Reelecciones en democracia
No es la primera vez que abordo estas cuestiones, ocurre que ahora me interesa justificar el cambio de paradigma del orden democrático con un marco teórico que explique las razones de una transformación con pretensión de mejorar.
Intento mostrar la importancia de la concepción sobre la naturaleza humana, que justifique mi propuesta en contra de las reelecciones, conforme las características salientes del ser humano. Como el tema está lejos de ser un acuerdo científico universal, seguiré una visión que me seduce, para insistir con un modelo político que permita recuperar la confianza en la democracia.
Por impulso innato, el hombre es solidario o (cambiando la "d" por la "t") es solitario; es generoso o egoísta y codicioso. ¿Cómo es el hombre? Las contradicciones tienen componentes filosóficos, antropológicos, sociológicos y, desde algunas otras disciplinas afines, el estudio ofrece objeciones en todas las direcciones. Bien podemos citar la fábula de la rana y el escorpión: está en mi naturaleza, le contestó el escorpión. Parece que está en la naturaleza del hombre ser egoísta, codicioso, ambicioso, entregado a los placeres y apegado al poder.
Aceptamos esta visión como hipótesis de trabajo; de allí entonces que, a los fines de proponer un sistema político, debo adoptar un supuesto inicial. En este caso elegiré a Oliver Wendell Holmes. El autor entendía que para conocer el derecho había que mirar el problema con los ojos del mal hombre que piensa en sus propios beneficios y que elude controles y no repara en medios para conseguir sus objetivos. Aquí no interesa si el hombre por naturaleza es bueno o es un autointeresado egoísta; estimo que la desconfianza utilizada por Holmes es óptima para asegurar una organización política de continuidad democrática, imaginando que todos los que ostentan el poder asumen con la finalidad de enriquecerse y perpetuarse como dirigentes políticos. Se trata de la hipótesis del hombre malo, como supuesto para crear una organización institucional que facilite el cambio permanente de los administradores de los bienes públicos y abra la puerta para el conocimiento pleno de todas las decisiones estatales.
La situación actual
En pocas palabras, observamos que cada vez más se acrecienta la distancia entre el ciudadano común y los políticos que nos deberían representar administrando los bienes, la seguridad y el futuro de los argentinos. Se supone que son personas de conducta transparente y con vocación de servicio. En realidad, se trata de una legión de impostores que desvirtúan y corrompen las instituciones democráticas, concentrando poder para manipular las leyes y quebrar todos los principios éticos conocidos. Inventan enemigos, atacan a los medios críticos de la gestión gubernamental, instalan temas para distracción del pueblo y estimulan toda clase de circo y vida lúdica, con la única finalidad de permanecer indefinidamente en los círculos del poder. A naftalina huelen los partidos políticos, encerrados sobre sí mismos, con prácticas internas antidemocráticas y elitistas, utilizando el clearing de influencias para logros personales o sectoriales, dando la espalda a los verdaderos intereses de la población.
Con cada modificación de la Constitución nacional o de las constituciones provinciales, se dibujaron conquistas de derechos y, en esencia, se aumentó el poder corporativo de los partidos políticos y se dictaron normas jurídicas para asegurar su perpetuación e impunidad.
¿Es posible cambiar esta calamitosa situación?
La naturaleza humana
Los animales responden a su programación instintiva y no poseen libertad. El ser humano es responsable de sus actos, precisamente por el ejercicio de su libertad. Tiene escasos reflejos instintivos y se caracteriza por su posibilidad de reflexionar; posee impulsos o tendencias que relativamente puede controlar racionalmente y se organiza para una vida comunitaria aplicando sanciones para perseguir algunas conductas perjudiciales, regulando comportamientos por medios de leyes jurídicas aprobadas por consenso. Lo ideal sería que todas las decisiones resultaran de la participación masiva de todos los interesados, es decir, una democracia directa.
Bien podría observarse aquí que es imposible implantar una democracia absoluta, atento las complejidades de las cuestiones gubernamentales y el volumen de responsabilidades cotidianas que deben asumir quienes ejercen el poder. Es cierto, pero nosotros ya señalamos –me remito a la columna del 2 de julio del 2011 "Democracia real ya", publicada en este mismo diario– que "si adherimos a esa perspectiva de la democracia, nuestras acciones deben orientarse a trabajar para alcanzar un sistema político afirmado sobre dos pilares: prohibir toda reelección en todos los niveles públicos, que alcance a los gremios, a las entidades autárquicas y a las asociaciones sin fines de lucro, hasta la AFA inclusive. La intención es conseguir un recambio constante, evitar la corrupción y facilitar el mayor acercamiento ciudadano". Es decir, un modelo de organización más próxima a una democracia semidirecta que posibilite la participación ciudadana y una gestión transparente de todos los actos de gobierno.
Conclusión
Asumimos que a los seres humanos nos caracteriza la racionalidad y, utilizando la hipótesis del mal hombre, podemos desarrollar un modelo de participación y vigilancia ciudadana a partir de una organización de gobierno que funcione con las decisiones de poder en manos del pueblo. La democracia tiene como pilar que lo "bueno" no es definible, por el propio carácter subjetivo de las cuestiones sociales. De allí se siguen las notas salientes de una auténtica democracia: periodicidad, recambio permanente, republicanismo, federalismo, es decir, todo lo que no cumplen los políticos reciclados que nos gobiernan.
Del futuro inmediato soy pesimista, "a fronte praecipitium a tergo lupi" (un precipicio al frente y los lobos a la espalda). Sostengo que para superar el estado catastrófico que padecemos los ciudadanos, presos de la clase política intoxicada con el poder, debemos comprometernos con medios pacíficos para recuperar el ejercicio de las libertades políticas. ¿Cómo lograrlo? Participando, luchando por causas que consideramos justas y exigiendo que devuelvan el poder al pueblo.
Voluntariamente, el sector político no permitirá el acceso del pueblo al gobierno. Comparto las reflexiones de Francisco Rubiales en Políticos, los nuevos amos, cuando afirma: "Si el poder no logra que los ciudadanos participen en la política no es porque la gente no quiera comprometerse, sino porque los políticos desean, realmente, el monopolio de la política".