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Rehenes del líder sindical

*Por Joaquín Morales Solá. Una vieja leyenda cuenta que Hugo Moyano les había advertido varias veces a los Kirchner, en reserva, que estaba dispuesto a tirarles en la Plaza de Mayo sus camiones alborotados.

Una negociación secreta, que llevó cierta tranquilidad al jefe de la CGT, impidió, por ahora, que la amenaza se concretara. Precavido, Moyano no levantó el paro que había convocado para mañana ni la manifestación camionera en la principal plaza política del país. Sólo suspendió ambas cosas. Esperará que el Gobierno cumpla con su promesa y que el juez Norberto Oyarbide dilate la respuesta a la justicia suiza hasta que los argentinos y los suizos se olviden del tema. Oyarbide, un juez con simpatías oficialistas, parece jugar con las cartas marcadas en los sorteos de la Justicia; siempre recaen en él las causas más comprometidas para el Gobierno.

De todos modos, la Presidenta se encontró el jueves y el viernes con los estropicios de un Frankenstein que ella y su esposo crearon sin reparar en los riesgos. La verdad indica que hoy el Gobierno es más rehén de Moyano que éste de los jueces o de la administración. La propia sociedad argentina es ya cautiva del jefe de la CGT. Los bloqueos camioneros a los supermercados, a Techint o a los principales diarios del país (para hablar sólo de los casos más conocidos) fueron consentidos por el matrimonio gobernante porquecoincidían con sus fobias. El problema sucedió ahora, cuando Moyano dejó de mirar a los enemigos compartidos y fijó sus ojos en el Gobierno. Los camiones iban hacia Cristina Kirchner cuando un pacto de último momento la liberó de la extorsión manifiesta. El Gobierno se escandalizó porque los camiones irían a la Casa de Gobierno, pero no dijo nada sobre la insoportable amenaza de Moyano al periodismo. El método es bueno, otra vez, cuando es funcional a los intereses del kirchnerismo.

La Presidenta se fue mal de la Casa de Gobierno en la noche temprana del jueves. Terminó el día antes de cumplir con su agenda completa. Nunca hace eso. Estaba en medio de un laberinto y no tenía una salida buena. Ayudar a Moyano significaba alejarse de amplios sectores sociales que detestan al líder camionero por sus formas, por su discurso y por su proyecto de poder en perpetua expansión. Soltarle la mano constituía el riesgo de un permanente conflicto con el gremio camionero, que está en condiciones de parar la vida económica del país en muy pocas horas. Pueden desabastecer al país en cuatro días , dijo un funcionario que circula por las oficinas presidenciales.

La situación no podía ser peor porque se dio justo cuando deben comenzar las paritarias que definirán los aumentos salariales y el nivel de la inflación. Moyano suspendió, debe precisarse, paro y manifestación, pero dejó en el aire declaraciones con graves advertencias sobre la puja salarial.

El gabinete estaba dividido en dos partes. El círculo más cercano a la Presidenta, que lidera Carlos Zannini, prefería abandonarlo a Moyano a la buena de Dios y a la convicción de los jueces. Cristina tenía el corazón con ellos. No en vano había sido ella misma la que mandó pedir a Moyano que no fuera al acto de Huracán porque quería una escena totalmente progresista. Un hijo de Moyano, Facundo, recordó hace tres días que los camioneros contribuyeron con 11.000 personas a la victoria de ese acto, mientras, comparó, La Cámpora sólo había aportado 2000 asistentes. Así estaban las cosas entre los cristinistas y Moyano cuando explotó en Buenos Aires la bomba suiza.

Otra ala del Gobierno fue más pragmática y la encabezó el ministro de Planificación, Julio De Vido, que varias veces en las últimas horas tropezó con inéditos obstáculos para llegar hasta la Presidenta. Llegó a ella, por fin, al lado de otros ministros, más políticos y más peronistas. Argumentaron con razones fuertes. El paro de mañana de los camioneros hubiera sido, en los hechos, una huelga general porque se habrían sumado los sindicatos del transporte. Sería la primera huelga general a un gobierno peronista en muchísimos años. ¿Para qué dejar resentido a un hombre con el poder de Moyano cuando el destino de la economía depende en gran medida de su buena o de su mala voluntad? La Presidenta se inclinó, al final, hacia ellos.

El Gobierno debía, además, darle señales a Moyano de que no había urdido la trama suiza. Oyarbide podrá ofrecer siempre las pruebas que le pidan; ya empezó dilatando el proceso como si se tratara de una extradición y no de un simple pedido de informes. Moyano estaba convencido de que los suizos nunca se hubieran ocupado de él por iniciativa propia. Las últimas distancias de Cristina y el antimoyanismo del periodismo más cercano ideológicamente a la Presidenta crearon una nube de fantasmas en la cabeza del líder camionero. Quieren mi cabeza para congraciarse con la izquierda , disparó, enfurecido, entre dirigentes gremiales.

En rigor, la causa suiza no se inició por Moyano, sino en la investigación de una empresa financiera de transferencias internacionales de dinero. Sospechaban en Suiza que esa empresa estaba lavando plata sucia de distintos países. Hurgando aquí y allá, se toparon con los nombres de algunos argentinos, entre ellos la familia Moyano y empresarios sindicados como testaferros del jefe de la CGT, entre otros. Recabó la información judicial sobre ellos para avanzar en una causa que no lo tiene como centro a Moyano y su familia, aunque podrían caer en ella si se confirmara que hicieron envíos de dinero no declarados ni justificados.

¿Tenía margen Cristina Kirchner, además, para alejarse alegremente de Moyano? Casi ninguno. Ella y su esposo fueron los principales promotores de la construcción del enorme poder del jefe de los camioneros. Cuando los Kirchner llegaron al gobierno nacional, Moyano casi no podía salir a la calle, empapado de impopularidad, y su sindicato era uno más entre los grandes gremios. Los Kirchner hicieron de él y de su gremio un sistema solar, alrededor del cual orbitan los otros gremios y hasta la política del oficialismo. En las hemerotecas hay fotos de la Presidenta luciendo la gorra de los camioneros. Moyano se adueñó de estructuras cruciales del peronismo en los últimos años y hasta del dominio de su liturgia. Nunca otro dirigente sindical tuvo tanto poder político, gremial y económico.

Tampoco podía la Presidenta mirar para otro lado cuando la causa madre que se investiga es el manejo de las obras sociales; algunos de los fondos cuestionados por la Justicia sirvieron para financiar su campaña presidencial. Ochenta sindicatos están bajo la lupa de los jueces por el manejo de esos dineros destinados a la salud de los trabajadores. Moyano no estaría donde está ahora, en verdad, si la ex ministra Graciela Ocaña no hubiera insistido, con una constancia casi religiosa, en investigar el presunto desvío de esos fondos. Por la vía de las obras sociales se puede llegar a un proceso mani pulite argentino , se desconsolaba el viernes un político peronista.

Según una investigación de Ocaña presentada a la Justicia, las empresas de la familia Moyano ganaron, luego de pagar impuestos, unos 20 millones de pesos en los últimos tres años. Una fortuna si se considera que el jefe del holding es un dirigente obrero. Sin embargo, la política oficialista está impedida de ir más allá con el líder gremial, que sigue amenazando y exigiendo más poder. En su futuro esquema de poder están la vicepresidencia de la Nación y la vicegobernación de Buenos Aires. Elisa Carrió lo pescó, premonitoria, cuando lo encontró parecido a Herminio Iglesias, apenas cinco horas antes de que Moyano se convirtiera para el peronismo en lo más parecido a Herminio desde que éste quemara un féretro vacío.

La política es así. Volátil, siempre súbita, a veces un poco loca. Un papel arribado desde Suiza, una noticia en el portal de la Corte Suprema de Justicia que daba cuenta de ella y la feroz reacción de Moyano y el sindicalismo más cerril de la Argentina enfriaron en pocas horas el triunfalismo kirchnerista tras las elecciones catamarqueñas. El camino hacia octubre tendrá necesariamente aquella dinámica de la política, que condena siempre a los políticos a empezar de nuevo.