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¿Qué se hace con las penas, que dan tanta pena?

Para saber qué es una pena bien vale distinguirla de otras primas hermanas, por ejemplo: una preocupación.

Por Cristina Wargon

@CWargon

En mi etimología personal, la palabra viene de preocupa-acción, y siempre me da la idea de que algo podremos hacer para solucionar la cosa.

Por ejemplo, tengo un maldito cheque de una empresa que dice "no a la orden" y le han puesto dos rayitas. Ignorante como soy de todo trámite bancario, se lo llevé alegremente a mi dentista Jorge Paladino, quien con una imperturbable sonrisa me lo devolvió. Así anduve por el mundo con el cheque mientras almas amigas me daban instrucciones en sánscrito y el tema todavía me preocupa, pero, en cuanto entienda bien ¡lo soluciono!

¡Nada que ver con una pena! Cualquier preocupación tiene además una fecha de vencimiento, o porque uno lo solucionó o porque ya está tan incorporada a nuestras vidas que la llevamos sin sentirla. La pena, por el contrario, viene siempre de algo que no tiene ninguna solución, en ese punto se parece a la nostalgia. Una nostalgia es una pena pasada por almíbar. Pero una nostalgia se satisface entregándose a ella. Indica siempre que al menos a una le ha pasado algo tan bueno como para nostalgiarlo.

La pena no responde a esa razón, te cae del cielo como un bostezo de Dios (ni siquiera una ira, que siempre son llamativas y aparatosas, arden las zarzas y hasta quizás, una aparezca en Crónica por el escándalo causado). Una pena siempre es grisecita. Los únicos que le encuentran un buen destino son los poetas; para todos los demás mortales es como tener piojos metafísicos, no se puede andar contándola sin que te miren mal o hasta te hagan a un lado por piojosa o penosa.

¿Dónde se pone una pena?

El mejor lugar es, sin duda, la oreja de alguien… pero atenti! Una no quiere ponerla en las orejas de un hijo (ni lo voy a explicar), también es muy de renacuaja abrumar a un amigo del alma. Si realmente nos quiere, ¡les vamos a tirar una tristeza justo a un amigo! Mejor, no. Es altamente peligroso tratar de deshacerse de una pena en el trabajo. En todos los laburos que he tenido la consigna va siempre entre la loca alegría de la Coca Cola al sobrio, "acá estamos todos bien y sanitos. O no estamos".

Siguiendo el cerco que va estableciendo esta lógica, nos quedarían las "orejas" de servidores públicos desconocidos, pero, salvo que una tenga alguna delación importante, no me imagino parando a un policía para contarle una pena. Si además una lleva en la venas sangre anarquista, y un poco delincuencial, la idea de "delatar" nos descompone.

Nos queda entonces ir a contársela a un analista o a un cura. Con los curas me pasa lo mismo que con los policías, y mi analista (al que además tengo que pagarle) me diría que "hay que elaborar el duelo", signifique eso lo que signifique.

A mí me parece que lo que quiere decir es: "ya va a pasar", frase exigua que desmerece mi dolor y además me cuesta un disparate. Frase que decía mi mamá y la vida misma no se cansa de repetirme. Yo estoy convencida. Pero mi pena no.

Por eso creo que el mejor lugar para poner una pena es en el bolsillo. No la tenemos siempre a la vista, no molesta tanto como llevarla en el corazón, nadie puede verla o adivinarla en nuestros ojos y tal vez, solo tal vez, como tantas otras cosas que se nos han caído de ese lugar, podamos perderla en una esquina y se la lleve un mal señor que sí se la merece, ¡no como una!