DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Quiero ser kirchnerista... y no me sale

*Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Como había anunciado, la semana pasada me presenté en Ezeiza con mi pancarta para repudiar la llegada de la misión del Fondo Monetario Internacional, que venía -ya conocemos a esa gente- a decirnos que hacemos todo mal y a pasarnos sus recetas de hambre.

No hay nada que hacerle: voy de mal en peor. Lo mío es una larga cadena de frustraciones.

Como había anunciado, la semana pasada me presenté en Ezeiza con mi pancarta para repudiar la llegada de la misión del Fondo Monetario Internacional, que venía -ya conocemos a esa gente- a decirnos que hacemos todo mal y a pasarnos sus recetas de hambre. Yo me sentía muy cómodo con el doble discurso: aceptar en la intimidad que no había más remedio que llamarlos (estaban a punto de sancionarnos), y en público mostrarme furioso y protestón.

Mientras me preparaba en casa para el escrache, me ilusionaba con la idea de que estarían en Ezeiza conmigo todas las fuerzas del campo nacional y popular, todo el progresismo, y probablemente también esos miles de personas que suelen ser llevadas en ómnibus a los actos con el anzuelo de un viático por desarraigo. Uniríamos nuestras voces en un coro de dignidad que retumbaría en todo el aeropuerto. Me imaginaba saltando y gritando como un desaforado, mientras agitaba mi pancarta, poco creativa pero contundente: "No al ajuste salvaje. Fuera el FMI".

En fin, no voy a estirar el relato porque todo el mundo sabe o se imagina cómo terminó esa historia: la llegada del Fondo, el principal enemigo de mi gobierno, parece que no le molestó a nadie, porque yo estaba solo. Solo con mi pancarta, inútilmente desplegada. Para colmo, tuve que soportar el escarnio de unos turistas brasileños que pidieron sacarse una foto conmigo.

"Para que la protesta parezca más numerosa", se burlaron. Ante la evidencia incontrastable de la realidad, replegué el trapo, lo guardé en el baúl del auto y volví por la Riccheri con la radio prendida, esperando que dijeran que la llegada de la misión se había postergado. Al día siguiente, los hombres del Fondo tenían su bienvenida en el ministerio que comanda Boudou.

Segunda frustración. Entusiasmado por las evidentes demostraciones de pragmatismo y moderación de mi Presidenta, que de un mes a esta parte no se pelea con nadie, se saca fotos con la oposición y hasta da una muestra extraordinaria de magnanimidad defendiendo a Estados Unidos, el viernes declaré en este espacio que el año próximo votaré por ella. Ese día me desperté más temprano para ver en los foros la previsible reacción favorable de los bloggeros K, que en mis tiempos de opositor supieron hacerme la vida imposible. Pero me encontré con una sorpresa, ciertamente desagradable: no creyeron en la sinceridad de mi conversión, y me mataron. Con una agravante: los que sí me creyeron fueron mis antiguos camaradas de la contra -a quienes hoy veo como fachos recalcitrantes-, y también me mataron.

Tercera frustración. Como todo kirchnerista que se precie, abracé un poco a las apuradas la causa de los derechos humanos y, para pasar el mal trago de Ezeiza, pinté un pasacalle y me fui el viernes a la Plaza de Mayo. En una ceremonia solemne en la Casa Rosada, mi Presidenta iba a celebrar, precisamente, el Día Internacional de los Derechos Humanos. Con la ayuda de unos policías pude colgar el pasacalle, en el que había escrito: "¡Vivan los jueces que condenaron a las juntas!". Otra vez la pifié mal: la señora había decidido no invitar a ninguno de esos jueces ni al célebre fiscal Strassera. Parece que son de otro bando. Ahí aprendí una lección fundamental para mi futuro en la militancia K: antes de hacer algo, por más seguro y obvio que parezca, siempre conviene preguntar. Me consuela el hecho de que Aníbal Fernández, con mucho más tiempo de kirchnerista que yo, tampoco se ha aprendido bien esa lección. Fíjense que, como pedía el apoderado de las Madres de Plaza de Mayo, Sergio Schoklender, el primer día de la invasión al parque Indoamericano mandó a la policía a reprimir. Fatal decisión: la señora todavía no lo ha perdonado. El pobre Aníbal, tan sacrificado en su sobreactuación de soldado K, ahora siente que el pavimento tiembla bajo sus pies.

Cuarta frustración. Esta vez no pequé de ingenuo y pregunté a mis nuevos amigos del Gobierno a quién tenía que criticar por los hechos de Soldati. Me dijeron algo que después se publicaría profusamente en la cadena de medios oficiales: los invasores del parque fueron llevados por Duhalde y Barrionuevo, con la complicidad de Macri. Entonces me fui a Soldati y colgué mi pancarta muy confiado, de cara al predio invadido. Decía (perdón, ése es mi estilo): "¡Muera Macri! ¡Muera Duhalde!". De pronto, decenas de invasores salieron del parque, corrieron como locos hacia donde yo estaba, descolgaron mi trapo y, cuando esperaba lo peor, ¡se lo llevaron como bandera! "Hermanito -me explicó un tipo, un tal Salvatierra, que parecía liderar el grupo-, acá nos trajo el kirchnerismo y lo vamos a bancar a muerte."