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Se busca una urgente solución

Las desavenencias políticas en Europa y en Estados Unidos han colocado otra vez a la economía global al borde de un precipicio, cuyo efecto sobre millones de trabajadores se desconoce.

En los últimos días, hemos sido saturados de dramáticas imágenes del derrumbe de las Torres Gemelas, sin una sola imagen por contrapartida que hubiera recordado la devastación de Irak y el millón de muertos causados por la venganza estadounidense.

En esas jornadas, pasó casi inadvertido otro derrumbe, que inició el colapso de la economía global. El 15 de septiembre de 2008 se desplomaba el banco Lehman Brothers, sepultando las ilusiones de crecimiento y consumo sostenidos. Hoy, suman 44 millones los desempleados en la economía mundial; 11 millones son estadounidenses.

Los sectores ultraconservadores acusan al gobierno norteamericano de debilidad por no haber intervenido para evitar esa quiebra. Los sectores liberales, a su vez, acusan ahora a Barack Obama de cobardía, por seguir mutilando el Estado de bienestar para salvar a los bancos, sin tener la valentía de Franklin D. Roosevelt, quien tras el crac de Wall Street de 1929 se abstuvo de intervenir para evitar la quiebra de más de cinco mil bancos. Dejó que los propios banqueros sanearan el sistema, aunque ello significara el final de sus carreras y fortunas.
Desde hace tres años se llevan lanzados al mercado centenares de miles de millones de dólares para evitar una catástrofe internacional, pero la crisis mantiene su potencial de incertidumbre.

El desconcierto es total: el último viernes, en Breslavia (Polonia), los miembros del Ecofin (la reunión de ministros de Economía y de Finanzas de la Unión Europea) escucharon con educada distracción a Timothy Geithner, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, que los instó a diseñar "políticas que favorezcan el crecimiento", un llamado inviable, porque no pueden elaborar plan alguno mientras carezcan de claridad y horizonte de mediana estabilidad.
Un día antes habían rechazado la propuesta de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, de distribuir 200 mil millones de dólares para paliar el llamado "estrés bancario", o sea la debilidad patrimonial de las entidades que prestaron montos millonarios a países, los cuales están hoy virtualmente en cesación de pagos.
Ayer, el presidente Obama anunció un plan para reducir el déficit fiscal de Estados Unidos en 1,5 billones de dólares en una década, aunque persiste un fuerte debate legislativo sobre quién deberá pagar esa factura.

Las desavenencias políticas, tanto en Europa como en Estados Unidos, han colocado otra vez a la economía global al borde de un precipicio cuya profundidad y efecto sobre los millones de trabajadores del resto del mundo se desconoce. Las lecciones de 1929 y de la crisis 2008-2009 no parecen despertar la inteligencia ni los mejores recursos de los principales dirigentes del mundo desarrollado. Quizá sea ésa la respuesta más difícil de encontrar en esta delicada coyuntura.