¿Quién dijo que todo está perdido? El Garrahan, un hospital del otro mundo
Aunque las buenas noticias no tienen buena prensa, no miden bien, no parecen ser noticias, no por eso deben ser desechadas.
Después de ver en 70-20-Hoy la miseria humana que gobierna el Borda, hacinamiento de personas con enfermedades mentales en un hospital que parece ser la sucursal terrena del infierno, tenemos algo bueno para decir.
Una niñita de casi dos años internada por cardiopatías varias en el Hospital Garrahan nos hizo estar en el lugar acompañando a su madre. Y ahí descubrimos que no todo está perdido en la Argentina.
Ni una sola queja, cinco meses yendo y viniendo y siempre descubrimos una sorpresa de los Mahatmas (Alma Grande) que forman ese complejo hospitalario.
Limpieza absoluta, higiene por donde la mires, abnegación del personal médico, enfermeros y hasta la empresa de seguridad contratada parece haber puesto lo mejor de la condición humana en ese lugar. No son simples uniformados cuidando el lugar, es personal consustanciado con el dolor de los chicos y sus padres que llegan allí. Son rigurosos con el control, pero jamás pierden la amabilidad ni la gentileza ni la comprensión cuando tienen que lidiar con gente desesperada por el lógico dolor que produce la enfermedad de los niños.
No es fácil transitar por esos pasillos ininterminables y que no se te haga piedra el corazón viendo niños con cáncer, atrofiados por la quimioterapia, en sillas de ruedas y todo lo que uno quisiera no ver jamás. Y saber de casos como un pibe de 13 años que se apoyó en una pared electrificada y le tuvieron que amputar las dos manos.
Son historias de terror, los médicos deben tener una templanza sobre humana para atender esos casos. Y en honor a la verdad, la tienen.
En la guardia de Garrahan todos están capacitados para no dejar de consolar a quienes lo precisen, atender con una gentileza y sonreír siempre como dando esa dosis de esperanza que arranca sólo del fondo del corazón.
Las madres que vienen del interior tienen una hotelería donde alojarse mientras dura la internación de sus hijos, y nada les falta. Y si los traen los papás, también tienen su alojamiento gratuito y las comidas pagas. No son restó 5 tenedores, pero tampoco es comida berreta y las porciones son bien abundantes.
Nunca faltan ni gasas ni remedios ni elementos de esos que uno está acostumbrado a que no haya en los hospitales públicos.
Si hay un lugar así, ¿por qué no pueden ser todos iguales, aprender del ejemplo de esta ciudad hospitalaria?
Las miserias humanas aquí también se encuentran, pero más de parte de las mujeres que llevan a sus hijos que de la atención que nunca falla.
En el hotel-hospital hay mujeres que roban las prendas de otras madres internadas, le roban los celulares a las enfermeras o al personal de maestranza y hasta ves del lado de afuera mujeres que amamantan a sus hijos y a la vez están fumando, como si nada les importara del mal que le producen a la criatura.
Vimos estas imágenes a diario, y aunque redundemos en decirlo, la abnegación del personal es digna de remarcarse para ver si otros hospitales pueden imitarla.
No todo está perdido en la Argentina, no todo huele a podrido en Dinamarca.
Horas más tarde la madre y su hija volvían a su Corrientes natal, pero llegamos al Aeroparque sobre la hora por una atención de último momento a la beba. Ya era tarde para embarcar, pero un supervisor de Aerolíneas Argentinas entendió la situación y detuvo el vuelo casi cuando estaba comenzando a carretear. Hasta que las dos pasajeras no estuvieran en sus asientos, nada se movía en la pista. Fueron acompañadas hasta sus asientos y recién allí los vuelos se normalizaron. Estas actitudes deberían ser las habituales, pero como son la excepción las resaltamos.
Prometería no hablar nunca más de la gestión de Mariano Recalde al frente de esa compañía, pero no creo en esa promesa, aunque esto deba también señalarlo.
Le pregunté en tono de broma a ese supervisor si él era miembro de "La Cámpora", cuando fui a agradecerle su gesto de buena voluntad. Respondió muy serio que sus instrucciones eran la de brindar lo mejor al pasajero.
No, no me voy a hacer oficialista jamás, ni de este ni del gobierno que venga. Pero nunca dejaré de resaltar que las buenas actitudes no dependen de ideologías ni de pensamientos. La Argentina tiene un potencial humano que si despertara todo junto, haría más cálido vivir en este bosque siempre cruel.
Y en lo personal sigo llevando conmigo aquel pensamiento del inolvidable Atahualpa Yupanqui: "Los ejes de mi carreta, nunca los voy a engrasar".