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Reserva y diplomacia, una relación polémica

*Por Alberto Daverede. La repercusión que han adquirido en medios de difusión de todo el mundo las revelaciones de cables intercambiados entre las representaciones diplomáticas de los Estados Unidos y el Departamento de Estado ha replanteado un tema tradicional en los manuales sobre diplomacia: la legitimidad de la preservación de la confidencialidad en el ejercicio de esta disciplina.

El secreto en la práctica diplomática ha sido generalmente identificado con deleznables conductas de los diplomáticos en las relaciones internacionales, caracterizadas por intrigas, cohechos y extorsiones, tal como ocurría en la era de la "capa y la daga".

En ese entonces, cuando Florencia y Venecia se destacaban por su nivel de sofisticación en el manejo de las relaciones exteriores, el recurso a todo género de engaños por parte de fieles seguidores de algunas teorías de Nicolás Maquiavelo era considerado aceptable. Se lo juzgaba sobre la base de su eficacia y no de su moralidad. A su vez, el proceder de los enviados plenipotenciarios en esa época no estaba desvinculado del carácter absolutista de los regímenes imperantes.

Históricamente, e incluso hasta el siglo XIX, los enviados eran representantes personales de los regentes y gozaban de una gran autonomía en el ejercicio de sus funciones. Sólo debían responder a los príncipes a los que representaban.

Los más reputados diplomáticos de la historia, desde Richelieu hasta Metternich, Talleyrand y Bismarck, entre otros, han sido acusados de recurrir a prácticas cuestionables. Con posterioridad, a partir del surgimiento de regímenes democráticos en el siglo XIX, y en coincidencia con los acelerados progresos en los viajes y las comunicaciones, se produce un creciente interés del público en general en la política exterior. Los ciudadanos tomaron conciencia de que el quehacer de los diplomáticos -y los arreglos entre sus mandantes a que daba lugar- podía tener una incidencia directa en el curso de sus existencias.

La práctica de una diplomacia secreta comenzó a considerarse incompatible con un Estado democrático. Incluso, y particularmente en los Estados Unidos, la opinión pública llegó a concluir que la diplomacia secreta no había resultado ajena al estallido de la Segunda Guerra Mundial. De allí que el presidente Wilson, en el primero de sus 14 Puntos, enunciados en 1918 como paradigmas de un orden mundial más estable y seguro, propugnaba la publicidad de los tratados y una diplomacia conducida de manera franca y abierta al público escrutinio.

Es curioso que ahora, al revelarse muchos secretos de la actividad diplomática, un analista haya concluido que esa publicidad puede llevar a otro conflicto bélico. Es decir, la conclusión exactamente contraria a la del presidente Wilson. Aun en una sociedad internacional más democrática y abierta, los gobiernos están compelidos a mantener en secreto una gran cantidad de información.

Los archivos de los Estados referentes a delicadas cuestiones internacionales se mantienen en muchos casos cerrados al escrutinio público por un número considerable de años, o incluso sine díe - dependiendo de su grado de confidencialidad-, en general para proteger cuestiones relacionadas con la seguridad nacional o a personas destinadas en misiones per

manentes o transitorias en el exterior.

La legalidad de la preservación de la confidencialidad en la práctica de la diplomacia está consagrada en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961) y en la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares (1963). Ambas protegen la inviolabilidad de las sedes diplomáticas y consulares, así como sus archivos y documentos, correo diplomático, correspondencia oficial y la residencia particular de los agentes diplomáticos.

Sin embargo, en las sociedades abiertas es cada vez mayor la presión de los ciudadanos -individualmente u organizados colectivamente- para penetrar la confidencialidad de quienes influyen en sus destinos. De lo que se trata es, precisamente, de equilibrar este justificado anhelo con la seguridad de las naciones y la armonía entre los Estados.