Se acabó el amor entre los diarios y WikiLeaks
* Por Graciela Iglesias. Es probable que WikiLeaks jamás hubiera alcanzado la audiencia global de la cual ahora goza de no ser por su alianza con dos prestigiosos periódicos.
Ese "matrimonio", sin embargo, parece haber llegado a su fin, plagado, desde un principio, de diferencias irreconciliables que alentaron la desconfianza mutua y que derivaron en una virtual guerra. La revista Vanity Fair reveló esta semana en un artículo la tensa relación del fundador de WikiLeaks con sus principales aliados en la prensa.
Lejos de ser un desinteresado adalid de la libertad de expresión, Assange es, según la publicación, un egocéntrico que no dudó en amenazar con demandar a The Guardian para evitar la publicación de material sin su expresa autorización porque "él era el dueño de la información y tenía un interés financiero en cómo y cuándo ésta se publicaba".
El experto en informática australiano, de 39 años, se encuentra actualmente en libertad bajo fianza, a la espera de que se decida su extradición a Suecia, donde se lo acusa de abusos sexuales. El martes próximo atenderá una audiencia preliminar que, a raíz de la notoriedad del fundador de WikiLeaks, tendrá lugar en una corte anexa a la cárcel de alta seguridad londinense de Belmarsh. Se estima que el caso será dirimido allí entre el 7 y 8 de febrero próximo. Assange utilizó buena parte del tiempo de su confinamiento en Ellingham Hall, una lujosa mansión del siglo XVIII en Suffolk, para negociar la venta de los derechos de su versión de los hechos a la editorial norteamericana Alfred A. Knopf, que publicará sus memorias en abril próximo.
Los derechos mundiales del libro en castellano fueron adquiridos por la editorial Random House Mondadori. Si hay algo que el libro seguramente mencionará es la tormentosa relación de Assange con Nick Davies, el periodista de The Guardian que en junio lo contactó con The New York Times y convenció a su periódico para que instalara un búnker para analizar en conjunto la información de WikiLeaks. De esta forma, los dos diarios garantizaban sus primicias, al mismo tiempo que Assange se protegía de sufrir la misma suerte que Bradley Manning, el soldado norteamericano arrestado por supuestamente haberle provisto de los documentos secretos. Pocos días después, y sin consulta a sus socios, Assange sumó al grupo a la revista alemana Der Spiegel.
Pero eso no fue lo que causó la fricción que crecería hasta convertirse en una batalla de reacciones.
Culturas diferentes
El matrimonio de conveniencia se desmoronó por el choque de dos culturas muy diferentes: la del periodismo y la de los hackers . Mientras los periodistas buscaban verificar la información y ponerla en contexto, lo que implicaba eliminar algunos párrafos y agregar datos complementarios, Assange exigía que se publicaran los cables sin editar, aun cuando esto condujera, por ejemplo, a revelar nombres de civiles afganos inocentes. "Nosotros nos preguntábamos: «¿Cuánto de esto publicamos?», mientras que la ideología de Assange era: «Voy a sacar todo y después ustedes me tienen que convencer de que remueva algo».
Estábamos trabajando desde polos opuestos", explicó David Leigh, jefe de investigaciones de The Guardian . Justo antes de la publicación de los documentos sobre Afganistán, Davies descubrió que Assange había dado una copia de la base de datos a la emisora Channel Four. Desde entonces, Davies y Assange no se dirigen la palabra. Cuando llegó el momento de publicar los datos sobre la guerra en Irak, Assange exigió que la asociación Bureau of Investigative Journalism (Oficina de Periodismo Investigativo) tuviera acceso a ellos de antemano.
The Guardian aceptó lo que implicaba un retraso en la publicación a cambio de que Assange le diera acceso a los cables conocidos como "paquete de tres".
"Furioso"
El jefe de WikiLeaks aceptó el pedido tras obtener una carta firmada por el director del periódico británico, Alan Rusbridger, en la que prometía no publicarlo hasta que Assange diera su autorización. Poco después, sin embargo, Leigh descubrió que una ex colaboradora de WikiLeaks había filtrado los cables del Departamento de estado conocidos como el "paquete de tres" a la periodista independiente Heather Brooke. The Guardian decidió entonces contratar los servicios de Brooke para evitar que el material cayera en manos de algún medio de la competencia británica.
Al mismo tiempo que hacía eso, avisó de la situación a Der Spiegel y a The New York Times. Assange cayó así víctima de sus propios métodos: alguien en WikiLeaks había filtrado la información y esto liberaba a The Guardian de su compromiso. Una semana antes de la publicación por los tres medios, Assange irrumpió en la oficina del director de The Guardian , rodeado de sus abogados.
"Estaba furioso y su mensaje era simple: demandaría al diario si publicaba cualquier historia basada en los 250.000 documentos del Departamento de Estado que había entregado tres meses antes. Enfurecido por haber perdido el control, Assange lanzó su amenaza de iniciar una demanda", sostiene el artículo de Vanity Fair . Al final, los tres medios accedieron a esperar, lo que permitió a Assange sumar a su estrategia al francés Le Monde y el español El País . Pero la relación del hacker con quienes, hasta entonces, habían sido sus principales aliados quedó hecha trizas.
Lejos de ser un desinteresado adalid de la libertad de expresión, Assange es, según la publicación, un egocéntrico que no dudó en amenazar con demandar a The Guardian para evitar la publicación de material sin su expresa autorización porque "él era el dueño de la información y tenía un interés financiero en cómo y cuándo ésta se publicaba".
El experto en informática australiano, de 39 años, se encuentra actualmente en libertad bajo fianza, a la espera de que se decida su extradición a Suecia, donde se lo acusa de abusos sexuales. El martes próximo atenderá una audiencia preliminar que, a raíz de la notoriedad del fundador de WikiLeaks, tendrá lugar en una corte anexa a la cárcel de alta seguridad londinense de Belmarsh. Se estima que el caso será dirimido allí entre el 7 y 8 de febrero próximo. Assange utilizó buena parte del tiempo de su confinamiento en Ellingham Hall, una lujosa mansión del siglo XVIII en Suffolk, para negociar la venta de los derechos de su versión de los hechos a la editorial norteamericana Alfred A. Knopf, que publicará sus memorias en abril próximo.
Los derechos mundiales del libro en castellano fueron adquiridos por la editorial Random House Mondadori. Si hay algo que el libro seguramente mencionará es la tormentosa relación de Assange con Nick Davies, el periodista de The Guardian que en junio lo contactó con The New York Times y convenció a su periódico para que instalara un búnker para analizar en conjunto la información de WikiLeaks. De esta forma, los dos diarios garantizaban sus primicias, al mismo tiempo que Assange se protegía de sufrir la misma suerte que Bradley Manning, el soldado norteamericano arrestado por supuestamente haberle provisto de los documentos secretos. Pocos días después, y sin consulta a sus socios, Assange sumó al grupo a la revista alemana Der Spiegel.
Pero eso no fue lo que causó la fricción que crecería hasta convertirse en una batalla de reacciones.
Culturas diferentes
El matrimonio de conveniencia se desmoronó por el choque de dos culturas muy diferentes: la del periodismo y la de los hackers . Mientras los periodistas buscaban verificar la información y ponerla en contexto, lo que implicaba eliminar algunos párrafos y agregar datos complementarios, Assange exigía que se publicaran los cables sin editar, aun cuando esto condujera, por ejemplo, a revelar nombres de civiles afganos inocentes. "Nosotros nos preguntábamos: «¿Cuánto de esto publicamos?», mientras que la ideología de Assange era: «Voy a sacar todo y después ustedes me tienen que convencer de que remueva algo».
Estábamos trabajando desde polos opuestos", explicó David Leigh, jefe de investigaciones de The Guardian . Justo antes de la publicación de los documentos sobre Afganistán, Davies descubrió que Assange había dado una copia de la base de datos a la emisora Channel Four. Desde entonces, Davies y Assange no se dirigen la palabra. Cuando llegó el momento de publicar los datos sobre la guerra en Irak, Assange exigió que la asociación Bureau of Investigative Journalism (Oficina de Periodismo Investigativo) tuviera acceso a ellos de antemano.
The Guardian aceptó lo que implicaba un retraso en la publicación a cambio de que Assange le diera acceso a los cables conocidos como "paquete de tres".
"Furioso"
El jefe de WikiLeaks aceptó el pedido tras obtener una carta firmada por el director del periódico británico, Alan Rusbridger, en la que prometía no publicarlo hasta que Assange diera su autorización. Poco después, sin embargo, Leigh descubrió que una ex colaboradora de WikiLeaks había filtrado los cables del Departamento de estado conocidos como el "paquete de tres" a la periodista independiente Heather Brooke. The Guardian decidió entonces contratar los servicios de Brooke para evitar que el material cayera en manos de algún medio de la competencia británica.
Al mismo tiempo que hacía eso, avisó de la situación a Der Spiegel y a The New York Times. Assange cayó así víctima de sus propios métodos: alguien en WikiLeaks había filtrado la información y esto liberaba a The Guardian de su compromiso. Una semana antes de la publicación por los tres medios, Assange irrumpió en la oficina del director de The Guardian , rodeado de sus abogados.
"Estaba furioso y su mensaje era simple: demandaría al diario si publicaba cualquier historia basada en los 250.000 documentos del Departamento de Estado que había entregado tres meses antes. Enfurecido por haber perdido el control, Assange lanzó su amenaza de iniciar una demanda", sostiene el artículo de Vanity Fair . Al final, los tres medios accedieron a esperar, lo que permitió a Assange sumar a su estrategia al francés Le Monde y el español El País . Pero la relación del hacker con quienes, hasta entonces, habían sido sus principales aliados quedó hecha trizas.