Se cumplen 40 años del comienzo del terror en Chile
El 11 de septiembre de 1973 el dictador Augusto Pinochet rompió con la democracia chilena derrocando al socialista Salvador Allende.
Un día como hoy hace 40 años en Chile comenzaba un régimen sangriento que durante 16 años se mantuvo en el gobierno y muchos más en el poder. El 11 de septiembre de 1973 el ejército chileno al mando de Augusto Pinochet quiebra el mandato democrático del presidente electo en 1970, Salvador Allende, con un golpe de Estado que se llevó miles de vidas y la libertad.
La estrategia para imponer el terror en Chile no fue ideada solo por Pinochet, en la década del setenta el gobierno de Estados Unidos promovió las dictaduras militares en América latina, un territorio que debía "limpiarse" de ciudadanos con actitud crítica y hambre de libertad para poder imponer el neoliberalismo sin cuestionamientos. Sobre una sociedad consciente y despierta políticamente hubiese sido muy difícil implementar la política de la des-industrialización, la precarización laboral, el aumento de la deuda externa, la privatización y la pobreza, para permitir la concentración de capitales en pocas manos y la instalación de empresas multinacionales en la región.
Mientras a nivel mundial Estados Unidos se enfrentaba en la Guerra Fría contra la Unión Soviética, se aseguraba territorios capitalistas y el control social de la población con el Plan Cóndor en el cono sur del continente americano. Con el apoyo externo de Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, e interno de las Fuerzas Armadas, el Partido Nacional, sectores de la Democracia Cristiana y medios de comunicación conservadores, entre otros actores sociales, Pinochet se convirtió en el alumno ejemplar del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Aún hoy se mantienen los rezagos de quien sacrificó la independencia económica, y todas las garantías que establecen los derechos humanos en su país a cambio del poder que se negó a soltar, ya que después de dejar el Gobierno, continuó como jefe del Ejército hasta 1998 y logró su nombramiento como senador vitalicio. Chile mantiene la Constitución de 1980 y una herencia derechista.
Aunque el dictador fue detenido por menos de dos años en 1988 gracias al juez español Baltasar Garzón bajo los cargos de de terrorismo, genocidio y torturas, y enfrentó cargos de violaciones a los derechos humanos y enriquecimiento ilícito, el actual presidente chileno, Sebastián Piñera, lo homenajeó.
Hace un año el Jefe de Estado del país vecino celebraba al símbolo de la dictadura de su nación, frente a esto Adolfo Pérez Esquivel, ganador del premio Nobel de la Paz, le escribió una carta abierta en la que expresó: "Con dolor y sorpresa vemos que tu gobierno consciente un acto en homenaje a Augusto Pinochet y al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, ese hecho que inauguró momentos de oscurantismo y dolor con un alto costo en vidas humanas. Un acto de traición y violencia para derrocar un gobierno democrático elegido por y para el pueblo chileno, e implantar un Estado de terror".
"Es necesario tener memoria para no perder los valores éticos: Cuando tu gobierno permite homenajes a quienes torturaron, mataron, encarcelaron, impusieron la desaparición de personas y provocaron el exilio de miles de hombres y mujeres, imponiendo políticas del terrorismo de Estado en Chile, (...)", publicó el titular del SERPAJ.
En la actualidad, parte de la población chilena lo mantiene como un héroe, mientras otros tantos manifiestan su repudio a los recuerdos del terror y a los resabios que se muestran en algunas escenas concretas como la educación exclusiva para quienes pueden pagarla, lo que desató protestas estudiantiles a favor de una educación pública y gratuita el año pasado.
Si aun se mantienen vigentes ciertos lineamientos de la época del terror del otro lado de la Cordillera de los Andes, vale agregar a los recuerdos que los argentinos asociamos al 11 de septiembre: el Día del Maestro y el atentado a las Torres Gemelas, lo vivido por el pueblo chileno, tan cercano en la historia y tan lejano en nuestra memoria.
Este es el último discurso de Salvador Allende: