Reflexión sobre la situación de los artistas en tiempos de pandemia
Desde las profundidades sin luces, brillos, cámaras, micrófonos y escenarios.
Lo mismo ocurre con nuestros pensamientos, emociones y formas de sentir o ver el mundo cuando solo quedan encerradas y rebotando dentro de nuestras mentes. Es ahí donde aparece esa fuerza creadora del intercambio, esa interjección de subjetividades e imaginario, la electricidad compositora de nuevos territorios inexplorados, eso que comúnmente llamamos arte, la fibra transformadora de la expresión. Quizás algunos puedan separar al arte de la vida, yo lo hago solo como una forma de separar mi manera de vivir de las de otras personas. Ser artista puede ser para algunos una cuestión de oficio y para otros es simplemente una (la) forma de inscribirse en el mundo. Mercedes Sosa dijo una vez en una entrevista “Cantar para mí es un medio para comunicarme con la mayoría de la gente… lo único que sé hacer es cantar, es mi vehículo más inmediato de llegar a toda la gente…para mi es el único aporte que yo doy como ser humano a mis compañeros y al cambio”
Algunas actividades laborales logran permanecer en vigencia cuando se trata de trabajos que no dependen del encuentro físico de las personas. En el caso de los artistas es muy difícil o casi imposible readaptar las actividades a los nuevos preceptos del confinamiento. Todos los shows se cancelaron, como también las obras de teatro, los eventos, rodajes, clases y espacios de encuentro. Para todos los que se dedican al arte y a la creación colectiva esto genera graves daños no solo a nivel económico y profesional sino que también implica un cambio radical en el modo de habitar el mundo. Es precisamente el arte escénico el que necesita de los cuerpos vivos para dotarse de existencia.
Sin embargo, cabe destacar que este contexto de pausa propuso un ambiente un poco más sereno para la germinación de trabajos más íntimos o silenciosos, como componer, escribir o pintar. Esta pandemia nos obligó a ponerle un freno a la desgastante y apurada rutina diaria que veníamos llevando y que hasta hace poco llamábamos “normalidad”. Frente a todas las carreras y exigencias de nuestro sistema imperante de hiperproductividad, la cuarentena se impuso para hacer posible (al menos en algunos aspectos) el respeto por el tiempo a la hora de crear o producir nuevas obras, canciones, textos, etc.
En la casa donde vivo somos cuatro en cuarentena y de alguna u otra forma nos dedicamos al arte. Afortunadamente pudimos seguir generando nuevos proyectos en conjunto, siendo conscientes del privilegio de tener en la casa algunos recursos favorables para la creación. Una cámara, un estudio de grabación y un patio, todo lo demás es inventiva. Grabamos canciones, algunas originales y otros cuantos covers, hicimos arte de tapas, fotos, remeras batik , pintamos, nos cortamos el pelo y cambiamos de look varias veces. Lo mismo estará pasando en otras casas, cada uno con los recursos que tenga a mano. A veces es suficiente con tener un papel para escribir o con tener el cuerpo disponible. Son justamente la actuación, el canto y la danza las que precisan casi únicamente del cuerpo presente para existir. Pero también necesitamos de los otros cuerpos y sus relaciones vivas para que estas existencias cobren sentido.
Es por eso que siguen sonando un sinfín de alarmas para los artistas y la supervivencia de los procesos creativos. Y nada se parece a la calma. La falta de trabajo remunerado, la ausencia de shows, castings, audiciones, filmaciones y ensayos nos han dejado desprovistos. La clásica pregunta “¿De qué voy a vivir?” se hace cada vez más enorme y problemática. Ante este intrincado contexto surgen algunas alternativas que funcionan a modo de paliativos, como clases virtuales, transmisiones en vivo, recitales por YouTube, castings online, etc.
La constante explotación de las redes sociales se manifiesta como único medio de comunicación. Donde la expresión, la exposición y la promoción parecieran ser casi la misma cosa. Esto sin duda deprime y desgana. Ver a la actuación, la danza o a la música (entre otras disciplinas) reducidas a la promoción o a lo que solo pueda exponerse a través de las redes sociales; fomentado por el intento desesperado de cada uno por seguir mostrando su trabajo para no desaparecer, para no apagar la chispa. Arthur Miller escribió: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”.
¿Existe algo que puede reemplazar a los vínculos físicos y afectivos entre los actores, las actrices, el espacio y los espectadores? Algo que sustituya a la materia activa entre los músicos y su público, ese valor ritual del encuentro, el acontecimiento único y presencial, la red de afectos que se teje en una película. ¿No hablan las películas y las obras del encuentro entre las personas tanto en sus contenidos como en sus formas? Es imposible comparar y reemplazar lo vivo por lo virtual. Probablemente la solución no esté detrás de nuestras pantallas ni en el aire incierto que respiramos solos, probablemente tengamos que transformar ese aire, compartirlo con los otros y reencontrarnos cuando sea posible. Mientras tanto seguiremos creando e imaginando, como siempre. No sabemos que inventaremos las siguientes semanas, solo sabemos que seguiremos inventando “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”.
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