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Scioli, más Scioli que nunca

* Por Carlos Pagni. Daniel Scioli empezó a despejar un interrogante que dominó la vida pública desde el inicio del verano: en qué medida defenderá sus aspiraciones políticas de las acechanzas que trama contra él Cristina Kirchner, que está empeñada, en su nueva campaña por la Presidencia, en que Scioli no exceda su rol de bien de uso electoral.

El gobernador está demostrando que mantiene su vieja línea de conducta. En Sierra de los Padres desistió de liderar al PJ bonaerense en su resistencia a las listas del kirchnerismo alternativo que, encabezado por Martín Sabbatella, alienta la Casa Rosada. Por un momento, pensó en faltar a esa reunión. Hasta que Hugo Moyano lo hizo reaccionar: "¿Te olvidaste de que este encuentro lo pediste vos?". Carentes de un jefe que los defienda, los intendentes del conurbano comenzaron a negociar con la Casa Rosada una ingeniería que les permitiría ponerse a resguardo de las colectoras, desentendiéndose del destino del gobernador.

El otro gesto de sumisión de Scioli fue institucional. El sábado abrió la puerta de la policía bonaerense al gobierno nacional, al designar en la subjefatura al comisario general Hugo Matzkin, un hombre del ex ministro de Seguridad provincial León Arslanian.

Todo está, entonces, en orden. Scioli sigue siendo Scioli. Si tenía alguna duda, la Presidenta la resolvió el jueves al mediodía, cuando el gobernador retiró de la autopista Buenos Aires-La Plata los carteles que lo promovían para presidente. Desde Olivos le habían avisado que, de mantener esa publicidad, la señora de Kirchner no concurriría a la inauguración del estadio de la capital bonaerense.

En la reunión del PJ bonaerense del viernes pasado no fue necesario hablar demasiado de Sabbatella y sus fastidiosas listas. Antes de llegar a Sierra de los Padres, varios caudillejos del Gran Buenos Aires, encabezados por Hugo Curto y Raúl Othacehé, negociaron un blindaje para su poder municipal con Carlos Zannini, Juan Carlos Mazzón y Florencio Randazzo. Como resultado de esas tratativas, que todavía están abiertas, la Casa Rosada autorizó la modificación de la ley de internas de la provincia, para elevar del 10 al 30% el caudal de votos que debe conseguir cada competidor para incorporar candidatos en las listas. Con esta reforma, los intendentes, que disponen de reelección indefinida, aspiran también a quedarse con el monopolio de la representación del PJ, al eliminar lo poco que queda de democracia interna en ese partido. Es una forma de compensar las concejalías que les podrían arrebatar desde las colectoras.

La dirigencia del conurbano propuso, además, que el gobierno nacional exija a Sabbatella, como requisito para postular a Cristina Kirchner, que también adopte como propia la lista de diputados nacionales del Frente para la Victoria. Moyano es el más empecinado en esa idea. Quienes la promueven suponen que es una condición de cumplimiento imposible. Saben que Sabbatella encabeza una operación viciada de cinismo. Pretende asociarse a la Presidenta, pero no convalidar los hechos y protagonistas, demasiadas veces indefendibles, de todo el oficialismo. "El sabe que, si acepta lo que le pedimos, le estará regalando su electorado a Víctor De Gennaro, que será el candidato de «Pino» Solanas en la provincia", especuló uno de los autores de la cláusula.

El razonamiento es correcto, pero elude un dato político principal: Cristina Kirchner necesita de Sabbatella para no repetir en Buenos Aires el resultado que llevó a su esposo a la derrota en 2009. El mejor argumento de la Presidenta para justificar su fobia al aparato bonaerense es que ese aparato ya no asegura la victoria.

En el afán de amurallar su amenazada ciudadela, los peronistas desdeñados imaginan otro ardid: que las boletas lleven un color distinto según sea el partido que las presenta. "Con el número no alcanza para que nos identifiquen", reconoció Curto en el camping de Moyano. Esta democracia cromática, además de primitiva, puede ser contundente: como habrá más de una "lista de Cristina", la clientela peronista escuchará la consigna "vote la celeste". Todo sea para enriquecer la dimensión conceptual del "proyecto".

Mientras se elaboraban estas estrategias, Scioli estaba en Costa Esmeralda. Tal vez sea la razón de que no aparezcan ardides para defender sus intereses. Tampoco lo ayuda la indolencia que manifiesta ante otros avasallamientos. El más relevante se está produciendo en la política de seguridad, que es el núcleo de su conflicto con la Presidenta.

Scioli concurrió al encuentro de Cristina Kirchner, en La Plata, llevando la cabeza de la plana mayor de la bonaerense. El único sobreviviente fue el jefe, Juan Carlos Paggi. Al día siguiente, el viernes, un emisario de la Casa Rosada avisó al gobernador: "No alcanza". La Presidenta exige la remoción de Paggi y del ministro de Seguridad, Ricardo Casal.

Esa pretensión no se explica del todo sin un dato: el autor intelectual de la política de seguridad del kirchnerismo es Arslanian, quien asesora de manera cada vez menos subterránea a la señora de Kirchner y a Nilda Garré. El avance sobre la provincia obedece a varias razones. Ya Néstor Kirchner estaba convencido de que el problema es inabordable sin una conducción unificada de las fuerzas que operan en el área metropolitana. Además, en el gobierno nacional pretenden anular la contrarreforma que, en detrimento de la gestión Arslanian, llevaron adelante Scioli y su primer ministro del área, Carlos Stornelli. Aunque conviene recordar algunas paradojas: Arslanian llegó a la provincia de la mano de Eduardo Duhalde, y Stornelli fue designado en el cargo a pedido de Kirchner, que estaba inquieto por las investigaciones del fiscal en el caso Skanska.

Scioli optó por resolver esta disputa de la peor manera: cedió a medias. Designó como segundo de la fuerza al comisario general Matzkin, quien durante la gestión de Arslanian proveía los elementos de juicio que, después, desataban las purgas. Scioli pretende preservar a Paggi y a Casal. Pero la Presidenta quiere ver en lugar de Paggi a Matzkin, y en lugar de Casal a Martín Arias Duval, actual director nacional de Migraciones y ex viceministro de Arslanian. Ella no cree que Scioli se resista a esos cambios por motivos conceptuales, sino porque no puede -o no quiere- desbaratar el esquema de negocios que montaron alrededor de la policía bonaerense los empresarios Mario Montoto y Daniel Hadad. Más aún, la Presidenta sospecha que la resistencia de Paggi a renunciar, después de que fueron removidos sus principales colaboradores, se debe a su vinculación con este entramado comercial.

La pulseada entre Cristina Kirchner y Scioli es poco edificante y, si se quiere, anecdótica. Lo importante es que, como consecuencia de ella, el sistema político-electoral de la provincia se prepara para una nueva degradación, mientras la escasa seguridad de los bonaerenses pasa a depender de una fuerza cuya conducción acaba de ser fracturada. Casal y Paggi obedecen a Scioli y Matzkin a Arslanian, mientras los cuadros medios y bajos no logran identificar cuál es la orientación oficial.

Daniel Scioli pierde mucho en este juego. Ya cedió, sin negociación alguna, un turno presidencial. Tal vez no pueda impedir que Cristina Kirchner elija un compañero de fórmula que se convertirá, si gana las elecciones, en su delfín para 2015. Ahora también se le reclama que transfiera a un interventor nacional del Ministerio de Seguridad el poco poder que le queda en la provincia. La reforma policial que venía preparando para la campaña electoral deberá, en este contexto, ser archivada. Se comprende, entonces, que el gobernador fantasee, en sus momentos de indignación -juran que los tiene-, con "dejar todo y volver en cuatro años". Es lógico: para salvar su candidatura debe entregar la gobernación.

Cristina Kirchner también está embarcada en una aventura de difícil pronóstico. Si bien ha moderado su retórica, está demostrando ser tan belicosa como su esposo. Sólo que la naturaleza de sus conflictos es distinta. Kirchner elegía adversarios ajenos a su área de dominio. La oposición, el campo, la Iglesia, la prensa, algunas empresas. Las suyas eran, con distinto resultado, guerras de conquista. Su viuda, en cambio, ha decidido apuntar los cañones hacia las filas del oficialismo, a las que no siente como propias. Sus blancos son Scioli, los sindicalistas, los intendentes. En Sierra de los Padres logró lo que Kirchner jamás hubiera permitido: juntarlos a todos. El principal desafío de su carrera no será, entonces, la oposición. Será el peronismo.