Resiliencia: cuando la materia vuelve a su estado previo
Por Omar Ledesma. La mayor planificación a futuro, por definición, es casi siempre a corto plazo.
Nos despertamos, vamos a trabajar, volvemos, nos enfrentamos todo el día con la problemática que nos rodea, la que vamos modificando y la que nos modifica, llegamos al punto del descanso, con la certeza, como si fuésemos inmortales o imprescindibles, que al día siguiente nos vamos a levantar para repetir esa rutina. La mayor planificación a futuro, por definición, es casi siempre a corto plazo, dado que las de largo se analizan, se generan esperanzas, dudas, miedos y la sensación de lo desconocido que podamos encarar sólo cuando llegue el momento. Nos estresamos, y no lo comunicamos porque hasta ahora podemos compensar con conductas que retornen todo al orden natural, el rutinario. Con un pequeño detalle: y si al día siguiente no nos despertamos?. Si enfermamos o morimos?. Todos vivimos con un criterio implícito de imprescindibilidad, el cual sanamente no va salvando, pero cuando se acaba la capacidad de compensación, empieza la caída en un espiral vertiginoso donde nuestro concepto subjetivo de espacio y luz se ven reducidos, casi al punto de no llegar a la nada, y, si esto nos lleva a la muerte, nos van a depositar muy seguramente en una prolija fila de imprescindibles que ya abandonaron este mundo antes. Cabe entonces la pregunta: se puede morir de depresión?. La respuesta inevitable es SI, porque nos va carcomiendo desde adentro, y porque la Organización Mundial de la Salud considera actualmente a nivel mundial la depresión como la tercera causa de muerte, luego de las cardiovasculares y el cáncer considerado en forma genérica. Que pasó hasta este momento, como se dio algo así de lo cual “nuestros abuelos se la manchaban y salían solos…” en palabras de muchos y certeza de unos pocos. Como funciona que en palabras de un paciente “yo hasta ayer podía guardar todos los números de teléfono en mi cabeza, y hoy no me acuerdo del de mi casa…?. Como se justifica que un paciente cardiovascular esté a punto de ser dado de alta y haga un episodio de muerte súbita en día que se está yendo de su internación. Como se justifica que dos de pacientes con un mismo tipo de tumor uno sobreviva y el otro se muera? Como … tantas cosas?, hoy, hablaremos de este tema.
El stress.
La cultura en la cual vivimos, como dijimos antes, nos atraviesa para modificarnos, y nosotros la atravesamos para cambiarla; así de sencillo, somos seres sociales.
El stress fue descripto por Hans Selye en 1932 como estos estímulos que atraviesan, que no son ni buenos ni malos, son estímulos, el concepto de “bueno- malo” se lo brindamos nosotros a través de nuestro contexto afectivo, el más poderoso y grande que tenemos, al punto que nuestras respuestas conscientes son sólo una parte mínima del funcionamiento de nuestro cerebro. Ahora, para romper con este criterio, tuvimos que superar casi 4 siglos de pensamiento cartesiano, donde se establecía una relación tajante mente- cuerpo: la mente era de asiento etéreo, los procesos eran supranaturales, en cambio, nadie dudaba en aquél punto cuando una persona moría, por ejemplo, de peste. Sirva como ejemplo que Sigmund Freud desarrolla el psicoanálisis desde fines del siglo XIX, siendo neurólogo. Al no poder encontrar un órgano que produjera estas manifestaciones que eran mucho más que la mera suma de sus partes, sus colegas lo invitaron amablemente a que vaya a practicar su ciencia a otra parte, porque no era medicina, no iba con el renombre de la neurología y sus hazañas. No obstante, Freud intentó transmitir en una publicación su conocimiento a los neurólogos, sin la menor posibilidad de encontrar un lecho fértil, casi más bien, predicando en el desierto (Descartes, René, “ El Discurso del Método”; Michael Foulcault: “La locura en la Edad Media”- “El poder hegemónico médico”; Sigmund Freud: “Un nuevo proyecto de psicología para neurólogos”). Había nacido, y estaba sola y a los gritos, la última rama joven de la Filosofía, la Psicología). Los médicos, firmes creyentes de ser depositarios del saber absoluto, no filosofaban, eran pragmáticos. Costó (y cuesta, la batalla continúa) unir las ciencias sociales con las biológicas; lobotomías frontales, secciones del cuerpo calloso que desunían las mitades del cerebro, cuando ambas funcionan distinto y en forma específica, terapia electro- convulsiva, etc., son sólo algunas de la praxis médica de la época.
La saga continúa: el distress.
El aporte de Hans Selye había sido la patada de arranque del motor, no se podía volver atrás, porque el método científico lo apoyaba con evidencia, y los psicoanalistas ya formados, que habían optado de su maestro dejar de lado el órgano cerebro, veían en stress en los traumas, se había consolidado en el matrimonio mal avenido una simbiosis necesaria.
Ahora bien, los estímulos vividos y recibidos no pasaban sin más, producían en el individuo una huella más o menos profunda, que acorde a sus características personales podía sobreponerse o no. cuando el estímulo era realmente nocivo, se establecía un trauma, de resolución espontánea o con guía terapéutica, por lo cual, si bien la palabra stress se conserva, mantiene un significado de neutralidad, con dos ramificaciones antagónicas entre sí: convertirse en un eustress, (eu, prefijo griego de normalidad), o sea, solucionarse por cuenta y parte del individuo acorde a sus mecanismos de defensa, o en un distress, y este poder ser agudo o crónico (Hans Selye). El individuo propio puede reponerse o requerir de la ayuda especializada, el distress, además, si no se soluciona tiene dos potenciales caminos, el ser o resultar traumatogénico, o sea posible de producir un trauma, o ser traumático desde el inicio, por la calidad, tiempo de permanencia, interacción de la persona, etc., Con estas definiciones, hemos comenzado a transitar el descenso al “Inferno” del Dante, porque esa es la vivencia de la persona que enfermó.
Y la depresión, donde está?
Literalmente al acecho, nos espera pacientemente al final del camino, en el círculo más profundo para continuar con la comparación con el Dante. Cuando el estímulo es traumatogénico y genera su trauma, o bien ya habiendo sido traumático desde el inicio, los mecanismos de respuesta de la persona anteriormente sana pueden tomar dos caminos: caminar en la cornisa mirando hacia abajo, viendo la depresión de cerca pero sobreadaptado,, (pero la cornisa siempre se termina y aguarda la caída), o precipitar al individuo en la lenta caída libre en un espiral descendente donde la depresión aguarda. Todo intento de intentar escapar consume energía del sujeto, la cual es agotable como recurso, siendo que el cuerpo humano está destinado y programado para economizar en su mayoría posible.
Sin embargo, todo lo descripto hasta ahora, si no le ponemos órgano, es solo filosofía y de la barata, por eso acudimos al auxilio de la ciencia.
Modelo de desesperanza aprendida.
Somos tan inteligentes como seres que repetimos en forma sistemática la misma forma de enfermar: en 1967, Martin Seligman desarrolla un modelo para estudiar la depresión, en el cual en una batea o bandeja profunda, puso a nadar una rata, la cual, de aprovechar su inteligencia y sus capacidades, encontraría el premio. La rata no podía hacer pie en el agua, por lo cual el agua estaba teñida con colorante, y la rata no podía ver la plataforma que la salvase de morir ahogada. Buscando, la encontraba y su premio consistía en ser sacada del medio hostil. En pos de la economía de energía, cuando era sumergida nuevamente, nadaba en línea recta a la plataforma, segura de su hallazgo, había convertido un distress en eustress. Logrado este aprendizaje, se retiró la plataforma del agua, con lo cual la rata empezaba a nadar, primero economizando, y luego nuevamente estresada al no lograr su cometido. Con las pruebas reiteradas, en poco tiempo la rata solamente flotaba, en el convencimiento de que no había un estímulo satisfactorio y que de cualquier cosa que intentara, nada iba a dar un resultado. La rata aprendió a perder las esperanzas. Analizados los cerebros en autopsias, se descubrió y describió que el sistema límbico, encargado de los sentimientos, emociones había perdido volumen por pérdida de neuronas, lo mismo que la corteza frontal en las regiones relacionadas con la expresión, la memoria de largo plazo (recuerdan el ejemplo del individuo que no podía recordar el teléfono de su casa?) Y sobre todo en las zonas reguladoras de los sentimientos y emociones. Este modelo fue revalidado por su autor en 1994, allá por donde nacían las neurociencias, y los hallazgos fueron los mismos.
La gran sorpresa fue cuando comenzaron a realizarse estudios por imágenes de alta definición en seres humanos ( más cerca del 2000, año en el que Eric Kandel gana el premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre la memoria) y en los mismos medir el volumen de corteza cerebral, observando en sujetos deprimidos los mismos cambios que en las ratas en lo que a pérdida de volumen por pérdida neuronal se refiere.
Las Neurociencias vinieron para quedarse y seguir aportando, hoy Freud tendría razón y sustento (una pequeña anécdota, cuando era profesor adjunto de una facultad de psicología, no voy a dar el nombre, pero de neto corte psicoanalítico acérrimo, tuve que explicar la constitución del sistema psíquico según Freud, dividí el pizarrón en dos, y mientras explicaba el tema asignado, les iba diagramando en paralelo la afectación cerebral desde las neurociencias; me quisieron echar pero no pudieron, al tiempo me fui solo…).
Resiliencia, la otra cara de la moneda.
Imagine, por un momento, el símbolo del Yin y el Yang: un círculo con una mitad negra y una blanca, y en cada uno, un pequeño círculo con el color opuesto, la definición podría ser, dado que la simbología es subjetiva, que en cada gran parte habita un pedacito de la otra.
Imagine ahora, o si vive cerca de las vías de un tren puede acercarse y verlo, qué ocurre con las vías cuando pasa el tren: el resultado es visible, se deforman, pero finalizado el paso, vuelven a su estado previo, lo que no significa normalidad, porque hace años que están y tienen muchos trenes pasados. La resiliencia es justamente eso, volver al estado previo, saliendo sólo o con ayuda del último círculo del Inferno del Dante. Proviene del latín resilire, que es la capacidad de las cosas de volver a su estado previo una vez que han sido deformadas, y es un término usado y tomado de la Ingeniería, que analiza estas variables. En síntesis, la resiliencia sería la capacidad de volver al estado de vida previo a la depresión, siempre con consumo de energía por parte del sujeto. Está influido por múltiples variables, la primera la genética, y la segunda las formas de desarrollo del individuo frente a situaciones que lo llevaron a enfermar (lo que llamamos en Psicología Cognitivo- Conductual “desarrollo de estrategias de afrontamiento asertivas”, entiendo que se define por sí mismo). No todos son o somos resilientes, si bien se puede aprender con ganas y tiempo. Para ejemplificar, voy a citar dos casos que resultan casi paradigmáticos:
El Dr. Viktor Frankl, psiquiatra austriaco, fue detenido y llevado por los alemanes a campos de concentración, variando su destino varias veces, de hecho se salvó de morir cuando el campo fue tomado por las tropas rusas en 1945. Era montañista y deportista, lo que pudo haber contribuido junto con su genética en ser un buen resiliente. Cada mañana en el campo, se acercaba a la distancia permitida a los alambrados y miraba los bosques, imaginándose libre en ellos. Al salir del campo de concentración, y luego de instalarse, volvió a ejercer su profesión, siendo el primer libro que escribió “El Hombre en búsqueda de su sentido”, fundante de la Logoterapia, una nueva disciplina terapéutica. Murió a muy avanzada edad, con recuerdos que si los vemos desde lo ya explicado, le permitieron retornar a su forma previa.
En el otro polo, se encuentra Primo Levy, prolífico pensador y filósofo de origen italiano, quien al ser liberado, vivía sus recuerdos en una forma tortuosa e incapacitante, tanto que en 1977 se suicidó, cumpliendo en realidad por su mano propia el mandato de sus captores. Para él, lamentablemente, nunca terminó la guerra.
Consideraciones finales.
Es muy frecuente ver en la praxis médica que, en la diversidad de pacientes, los estereotipos siempre aparecen, por lo específico del órgano que estamos tratando. Hay una certeza, nadie viene a la consulta a contar sus éxitos, de lo contrario podría aprovechar mejor su dinero y su tiempo. Siempre se aprende de los problemas y los fracasos, casi nunca de los éxitos, y en este orden, la mente del paciente viene desorganizándose estadísticamente en un tiempo no menor a los 5 años aproximadamente antes de la primera consulta.
Medicación o no medicación?
Los avances en neurociencias y en psicofarmacología nos permiten cada vez mayor selectividad para estabilizar el cuadro, pero como el perfil es genérico, no nos podemos quedar solo con ella, ahí, la escucha al paciente es fundamental, y una terapia dirigida aún mejor. De hecho terapia y medicación son una combinación ideal, aún cuando se retire la medicación por protocolos y consensos profesionales, la terapia es fundamental durante el tiempo que el paciente lo requiera.
De hecho, ambas van a parar al mismo lugar, del macro al micro (la medicación, que se ingiere para estimular el estado de ánimo), y la terapia, que actúa del micro al macro, léase, desde el sentido de la comunicación (por eso el psicoanálisis comenzó siendo una “talking cure” o curación por medio de la palabra, actuando desde lo que en cognitiva llamamos “erradicar la distorsión cognitiva, entrando por los sentidos y produciendo cambios en el juicio distorsionado del paciente para que se vuelquen en su vida cotidiana, esa que estaba perdida y sin esperanzas
Por último, la mayoría de la gente desconoce que las neuronas se regeneran en las zonas dañadas, pero esto será otro tema mas adelante.
Hagamos y fomentemos la prevención, porque cuando hay que intervenir ya es tarde.
Hasta la próxima.
Dejá tu comentario