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¿Qué vale una vida?

Por John Carlin

Extraído de Clarín. 

Hace un par de semanas un lord inglés se metió en un lío. No, no fue lo de siempre. No lo pillaron en su castillo recibiendo azotes de una mujer vestida de colegiala. Su pecado fue menos convencional pero más escandaloso. Lord Sumption, un juez retirado del Tribunal Supremo británico, propuso durante un programa de televisión de la BBC que algunas vidas humanas valían más que otras. La que se armó.

El tema de discusión era la pandemia. Sumption, de 72 años, es de los que opinan que hay que acabar con los confinamientos universales, que los gobiernos deben aislar y ofrecer todos los recursos disponibles a los mayores y a los más vul­nerables y dejar que los ­demás hagan vidas más o menos normales. El im­ponente lord, alto, de ca­bello blanco exuberante a lo Beethoven, observó que los jóvenes habían tenido que pagar un precio demasiado alto para proteger a viejos como él.

Decir estas cosas es para algunos razonable, para otros, una herejía. Pero lo que hizo saltar las alarmas fue lo que dijo a continuación: “Todas las vidas no tienen el mismo valor. Cuanto más mayor eres, menos valiosa es la tuya porque menos de ella te queda”.

El problema para lord Sumption fue que, acto seguido, apareció en la pantalla una mujer de 39 años, madre de dos hijos, que estaba en medio de una larga batalla contra el cáncer. “¿Quién es usted –le dijo la mujer al lord– para darle un valor a mi vida? En mi opinión la vida es sagrada”.

El lord intentó expli­carse, pero fue demasiado tarde. A él se le veía sano y fuerte. A ella le habían detectado 17 tumores. Frente a la opinión pública la ­mujer lo destrozó. Varios días han pasado y lord Sumption sigue lamiéndose las ­heridas.

Pero ¿estuvo tan mal lo que dijo? No sé si tendría las agallas de decirlo ante ­aquella pobre mujer, pero tiendo a pensar que lord Sumption no se equivocó. Las pruebas ahí están, a la luz del día, en el mundo real.

Para empezar, no creo que sea ninguna barbaridad opinar que la mayoría de los abuelos y los padres lo tendrían bastante claro en el caso de que tuvieran que elegir entre sus vidas o la de sus nietos o sus ­hijos. Yo he vivido tres veces más años que mi hijo. Sé cuál de las dos vidas preferiría salvar.

Durante el embarazo de una sobrina mía el año pasado le propuse que si tuviera un niño le llamase Virus, si fuera niña, Pandemia, pero no me hizo caso y le puso Carlota, el nombre de mi madre, su abuela. Carlota I murió en marzo del 2019 a los 94 años. Supongamos que siguiera viva, muy fuera de sí como estuvo a lo largo de su último año y con una enfermedad solo curable con una medicina muy difícil de conseguir. Supongamos que Carlota II, que hoy tiene casi dos meses, tuviera la misma enfermedad. ¿A cuál de las dos Carlotas le daríamos prioridad? Para mí está claro. Algunas vidas valen más que otras.

Pienso en una famosa película, La decisión de Sophie . La protagonista, interpretada por Meryl Streep, sí que tuvo un dilema: elegir entre cuál de sus dos hijos entregaría a morir a manos de los nazis. Pero si la elección hubiera sido entre su vida y la de sus hijos, no hubiera habido película. Cualquier madre les pondría un valor superior a las vidas de sus niños. ¿La mujer que se encaró a lord Sumption pensaría lo mismo? Sospecho que sí.

No hay que limitarse al terreno personal para resolver el debate. No sé cuál es la situación hoy, pero recuerdo que al principio de la pandemia del coronavirus, cuando los hospitales se aproximaban al límite de su capacidad, los médicos tenían que tomar decisiones muy tremendas ante la posibilidad de que no hubiera suficientes camas para atender a los enfermos más críticos. Tenían que dar más valor a algunas vidas que otras. Y así fue. Aquí en España, como en otros países, se elaboró una guía ética en la que se recomendó dar prioridad a aquellos con “mayor esperanza de vida con calidad”. Por eso los hospitales mandaron a muchos ancianos a las residencias a morir.

Lord Sumption no está tan solo ni es tan bestia como muchos de sus compatriotas quieren pensar. Como individuos, como médicos, como sociedad damos más valor a las vidas de los jóvenes sanos que a las de los viejos enfermos. Es duro pero la experiencia demuestra que es verdad.

Ahora bien, si vamos más allá de la edad o de la salud, el tema se complica y en­tramos en territorio minado. Veamos lo que ocurre en tiempos de guerra. La ortodoxia es la opuesta a la que rige en tiempos de paz. Aquí las ­vidas de los jóvenes tienen menos valor que las de los mayores. A los generales se les protege más de la muerte que a los soldados rasos, y a los jefes de gobierno también. Si durante la ­Segunda Guerra Mundial se hubiera dado la opción a los británicos, o a los ciu­dadanos de todos los países aliados, de votar o por ­preservar la vida de Winston Churchill o la de un anónimo cabo inglés de 20 años, bueno, creo que sabemos cuál hubiera sido el ve­redicto.

Durante siglos se ha dicho que las de las mujeres valen más que las de los hombres, ¿ha cambiado esto ahora?

¿Y los famosos? ¿Los actores y los futbolistas? ¿Sus vidas valen más? Según ­algunos, parecería que sí. Hace 21 años Diego Maradona fue internado en un hospital de Buenos Aires con un problema cardiaco grave. Argentina estaba en vilo. Tan en vilo que no faltaron personas que dijeron estar dispuestas a dar su vida por él. Hubo al menos un hombre, recuerdo, que ofreció darle su corazón. El tipo estaba alterado, dirán muchos, pero si hubiera existido la garantía de que la vida de Maradona se salvaba con un trasplante, sospecho que el consenso en la Argentina hubiera sido que adelante, “¡Dale, loco! ¡Morite! ¡Sacrificate para salvar a D10S!”. Buena parte del resto del mundo habría estado de acuerdo en que el intercambio resultaba eminentemente rentable. El sacrificado no hubiera sido el primero en pensar que el martirio es preferible a una vida sin gloria.

Y una última cuestión para lanzar al fuego de la polémica: ¿las vidas de las mujeres valen más que las de los hombres? Durante siglos, llegado el momento de la verdad, se ha dicho que sí. Cuando el barco se está hundiendo los primeros que hay que salvar son, por antigua tradición, las mujeres y los niños. Quizá esto haya cambiado. Quizá el feminismo se sentiría ofendido ante semejante imposición patriarcal. Sería interesante someterlo a prueba. Eso sí: puestos a elegir entre Lady Gaga y Donald Trump, yo lo tendría fácil. Los 74 millones que votaron por el viejo naranja, también.

Lord Sumption tiene razón. Al final la cuestión es relativa; la decisión, personal. El precio de una vida no es un valor absoluto. La vida humana será sagrada, pero, según el punto de vista, algunas vidas son más sagradas que otras.

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