¡Que vuelvan los lentos!
Los jóvenes publicistas que inventaron esa frase, seguramente adivinaron a tientas lo que se perdieron.
Eran más rápidos
Los jóvenes publicistas que inventaron esa frase, seguramente adivinaron a tientas lo que se perdieron. No se entienda por esto que todo tiempo pasado fue mejor, pero en el tema del levante fue más claro. Echemos juntos una nostálgica mirada.
Saber tus secretos
Esa forma de aproximación amorosa consistía en que una tomaba de la copa del otro y con una expresión inefablemente boluda decía: "ahora conozco tus secretos". De esto debía sobrentenderse que entre ellos estaba la truculenta pasión que sentía por mi y que nada mejor que este momento para darla a conocer.
A veces resultaba y otras no, sobre todo si el joven sentía una "truculenta pasión" por Susana que era nuestra amiga la linda. Recuerdo con un poquitillo de auto conmiseración que en más de un "asalto" salí absolutamente borracha de tanto compartir la copa con un mozuelo cuyo secreto resulto al final que estaba absolutamente harto de mi. Fue muy triste.
Apagar el fósforo
De acuerdo a ese misterioso pero indiscutible manual no escrito, si alguno apagaba el fósforo que tenía prendido el otro el significado era: ¡Beso! La maniobra se debía hacer como al descuido, dejando un margen para la huida: si el otro prefería besuquear a nuestra tía bigotuda que vigilaba la fiesta, antes que a una, no quedaba bien que se diera cuenta de nuestras intenciones.
La cuestión planteaba además sus inconvenientes insólitos: en ese momento yo no fumaba. Así que si quería que el joven soplara algo, me convenía incendiar la casa. También se daba el caso que en extremo zarpe, fuera una la que le apagara el fósforo a él. Aunque no recuerdo su nombre, jamás olvidaré a aquel maldito que tenía un encendedor a prueba de viento que casi terminó con mi diafragma y mi autoestima.
Declararse
Esta operación consistía en un difícil momento -siempre a cargo de él, en lo posible- en el que luego de transpirar como una bestia y carraspear como un camello con anginas, el mozo -sacando voz desde el mismísimo intestino- debía decirnos: "Me gustás", sucedido lo cual se suponíamos que ambos quedábamos de novios.
La declaración venía precedida de febriles consultas con los amigos. Porque los varones, ni aquellos, querían arriesgar nada. Sin embargo el momento era difícil porque las mujeres (aún aquellas) podíamos ser muy guachitas. Uno de los pocos sentimientos de culpa que conservo hacia el sexo opuesto es precisamente con un joven que luego de anunciar largamente que estaba por declararse y de haber recibido (siempre por terceros) mi auspiciosa respuesta, cuando por fin en medio de un lento me dijo: "¡Me gustás!", y yo contesté imperturbable "vos a mí, no". Estoy segura que, esté donde esté me sigue odiando.
El dedo en la mano
Esta maniobra de significado absolutamente procaz quedaba estrictamente a cargo de los caballeros. Según creíamos todas, si con su dedo índice nos rascaba la palma de la mano eso quería decir de un modo inequívoco: quiero acostarme con vos. Curiosamente jamás escuché que nadie se lo hubiera hecho a una chica, y aunque mi vida amorosa ha sido larga, nunca me rascaron la palma de la mano. Como técnica hubiese sido al menos económica, si pienso en el tiempo que perdí durante la vida en los cafés, hablando idioteces, persiguiendo el mismo objetivo
Parafraseando a Borges, puedo decir que, estas ceremonias, "se han perdido en sórdidas noticias de sexólogos". Pero con fino instinto hay un reclamo de los jóvenes pidiendo por "los lentos". ¡Firmo esa petición!