Razones estructurales detrás de la dolarización
* Por Hernán Lacunza, Empiria Consultores. La Presidenta de la Nación ha recomendado no apostar al dólar como mecanismo de defensa de nuestros ahorros. Lógica reacción de la máxima autoridad política frente a una Polarización que orilló los u$s 10.000 millones en el primer semestre del año.
Pero a la hora de las inversiones financieras, las recomendaciones verbales chocan contra el escepticismo del argentino medio. No porque sea genéticamente suspicaz, sino porque desde que se quemó con leche varias veces en cuatro décadas, pide hechos, y no las palabras.
Para abrigar expectativas ciertas de un cambio de tendencia, sería conducente desactivar los factores que indujeron a los argentinos a fugar u$s 65.000 millones durante los últimos cuatro años. El presunto modelo productivo sería sin dudas mucho más potente si hubiéramos sido capaces de capitalizar ese ahorro para financiar el desarrollo local. Equivale al 250% de los fondos nacionalizados de las AFJP, o a 10 veces el Fondo del Bicentenario que provocó el conflicto por las reservas en el verano de 2010.
La dolarización de portafolios, que era de u$s 3.500 millones anuales entre 2003-2007, pasó a u$s 17.000 millones por año entre 2008-2011. La crisis internacional y el conflicto del campo ayudan a explicar la fuga de 2008-2009, pero no hay factor coyuntural o externo al que puedan atribuirse los u$s 30.000 millones de 2010-2011: por magnitud y aceleración, no puede asociarse a la incertidumbre propia del proceso electoral (cuyo efecto fue casi nulo en la anterior elección), ni al contexto regional.
Por el contrario, las inconsistencias macroeconómicas que sacrificaron los pilares del modelo original (como los superávits gemelos) y erosionaron la competitividad explican el cambio de expectativas cambiarias del argentino medio:
Síntomas de agotamiento competitivo en el sector industrial, con desbalance comercial manufacturero superior a los u$s 30.000 millones.
Empleo privado estancado, con un salario en dólares 10% mayor al de fin de 2001
Creciente soja-dependencia del balance cambiario: la quintuplicación del ritmo de fuga fue hasta aquí compensada con dólares del agro, no atribuibles a ganancias de productividad (la cosecha es similar a la del quinquenio anterior), sino a la suba de precios. De hecho, a las cotizaciones promedio de 2003-2010, hoy tendríamos un déficit comercial de u$s 10.000 millones.
Agudo deterioro patrimonial del Banco Central (pasó de financiar al Tesoro por $ 12.000 millones por año en 2004-2009 a $ 55.000 millones anuales en 2010-11, vía transferencias de reservas y utilidades contables), que no sólo limita su poder de fuego en momentos de tensión, sino que podría retroalimentar el estrés. Ya casi la mitad de sus activos son ilíquidos, su patrimonio neto es largamente negativo si se restan los activos del sector público sin mercado, y las reservas líquidas sólo cubren el 60% de los pasivos monetarios.
No se produjo este deterioro en una fase contractiva, donde es natural que el Central salga en auxilio del Tesoro, sino en una fase de auge, donde el producto crece al 9% y la recaudación al 35% anual. Desde hace rato sabemos que las crisis se incuban por gastar a cuenta en períodos de abundancia.
Frente a esta evidencia, si el diagnóstico oficial se empeñara en desconocer el problema inflacionario y concentra su reacción en las consecuencias (limitación a importaciones y a la compra de divisas) y no en las causas de la erosión competitiva, la percepción de atraso cambiario no tardará mucho en mutar de incipiente a aguda. No se trata de un desequilibrio crítico, sino manejable. Existen amortiguadores que, usados con pericia, permiten soportar condiciones adversas, más no una sangría persistente de divisas. Si tras las elecciones no surgieran políticas que recompongan los niveles de competitividad (morigerar gradualmente la expectativa inflacionaria con una elemental coordinación de políticas monetarias y fiscales), no deberíamos alegar sorpresa frente al comportamiento bipolar de los capitales: ingresos masivos ante expectativas de apreciación; fuga en manada ante síntomas de atraso cambiario.