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Rompió el silencio una de las víctimas de los abortos forzados y torturantes del "Doctor Muerte"

En 2016, María entró al consultorio clandestino de Teófilo Plasencia con un embarazo de seis semanas. Se arrepintió al llegar.

Por Federico Fahsbender (extraído de Infobae)

El domingo último, la senadora Silvina García Larraburu, parte del bloque del Frente para la Victoria, anunció en una entrevista emitida por Radio Mitre que votará en contra del aborto legal, seguro y gratuito en la sesión decisiva de mañana porque "el tema" le parece "un capricho de un nene bien poco acostumbrado a la frustración en su pelea con la Iglesia" refiriéndose al presidente Macri y porque "la gente humilda no aborta."

La senadora quizás debería chequear su información un poco mejor. Los tribunales de Lomas de Zamora son un buen lugar para empezar.

A mediados de septiembre de 2016, María T. -un nombre de fantasía para esta nota, su identidad real es preservad- ingresó al consultorio clandestino del doctor Teófilo Plasencia sobre la calle 17 de Octubre, a pocas cuadras de la estación de Claypole. Oriunda de Caseros, María tenía 19 años de edad, una hija de uno y un trabajo de empleada doméstica por horas en una casa de familia en Villa Devoto que no le pagaba mucho. Vivía junto a su madre y su hermano, cobraba una Asignación Universal por Hijo, un Programa Hogar para acceder a una garrafa de gas.

María tenía también un embarazo de seis semanas. Su novio en aquel momento había decidido no hacerse cargo del futuro bebé. María, entonces, decidió abortar. Una muñeca bebé desnuda la esperaba en la entrada al llegar. "Bienvenidas", decía el cartel que colgaba de su panza.

Un día después de entrar a la casa-quirófano, María aparecería ensangrentada en la mesa de ingresos de la clínica Boedo de San Francisco Solano acompañada por una mujer que decía ser su amiga y que luego desapareció.

Lo cierto es que María se arrepintió de abortar apenas entró, entre el instrumental quirúrgico sucio, el catre con un cubrecama grasiento estampado en piel de leopardo que serviría de camilla para el procedimiento. Plasencia, nacido en Cajamarca, Perú en 1945, diplomado como médico en la Universidad de La Plata en 1974, el mayor abortero ilegal de la historia del Conurbano, detenido e imputado en diez causas distintas a lo largo de los últimos treinta años, acusado de cuatro hechos seguidos de muerte, decidió que arrepentirse no servía de nada: el aborto se realizaría de todas formas, sin el consentimiento de María.

Una mujer que acompañaba a Plasencia, una de sus enfermeras, tomó a María del brazo y la inyectó con un fuerte anestésico. Media hora después, María despertó. Plasencia le dijo que algo había "salido mal." Claramente no le decía mucho a su paciente-víctima: Plasencia le había perforardo el útero con una sonda, dejándola en claro riesgo de muerte.

Tras ser abandonada por la cómplice de Plasencia en la clínica Boedo, María accedió a otro sanatorio de salud en San Francisco Solano gracias a la obra social de su padre, Edgardo, chofer de camiones de construcción. Allí, María enfrentó una cirugía para su útero desgarrado: el procedimiento desastroso de Plasencia llegó a comprometer otros órganos. "Hay un setenta por ciento de chances de que su hija evolucione mal", le dijo al padre de María el especialista que operó a la joven: "Haga la denuncia", lo instó.

El padre de María se presentó el 18 de septiembre de 2016 en la comisaría 6° de Claypole para denunciar lo que padeció su hija. Una hermana de María entregó su teléfono, con un mensaje de WhatsApp en donde la joven le indicaba que la pasara a buscar por una casa en la calle 17 de Octubre en Claypole, que allí la iba "a atender un médico" llamado Teófilo Plasencia. La casa del abortero fue allanada: la Bonaerense encontró su nuevo auto cero kilómetro, un Volkswagen Beetle de ese mismo año, con un valor actual de medio millón de pesos, registrado un mes antes del aborto forzado de María, que eventualmente declaró y señaló la cara de Plasencia en un tira de fotos.

Su valentía sirvió de algo en un sistema penal que le ofrece escasas respuestas a las víctimas: a comienzos del mes pasado, casi dos años después, Plasencia fue condenado a cinco años y seis meses de cárcel en un juicio abreviado por el Tribunal Oral Criminal N°2 de Lomas de Zamora, un proceso en donde intervino el fiscal Guillermo Morlacchi. El fiscal buscaba el máximo de pena para un aborto sin consentimiento, ocho años en total. Plasencia se despachó con un pequeño stand-up al cerrar el acuerdo: "Eh, por otras dos chicas que se murieron me dieron un par de años, por esta que vivió me quieren dar cinco."

Hoy, Plasencia se sienta en el pabellón 2 del viejo penal de Olmos. María está lejos de Caseros y su hija: la falta de trabajo la llevó a un punto en Europa, donde gana algunos euros como empleada doméstica para enviarle en giros a su familia y su hija. Entró a la Unión Europea como turista, sus papeles laborales aún no están en regla.

La condena fue una sorpresa desde el otro lado del mundo. María dice a Infobae:

"El tema no me importó más en un momento. Me dijeron que tenía muchas denuncias, que no iba a ir a la cárcel. que nadie se animaba a meterlo preso."

-¿Cómo llegaste a su consultorio?


-Por Internet. Entré en Google y busqué para abortar criaturas, dónde hacerme un aborto clandestino y ahí me salieron varios, entre ellos la clínica de él, de Plasencia, de ahí saqué su número de celular.

-¿Cuánto te cobró?

-Seis mil pesos. A él no lo recuerdo mucho. Cuando llegué me recibió una chica a la que le pagué en una sala. Para empezar, me engañaron: no me dijeron que el aborto me lo iba a hacer un hombre, me lo iba a hacer una mujer. Ahí me hicieron pasar a otra sala. Ahí recién aparece Plasencia. Me había hecho una ecografía para saber de cuántos meses estaba y la llevé. Me dijeron me iba a dormir por un rato. Y después de eso, tranquila, me iba a ir a mi casa.

-¿Por qué te negaste a que te haga un aborto?

-Yo no quería abortar. Lo hice porque el padre de mi hijo no se quería hacer responsable, ya tenía otra hija, no sabía qué hacer. Ahí le dije a Teófilo, que mucho no quería, que se quedara con la plata, que le iba a dar dinero. Y me dijeron que no, que ya estaba ahí, que sí o sí tenía que hacerlo, que ya vine, que no podía salir de ahí. Me quedé y me inyectaron. Una chica paraguaya fue la que me inyectó. Ahí me dormí, me durmieron aunque me arrepentí.

-¿Qué recordás al despertar?

-Desperté en media hora. Les pregunté si me podía ir a mi casa. Me dijeron que no, que se complicó. Que estaba todo hecho y no había más nada que hacer, que me iba a quedar a dormir. Me dieron de comer milanesas con papas fritas. Después de comer empecé con un dolor muy fuerte en la vagina. Ahí me duermen otra vez. Y la chica paraguaya empezó a decir "la vamos a tirar, la vamos a tirar", les dije que no, que no iba a hablar, les pedía que por favor me lleven a un hospital. El dolor era como de parir. El señor este dijo que no, que no me iban a tirar, que me iba a llevar a una clínica y me tenía que callar la boca. Ahí iba a decir que me caí de una escalera, que estaba trabajando y que por eso se produjo el aborto.

-¿Quién te lleva a la clínica?

-La chica, que dijo que era mi amiga. En la clínica conté que me había caído de la escalera, pero después se dieron cuenta de que me habían hecho un aborto: encontraron pastillas en mi vagina. Me dijeron que me iban a matar. A mi madrastra una persona que decía ser mi amiga le mandó mensajes preguntando por mí, a ver dónde andaba.

-¿Cómo te trató tu familia después de esto?


-Bien. Tuve mucho apoyo de mi papá. Me fui a ver con él, tenía miedo, no quería salir a la calle sola.

Edgardo, padre de María, tuvo que aprender a vivir con ésto. Ya no está en Argentina; decidió radicarse en Paraguay junto a su mujer, jubilado más de cuarenta años en la construcción, tras haber participado en la creación de la Autopista 25 de Mayo, en las primeras obras de la General Paz. Su recuerdo más vívido del sufrimiento denigrante que vivió su hija está en un frasco.

"Vino el doctor y me mostró lo que le habían sacado a mi hija en la operación. Había un pedazo de sonda, había también un coágulo, un pedazo de la criatura. Casi la matan a mi hija. Me pidió por favor que no la deje morir. Plasencia la dejó tirada en un hospital, no tiene sentimientos para los demás, le importa la plata y nada más", recuerda Edgardo.

El padre de María no está a favor de la legalización del aborto. "Nunca me cayó bien el tema, todos tenemos derechos a vivir, veía que algunos compañeros hacían estas cosas con las hijas o las mujeres cuando trabajaba y me enojaba. ¿Por qué tienen que hacerlo? Hay que pensar antes de cometer un error", cuenta: "Y nunca pensé que nunca me iba a pasar a mí. Hasta que me pasó. Y no le solté la mano a mi hija."

María tampoco está a favor del aborto legal, al menos no en un principio.

-El martes 8 el Senado en la Argentina va a decidir si el aborto en la Argentina será legal, seguro y gratuito o no.

-Para mí no, está mal. Me arrepentí de lo que hice. Las chicas que pasaron por lo que yo pasé no quedamos bien. Lo que me hicieron pasó un miérocles y cada miércoles me acuerdo, yo recuerdo mucho a mi bebé. Es mejor tener y si no querés, dalo para adoptar. Si mi familia me hubiese apoyado un poquito... No se me hubiera pasado por la cabeza hacer eso.

-Quizás si el aborto fuese legal, personas como Plasencia quizás dejarían de existir.

-Eso sí. Me hubiesen dejado irme a mi casa. Cuando me arrepentí no me dejaron salir. Si hubiese sido legal, podría haber vuelto a mi casa tranquilamente. No hubiese pasado por todo esto. Ahora voy a buscar un psicólogo. Nunca pude superar lo que viví.