Repudio tardío
Como ya es tradicional, el 24 de marzo pasado se celebraron a lo ancho y lo largo del país docenas de manifestaciones para repudiar el golpe de 36 años antes...
... lo que motivó cierta extrañeza entre los convencidos de que sería más apropiado conmemorar con mayor fervor el regreso de la democracia que el día en que fue suprimida –quienes piensan de este modo señalan que en la mayoría de los países es habitual anteponer los triunfos a las derrotas–, pero parecería que el grueso de la clase política nacional además de una multitud de agrupaciones contestatarias quieren sentirse víctimas de la crueldad ajena, razón por la que les gusta participar en ritos destinados a condenar un régimen que en su momento disfrutó del apoyo de muchos que, andando el tiempo, se atribuirían el mérito de habérsele opuesto con valentía principista. Mientras que los comprometidos con el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se concentraron en atacar a los grupos económicos y los civiles que según ellos fueron cómplices de la dictadura castrense, otros, de la izquierda combativa, incluyeron a los kirchneristas en la lista negra de presuntos malhechores. En todos los casos, el objetivo consistía en procurar aprovechar en beneficio propio la catástrofe política –producto previsible de la irresponsabilidad de una dirigencia civil acostumbrada a la alternancia en el poder de gobiernos populistas y regímenes militares– que el país experimentó hace casi cuatro décadas, poniéndola al servicio de sus prioridades actuales.
Por supuesto, es muy bueno saber que la mayoría se opone con firmeza a las dictaduras castrenses y a la violación sistemática de los derechos humanos por parte de un régimen militar –pocos aludieron a las atrocidades perpetradas por la Triple A que se formó cuando el general Juan Domingo Perón estaba en la Casa Rosada–, pero puesto que no existe ningún riesgo de que las fuerzas armadas lleven a cabo un nuevo golpe con el apoyo tácito de amplios sectores de la población, las opiniones en tal sentido no nos dicen nada acerca de la mentalidad auténtica de quienes se dedican a repudiar lo ocurrido más de una generación atrás. Por desgracia, a juzgar por la retórica empleada por muchos activistas, están menos interesados en ver consolidarse la democracia que en continuar la lucha contra sus enemigos particulares, denostándolos ya por haber colaborado con el régimen militar de antaño, ya por compartir, a su juicio, ciertas actitudes que consideran retrógradas, razón por la que quieren recrear el clima agitado de la década de los 70 cuando, huelga decirlo, los sinceramente comprometidos con la democracia constituían una minoría despreciada que no estaba en condiciones de impedir el golpe.
La versión kirchnerista del drama de aquellos tiempos se presta a las interpretaciones maniqueas, como si en última instancia sólo fuera una cuestión de un conflicto entre el pueblo, que es bueno por antonomasia, y una coalición maligna que estaba resuelta a pisotearlo. La variante izquierdista es similar, aunque en ella el kirchnerismo milita en la banda de los malos por su afición a la megaminería, por permitir el cultivo en gran escala de la soja y por estar dispuesto a pagar una parte de la deuda extranjera. Se trata de caricaturas, claro está, pero parecería que en nuestro país el debate político ha degenerado en un intercambio de improperios rudimentarios, acaso porque ni el oficialismo ni una oposición fragmentada se sienten capaces de atenuar problemas que son un tanto más urgentes que los planteados por los obsesionados por los acontecimientos de hace ya más de 30 años. Sería positivo que estos militantes, tanto los oficialistas como sus adversarios, invirtieran la misma pasión en buscar soluciones para el desastre educativo, la marginación de millones de personas, el primitivismo económico, la corrupción endémica, el estado lamentable de los servicios públicos y el pavoroso déficit institucional, pero en cierto modo es comprensible que prefieran aferrarse a lo que llaman "la memoria". Hoy en día es maravillosamente fácil "luchar" contra una dictadura irremediablemente muerta y felicitarse a sí mismo por tener el coraje cívico necesario para repudiarla. En cambio, no lo es en absoluto hacer frente a los muchos problemas actuales.
Por supuesto, es muy bueno saber que la mayoría se opone con firmeza a las dictaduras castrenses y a la violación sistemática de los derechos humanos por parte de un régimen militar –pocos aludieron a las atrocidades perpetradas por la Triple A que se formó cuando el general Juan Domingo Perón estaba en la Casa Rosada–, pero puesto que no existe ningún riesgo de que las fuerzas armadas lleven a cabo un nuevo golpe con el apoyo tácito de amplios sectores de la población, las opiniones en tal sentido no nos dicen nada acerca de la mentalidad auténtica de quienes se dedican a repudiar lo ocurrido más de una generación atrás. Por desgracia, a juzgar por la retórica empleada por muchos activistas, están menos interesados en ver consolidarse la democracia que en continuar la lucha contra sus enemigos particulares, denostándolos ya por haber colaborado con el régimen militar de antaño, ya por compartir, a su juicio, ciertas actitudes que consideran retrógradas, razón por la que quieren recrear el clima agitado de la década de los 70 cuando, huelga decirlo, los sinceramente comprometidos con la democracia constituían una minoría despreciada que no estaba en condiciones de impedir el golpe.
La versión kirchnerista del drama de aquellos tiempos se presta a las interpretaciones maniqueas, como si en última instancia sólo fuera una cuestión de un conflicto entre el pueblo, que es bueno por antonomasia, y una coalición maligna que estaba resuelta a pisotearlo. La variante izquierdista es similar, aunque en ella el kirchnerismo milita en la banda de los malos por su afición a la megaminería, por permitir el cultivo en gran escala de la soja y por estar dispuesto a pagar una parte de la deuda extranjera. Se trata de caricaturas, claro está, pero parecería que en nuestro país el debate político ha degenerado en un intercambio de improperios rudimentarios, acaso porque ni el oficialismo ni una oposición fragmentada se sienten capaces de atenuar problemas que son un tanto más urgentes que los planteados por los obsesionados por los acontecimientos de hace ya más de 30 años. Sería positivo que estos militantes, tanto los oficialistas como sus adversarios, invirtieran la misma pasión en buscar soluciones para el desastre educativo, la marginación de millones de personas, el primitivismo económico, la corrupción endémica, el estado lamentable de los servicios públicos y el pavoroso déficit institucional, pero en cierto modo es comprensible que prefieran aferrarse a lo que llaman "la memoria". Hoy en día es maravillosamente fácil "luchar" contra una dictadura irremediablemente muerta y felicitarse a sí mismo por tener el coraje cívico necesario para repudiarla. En cambio, no lo es en absoluto hacer frente a los muchos problemas actuales.