Revolución, un film que merece verse
*Por Pacho O’Donnell. Revolución confirma que el Estado tiene una tarea importante a cumplir no sólo en el campo de la salud o la educación sino también en el cine. Lo confirma la masiva repercusión pública de la reciente Belgrano.
Me mueve a escribir estas líneas la avaricia con que algunos medios han comentado la película Revolución, seguramente movidos menos por razones artísticas que por condicionamientos de tipo político.
La película de Leandro Ipiña, un talento joven de 34 años, es excelente. Nos ofrece por fin una versión de nuestro Libertador que hace honor a su memoria. Sin engolamientos, no constreñido por el bronce hipócrita de la historia oficial, sino rescatando su dimensión humana atravesada de dudas, de terquedades, de enfermedades, de un patriotismo insólito en una Nación aún no constituida. En la línea del gran cine histórico (La guerra gaucha, Camila) que muy de tanto en tanto conmueve las bases de una filmografía que parecería despreciar la riqueza de nuestra nacionalidad, privilegiando la dominante extranjeridad de nuestro arte y cultura. Valga como ejemplo de esto la desorbitada reacción de algunos intelectuales ante la muy interesante muestra del Homenaje al Pensamiento Nacional.
Revolución confirma también que el Estado tiene una tarea importante a cumplir no sólo en el campo de la salud o la educación sino también en escenarios más puntuales, pero de gran alcance como el cine. Lo confirma la masiva repercusión pública de la reciente Belgrano.
Al mérito del film, en el que Tristán Bauer tuvo una participación decisiva, ayuda la antológica interpretación de Rodrigo de la Serna, el inolvidable Granado de Diarios de motocicleta y a quien en los últimos tiempos se lo ha podido apreciar en su dimensión de gran actor en la serie televisiva Contra las cuerdas. Su arenga antes de la batalla de Chacabuco debo confesar que me emocionó hasta el tuétano.
Con la decisiva ayuda de Javier Juliá, encargado de la fotografía, Ipiña sale airoso de trechos de gran compromiso como la tormenta de nieve en la cordillera o el fragor de la batalla.
Una observación acerca del opinable título Revolución por el que se pretende apuntar a que la decisión y la estrategia de San Martín tenía como objetivo un cambio sustancial, sin dudas revolucionario, en el escenario político de Sudamérica. Esto ahondaría en la dimensión social cuando, gobernando en Lima con su ‘mano derecha’ Bernardo de Monteagudo, dictó medidas favorecedoras de los sectores populares, como la reivindicación de los derechos de los indígenas y la repartición entre la plebe de tierras confiscadas a ricos españoles y americanos enemigos de la emancipación americana.
Por experiencia propia sé que no es fácil hacer hablar a los personajes de nuestra historia sin recibir la acusación de ‘diálogos sentenciosos y alambicados’, porque en aquellos tiempos se hablaba sentenciosa y alambicadamente. Riesgo que el buen guión del mismo Ipiña y Andrés Maino ha transitado airosamente. Guión que es también riguroso en la veracidad de los hechos narrados y que en la no resuelta polémica acerca de si el triunfo en Ayacucho se vio comprometido por la desincronización entre O´Higgins y Soler debido a que el chileno se adelantó o si el argentino atrasó el film opta por esta última hipótesis, seguramente en honor a la hermandad con el país trasandino.
Es digno de todo elogio la actuación del muy joven José Ciancio, el relator de los sucesos, cuya escena de desesperado dolor en brazos del cura Aldao, símbolo metafórico de los muchos religiosos que entonces tomaron las armas, es un mensaje visceral de los horrores de la guerra.
Ya anciano, encarnado por un eficaz León Dogodny, quien ha quedado tullido por su compromiso con las luchas de la independencia es visitado por un periodista posmoderno, sentado simbólicamente muy por encima del encogido prócer, que lo entrevista con petulante superioridad, lo que habla del pecado de olvido tan típicamente argentino, al que se combate con películas como esta.
También propone, y no es su menor virtud, un cine superador del que se ha instalado como ‘nuevo cine argentino’ que, salvo excepciones, se ocupa de temas pequeños, con medios pequeños, de lo que resultan películas pequeñas que transitan con una pequeña repercusión del público. Y que algún desvaído premio en alguno de los muchísimos festivales cinematográficos de todo pelaje a lo largo y a lo ancho del mundo no alcanza a reivindicar.