Rumbo al infinito y más allá
Por Adrián Paenza* En una misión conjunta de la Conae y la NASA, el cohete Delta II logró poner en el espacio al Aquarius, el satélite más complejo construido en la Argentina. Hubo emoción y aplausos cuando se constató el éxito del operativo. Los detalles.
Se oyeron los aplausos, la nube de fuego desapareció en el aire y la tensión cedió. Una parte central de la misión estaba cumplida. El conteo final, a máximo volumen, había parecido inagotable. Chequeos de cada parte de la máquina una y otra vez. El ambiente en la base de la Fuerza Aérea Vanderberg, en California (Estados Unidos), era de vibraciones cada vez más cortas y reiteradas, más intensas. Hasta que finalmente acabó. La garúa y la niebla no permitieron ver con exactitud hacia dónde se dirigió el cohete Delta II, con al SAC-D Aquarius a cuestas, pero todos los presentes supimos que el lanzador había despegado con éxito. A las 11.20 de ayer en Argentina entró en órbita la ciencia nacional.
Desde una base ubicada a tres kilómetros y medio de donde se encontraba el Delta II, Página/12 vivió toda la secuencia previa al lanzamiento. Un camión equipado con equipos de audio (pero curiosamente no de video) reproducía la emisión del canal de televisión de la NASA, en el que se explicaba cada función de los elementos que componen el satélite. Cada cinco minutos irrumpía la voz de la persona encargada de chequear una lista interminable de datos para que al momento del despegue todo estuviese bien. Asimismo, corría incesante la cuenta regresiva. Con estos condimentos se generó poco a poco un clima particular, tenso.
Cada uno de los responsables (argentino o norteamericano) contestaba lo mismo: había que superar tres momentos clave para que pudieran respirar tranquilos. Por supuesto, el primer detalle no menor es que despegara bien el cohete Delta II. Era su misión número 58, siempre con éxito.
Pero luego, a los 56 minutos y 42 segundos del lanzamiento tenía que desprenderse el satélite, que para poder entrar en órbita necesitaba desplegar sus paneles solares. Ese habría de ser un momento crítico. Después, y en orden sucesivo, se pondrían en marcha los ocho instrumentos que son el ‘corazón de la misión’. Cada uno será responsable de recolectar datos como nunca se hizo hasta ahora. Por último, debía llegar la primera información del Aquarius, receptada por una base en Kenia y reportada por la Agenzia Spaciale Italiana al centro argentino Teófilo Tabanera, en Falda del Carmen, Córdoba, muy cerca de Alta Gracia. Con el correr del día se pudo constatar que todo se cumplió tal como fue establecido.
Tras dos horas, llegó la última cuenta regresiva. De pronto se alcanzó a ver una bola de fuego con un ruido infernal. La sensación era la de estar en medio de una gran tormenta. Al mirar al cielo nublado, nadie pudo ver el cohete, nadie sabía adónde mirar. Las nubes tapaban todo. Sabíamos que era ‘hacia arriba’, sí. Pero ¿dónde estaba?
Después, en la tranquilidad de una oficina, los periodistas pudimos ser testigos del aplauso emocionado de los funcionarios argentinos y estadounidenses. Esto ocurrió dentro del salón destinado a los representantes de los seis países involucrados: Estados Unidos, Brasil, Canadá, Italia, Francia y Argentina. Allí estaban el canciller Héctor Timerman, el director ejecutivo y técnico de la Conae, Conrado Varotto, y la viceministra de Ciencia y Tecnología, Ruth Ladenheim. Mientras que en otro sitio de la base militar estaban, por parte de la Conae, el director del proyecto SAC-D Aquarius, Daniel Caruso, y el director de programa, Fernando Hisas. Ambos formaron parte de los cerca de 200 encargados operativos del proceso de despegue, que incluyó 36 pasos.
Ya en el hotel, ahora sí viendo a pleno la transmisión televisiva del canal exclusivo de la NASA, pudimos ver un festejo más típico de un partido de fútbol que de un logro científico. Y llegó el momento de la conferencia de prensa que darían cerca de las 13 (hora argentina) Timerman y Varotto, por Argentina, y Charles Gay y Michael Freilich, responsables técnico de la NASA, entre otros ejecutivos.
Con unas cien personas en el auditorio, entre ellas periodistas argentinos y estadounidenses, comenzaron las declaraciones de los funcionarios. A su turno, este diario consultó al técnico del organismo estadounidense por la motivación que llevó a elegir científicos argentinos para emprender esta tarea conjunta, si se tiene en cuenta que el país del norte cuenta con capacidad obvia para hacerse cargo en soledad de toda la tarea realizada. Freilich, aprovechando su condición de profesor universitario de mucha experiencia, reconoció que Estados Unidos podría haber construido todos esos equipos de forma independiente. Sin embargo, en un argumento un poco más elaborado, describió la capacidad creativa, inventiva e idoneidad del cuerpo de científicos argentinos. "Formamos una verdadera familia. Aquí nadie siguió órdenes de nadie. Todos fuimos pares", explicó.
Una y otra vez, desde la NASA se encargaron de aclarar que Argentina es un par. Es que la construcción de todo el artefacto, que en un principio se anunció como de 320 millones de dólares pero Gay dijo que fue de cerca de 400, fue posible gracias a un convenio entre la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) y la NASA. Además, cinco de los ocho instrumentos que llevará el satélite son de íntegra producción argentina.
Respecto de las actividades que realizará el Aquarius, Freilich destacó que "va a permitir tener datos del hemisferio sur que no se tuvieron nunca", información sobre la que hoy se está en cero. Asimismo, una de las tareas importantes del satélite será la de monitorear la concentración de sal en los océanos y evaluar el ciclo del agua en sus distintas fases. Además, agregó Varo-tto que uno de los instrumentos del satélite "va a permitir detectar los barcos pesqueros que están en zonas prohibidas". Otro de los instrumentos que lleva el SAC-D permitirá estudiar la humedad de los suelos, la actividad volcánica y mapear migraciones de animales, entre otros aportes. Los funcionarios dejaron una reflexión sobre la concepción del proyecto, comparado con otras resonantes actividades espaciales: "La intención es que no sólo se mire hacia afuera de la Tierra, sino mirarnos a nosotros".
Horas antes del despegue, los periodistas estábamos a unos 70 metros de lo que parecía un edificio de unos 15 metros. De pronto, y de manera totalmente inesperada, esa mole de cemento empezó a deslizarse en forma silenciosa dejando al descubierto al cohete Delta II. Parecía imposible tal despliegue de precisión y sincronización. Allí estaba, en la punta, nuestro SAC-D. Ese satélite argentino hoy ya está en órbita. Da 14 veces por día la vuelta al mundo. Viaja a 25.000 kilómetros por hora, pero lo más importante es que se lleva adentro el fruto del trabajo de los científicos de nuestro país. Y puso en evidencia, una vez más, que esta Argentina no sólo es parte del mundo, sino que ahora, junto con sus socios en el espacio, va por más.