y a la presidencia. Su esposo decía que no hay poder real sin reelección y él no la tendría después de un segundo mandato. Es lo que sucedería con Cristina Kirchner si ganara las próximas elecciones.

El problema del oficialismo es que naufragó empujado por la precipitación. Ese proyecto reformista, mítico o lírico, sólo podía explayarse después de una elección ganada y no en medio de una campaña electoral con final abierto. La propia Cristina sabe que nada está resuelto todavía con miras a octubre. Es candidata. No hay dudas, hoy por hoy. ¿Qué quiso decir, si no, cuando señaló que "una persona" necesita ocho años para implantar un proyecto, como lo afirmó hace poco? Aclaró que es "una persona" (y no dos) para que la sociedad no le endose a ella los cuatro años de su marido muerto. Sus actos son los de un candidato. El conurbano empapelado de afiches cristinistas responden claramente a una campaña presidencial. Con todo, ayer se abstuvo de ratificar su candidatura. Seguirá con sus oscilaciones discursivas. Hoy no; mañana sí.

A pesar de todo, fue un discurso más puntual y concreto que otros discursos que dijo ante la Asamblea Legislativa. Anunció que enviará algunos proyectos al Congreso, al revés del año pasado cuando les avisó a los legisladores que acababa de ignorarlos con un decreto de necesidad y urgencia para hacerse del control de las reservas. Algo es algo.

Un párrafo elocuente es el que les dedicó a los dirigentes gremiales cuando los exhortó a no reclamar excesivos aumentos salariales y cuando, también, les pidió que no utilizaran a los usuarios de servicios públicos como rehenes con sus frecuentes huelgas. Era hora ya de que los usuarios de trenes y aviones descubrieran una palabra oficial, al menos, que los comprendiera en el cotidiano sufrimiento de vivir en la Argentina.

En la cuestión de los salarios, que comenzará a debatirse este mes, la Presidenta entrevió el enorme conflicto que podría estallar en sus narices. Los dirigentes sindicales están pidiendo aumentos del 35 por ciento. ¿Hasta dónde trepará la ya alta inflación si el promedio de incrementos salariales fuera ése? De todos modos, el Gobierno también se apresuró cuando resolvió el aumento de los docentes, que es, por lo general, el piso que marca en marzo las próximas negociaciones. El aumento docente nacional fue del 27 por ciento y del 30 por ciento en la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. ¿Cuánto pedirán los camioneros, los metalúrgicos, los mercantiles o los aeronáuticos?

En todas las mediciones de opinión pública hay dos temas que están en la cima de la preocupación social: la inseguridad y la inflación, en ese orden. Cristina Kirchner no hizo referencia alguna a la inflación. Tal vez porque advierte que no tiene fórmulas para combatirla con su venerado modelo ni, mucho menos, con su ministro de Economía. O quizá porque cree ciegamente, como aseguran alrededor de ella, en las abultadas carpetas del Indec que le acerca Guillermo Moreno. Sea como sea, no le habló al ama de casa estupefacta ante los precios en los supermercados o en las despensas. Prefirió, al parecer, no confrontar la teoría con la experiencia.

Sí habló, en cambio, de la inseguridad. El único anuncio que hizo consistió en que pondrá policías en la calle. Por fin, si fuera cierto. En las últimas semanas era evidente que la policía había convertido la Capital en tierra de nadie. La policía es la ausencia más notoria en el espacio público, sometido (desde hace mucho, pero más aún en los últimos tiempos) al gobierno de los que hurtan, roban y agreden. De todos modos, es un anuncio modesto, para llamarlo de algún modo. Han pasado tres años, por lo menos, desde que el anterior hombre fuerte de la policía, Aníbal Fernández, anunció que la solución del problema de la inseguridad era poner policías en la calle. La inseguridad sólo ha crecido desde entonces.

No podía faltar (y no faltó) la agresión a Julio Cobos. Desde que era senadora, a Cristina Kirchner la ataca de vez en cuando el deseo irrefrenable de retar al vicepresidente, un hombre condenado por los reglamentos al silencio. Lo mismo le hacía a Daniel Scioli cuando éste ocupaba ese cargo. Cobos fue imprudente al llevar su propia barra, porque además él no hablaría y no habría motivo, por lo tanto, para aplaudirlo ni para festejarlo. El vicepresidente sufrió evidentemente una conmoción desde que fue abucheado en los funerales de Kirchner, de la que aún no se ha repuesto. Temió que ayer le pasara lo mismo.

La novedad, no obstante, es que la Presidenta se haya molestado por la desenfrenada barra de otro y no por la propia. A esa hora en la ciudad abundaban los colectivos rentados por el cristinismo, había calles cortadas para que transitaran sus seguidores y los cánticos la adulaban dentro y fuera del recinto. Nadie podía quejarse ante nadie, y menos retarlo.