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Ricardo Darín: "Reírse de las calamidades es muy argentino"

*Por Juliana Rodríguez. Ricardo Darín adelanta cómo es su personaje en la comedia "Un cuento chino", que se estrena esta semana en Córdoba. Y aclara sus dichos sobre la marihuana.

El eje de la charla es Un cuento chino, la comedia que protagoniza y se estrena la semana que viene, pero lo primero que hay que preguntarle a Darín (agenda periodística obliga) es por sus declaraciones en la revista Para Ti, acerca de que alguna vez fumó marihuana. La pregunta, para no hacer más humos sobre el tema, llega con humor. ¿Vas a ser el personaje de tapa de la próxima edición de la revista THC (emblemática publicación sobre la cultura canábica)? Él dice que quizá: "Sí, en cualquier momento, me habían invitado otras veces, pero a lo mejor ahora acepte".

Enseguida, evoca que aquella charla original fue sobre las drogas duras, a las que condena, y que lo de la marihuana salió al pasar. Pero dice que ya no le sorprende cómo se arma el runrún mediático, que si alguien dice "Algunas veces fumo una pitada", es probable que lo que se publique sea "Fumo y me encanta". Y se queja de que algunos lo tilden de apologista, sobre todo porque para él hay temas mucho más importantes para tratar, como el alcohol entre los adolescentes o el aborto.

Darín es del club de "Lo que ves es lo que hay". Esa energía espontánea lo antecede, se percibe dos segundos antes de que él traspase la puerta. Después llega, se acerca una silla, se sienta. Ya no fuma y ni siquiera le quedan tics de ex fumador cuando gesticula o mueve las manos. O cuando habla. Se podría decir que es fácil entrevistarlo, porque es fácil entrevistar a un tipo inteligente y piola, pero también porque cuando habla, habla claro y conciso. Y mucho.

En Un cuento chino, Darín es Roberto, un ferretero serio, gruñón y metódico, que no tiene ni quiere tener contacto con el exterior. Por un evento fortuito, debe convivir con un joven chino que no habla una palabra de español. Roberto es de los que llaman a defensa del consumidor enojados, de los que comen asado sin ensalada y racionan el dulce de leche. Y el chino es, básicamente, un chino. "Las características del personaje fueron delineadas por Sebastián Borensztein, después yo me subí al tren y juntos empezamos a hacer un seguimiento", cuenta.

–¿Es un personaje que reúne los rasgos de cierta argentinidad, de cierta época al menos?

–Me hace acordar a varios personajes de mi barrio y de otros barrios. Hay una caracterología o temperamento en Roberto, fácilmente reconocible: es inteligente, sensible, buen tipo, se lo ve herido y un poco harto de la tilinguería, de la estupidez circundante. Por eso está como encerrado, ha perdido los lazos con la sociedad. Es como si se hubiera quedado detenido en un dolor, en una imagen de sociedad que por algún motivo no fue. Está atrincherado en su propia casa.

–¿Te reconociste en alguno de esos rasgos?

–Sí, el personaje tiene algunas cosas que reconozco en mí: el hartazgo de estar acostumbrado a que te caguen toda la vida, que lo tomamos como algo normal porque es común. Ya sabés que es probable que ocurra, pero el temperamento de Roberto no le permite dejarlo pasar, libra su lucha, y eso es lo reconocible en esa gente enojada que no encuentra una válvula de escape. Todos sabemos que en una repartición pública te vas a comer tres horas de cola y por eso llegamos ya con la cabeza gacha, como esperando eso. Hasta que alguien se para un día y dice no. Él es una síntesis de lo que nos pasa en otras situaciones, eso es de una profunda argentinidad. Es un cascarrabias, pero lo es porque está harto de que le hagan siempre lo mismo y a nadie le importe un carajo.

Perdidos en la traducción

Hombro a hombro con Darín en el filme está el actor Ignacio Huang, el chino, que no se queda atrás en la calidad de su actuación, y se las ve más difíciles, porque lo que él dice el espectador no lo entiende. "No me digas que igual no entendés lo que dice, su actuación te hace laburar la cabeza, se expresa de múltiples maneras. Yo agradezco cuando me tratan inteligentemente en el cine", señala Darín.

–¿Terminaste aprendiendo algo de chino?

–Sí, algunas cosas fui aprendiendo del idioma, por prepotencia de laburo. Te empezás a enterar de la gestualidad, de las diferencias culturales. Lo que para nosotros es una cosa, para ellos es otra o, directamente, nada. Por ejemplo, indicarle que venga con una seña con el dedo no significa nada. Eso lo aportó Nacho, él nos contó esas cosas.

–¿Y cómo fue trabajar con Ignacio?

–El dios del cine estuvo de nuestro lado. Es un gran actor sin la herramienta fundamental del lenguaje (su personaje no habla español, pero él sí), por lo que necesitamos otras herramientas para llegar a él. Además, también nos enseñó mucho e hizo aportes interesantes. Uno de los sueños es que la película se estrene en China, me encantaría ir a esa avant premiere.

En el filme, los desencuentros entre el joven y sencillo chino y el pertinaz e intolerante Roberto son un ejemplo de la incomunicación. "Toda la composición de la comedia está sujeta a eso. La distancia entre la cultura china y la argentina (si es que la tenemos) es tan paradigmática que están en puntos antagónicos. Al medio, está toda la historia de la humanidad".

–En algunos aspectos, este también es, como en "Carancho" o "El aura", un personaje introvertido, que no sonríe. ¿Por qué creés que funciona en comedia tanto como en dramas?

–En este caso, estuvimos atentos a que no hubiera "guiños de comedia" en lo narrativo, queríamos permitir que el destinatario de este cuento se riera de situaciones, de las calamidades del otro. Y reírse de las calamidades del otro sí es muy argentino. No sé si es similar a esos otros personajes, pero a veces corrés ese riesgo, sobre todo cuando tu rango de acción no es grandilocuente. Acá, teníamos que ser económicos en la interpretación. Si aparece un actor en común con distintos roles, hay un punto que es el eje desde el cual vas y venís, pero al que siempre volvés.

–Pero también hay escenas que recrean las fantasías del personaje...

–Sí, esa es su válvula de escape, los únicos momentos en los que esboza una sonrisa, cuando lee las noticias absurdas que colecciona de los diarios. Tratamos de ser honestos en ese sentido, nunca intentamos manipular o construir un personaje bueno. Él se quiere sacar de encima al chino, de verdad, no lo soporta un minuto más. No quisimos que fuera bueno. Se nota que no sabe manejarse en el plano emocional.

Es la primera vez que Darín trabaja en cine con Sebastián Borensztein, con quien asegura haber tenido una experiencia muy rica: "Cuando dos interesados están alineados en la misma perspectiva y pretenden lo mismo es más placentero trabajar porque te sentís más sólido. Si eso lo multiplicás por más personas enfocadas en la misma dirección, es la utopía de un país perfecto. Que todos estemos mirando más o menos a la misma dirección, para saber qué nos conviene y qué no. Un rodaje tiene esa dinámica de trabajo fluida, sentís que vas a poder con lo que sea que se te presente, porque tenés un superobjetivo: contar una historia".

Cuando termina de hablar, siempre mirando con atención, Darín pregunta cosas como "¿De qué signo sos?", no como guiño de boite, sino para comprobar sus percepciones astrológicas. Al recibir la respuesta se queda pensando, entrecierra los ojos en gesto detectivesco y mueve la cabeza como si ya lo hubiera sabido. "Ah, claro, Tauro". Él dice que es Capricornio ascendente Capricornio. "De pura cepa", agrega.

Un cuento chino

Dirección y guión: Sebastián Borensztein. Con: Ricardo Darín, Ignacio Huang, Muriel Santa Ana. Comedia dramática. Productores: Pablo Bossi y Juan Pablo Buscarini.
Estreno: jueves 24 de marzo.