Qué sana envidia me dan la mitad de los porteños
*Por Graciela Camaño. González Calderón define la autonomía como el poder efectivo de organizar el gobierno local en las condiciones de la Constitución de la República, dándose las instituciones adecuadas al efecto, rigiéndose por ellas exclusivamente a la hora de elegir sus autoridades públicas, independientes del Gobierno Federal.
La idea de Autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, plasmada en el artículo 127 de nuestra Constitución en el año 1994, no fue nueva, estuvo presente en diferentes proyectos de ley incluso, ya estaba presente en el proyecto de reforma constitucional de Juan Argerich en 1909, en el de Agustín Rodríguez Araya en 1959 y en los despachos de la Convención Nacional Constituyente de 1957.
La cláusula transitoria fija el año 1995 para la elección popular del Jefe de Gobierno y un plazo de nueve meses para que el Congreso dicte la ley relativa a los intereses del Estado Nacional y las relaciones de éste con el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Es interesante releer el debate y algunas apreciaciones respecto a la significación que tendría dicha posibilidad: La elección directa del Intendente de la Ciudad de Buenos Aires posibilitará que los ciudadanos porteños estén equiparados a los de todo el país y decidan con su voto quien habrá de regir los destinos de la ciudad. Si entendemos a la política como la actividad que tiende a conciliar la más amplia protección de la libertad y de la igualdad, comprenderemos que, desde la política, surge, casi como una obviedad, un respaldo inapelable a la decisión de reconocerle a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires el ejercicio de su soberanía. La autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, no es un mero concepto técnico, aplicable a una entidad abstracta. Es una forma de reconocer a sus habitantes sus derechos políticos básicos.
En efecto, la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires consagra la igualdad de todos los ciudadanos de la Nación, en cuanto a su derecho a regirse por sus propias normas, organizar sus instituciones de gobierno, legislativas, judiciales, policiales, elegir a sus autoridades, controlarlas, y, eventualmente, castigarlas si defraudan sus expectativas.
Mientras releo el debate constitucional, y escucho como se intenta justificar el exabrupto más injustificable pronunciado en democracia, con ciudadanos; que haciendo uso vaya uno a saber de qué derechos pretenden erigirse en los controladores de calidad del voto popular, vienen a mis oídos desde el fondo de la historia las sentencias de ese gran tucumano que fue Alberdi, La inteligencia y fidelidad en el ejercicio de todo poder depende de la calidad de las personas elegidas para su depósito; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de la calidad de los electores. El sistema electoral es la llave del gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia, es asegurar la pureza y acierto en su ejercicio.
Entonces doy vuelta la cabeza, sueño con el peronismo inclusivo y generador de Cultura del trabajo del Gral. Perón, pero mis ojos siguen viendo miseria, pobreza, paco, coimas, sociales puntereados por el pago de peajes, trabajadores en negro, inflación, casas para pobres que hacen muy ricos a quienes las gerencian, sobres con plata en los baños de los ministros, valijas con plata que aun no se explican, remedios truchos, helicópteros que se pierden y nadie sabe nada, obras publicas que se pagan el triple, subsidios injustificables, funcionarios procesados, amigos del poder enriquecidos, vecinos, amigos, familiares, conocidos que son asaltados golpeados y agradecen estar vivos.
Entonces no puedo menos que preguntarme ¿de qué habla Fito Páez?
Pero vuelve a mí, la llama de otro ilustre constitucionalista de nuestra historia Sampay, cuando en 1949 fundamenta la reforma constitucional y dice Cuando se agotó la visión panorámica cargada de sombras, de argentinos esclavizados, mudos, inertes, bajo el yugo del poder, no había otra salida que emprender el cuadro igualmente sombrío de las provincias sojuzgadas por los tentáculos del poder central. Nuestra visión, por cierto, es más optimista. No entregamos a nadie las instituciones de la República. Lo que hacemos, eso sí, es devolvérselas al pueblo. Ese mismo pueblo que el domingo pasado se expreso en la Ciudad de Buenos Aires.