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Que alguien le avise al papa Francisco que trabaja en una usina de machismo

El jefe del Vaticano dijo que es un "escándalo" la desigualdad entre varones y mujeres, cuando la Iglesia no es el mejor ejemplo.

Esta mañana los diarios levantaron algo que no es noticia: la desigualdad entre varones y mujeres, algo que es discriminación. A pesar de que organizaciones internacionales denuncian situaciones desigualdad entre géneros hace décadas, hoy el papa Francisco invitó a los católicos a evitar discriminaciones de género y el tema reflotó en la agenda.

"Como cristianos tenemos que ser más exigentes para llegar a esta meta. Por ejemplo, sostener con decisión el derecho a igual trabajo, igual salario. La desigualdad es un puro escándalo", solicitó Francisco en la Plaza San Pedro. Rápidamente, la prensa reprodujo el discurso de la autoridad eclesiástica para sensibilizar sobre el tema. Sin embargo, las palabras del Papa dan cuenta de que no miró para adentro del Vaticano, ya que preside una de las instituciones más poderosas y machistas del planeta.

"¿Por qué se da por descontado que las mujeres tienen que ganar menos que los hombres?", agregó Francisco. Esta pregunta reflexiva sigue siendo válida porque la Organización Mundial del Trabajo informó que recién en más de 100 años se alcanzará en el mundo la igualdad de género en cargos directivos, pero la Iglesia Católica, justamente, no es el ejemplo.

La jerarquía eclesiástica deja en los dos estratos más bajos a las mujeres, quienes no tienen las mismas posibilidades de hacer carrera dentro de la Iglesia como los varones.

En el primer estrato está el Papa, quien a su vez es elegido por varones: los Cardenales votan durante el cónclave. En el siguiente escalón están los Cardenales y luego, más abajo, los Obispos. Hasta aquí las mujeres solo aparecen en las estampitas.

¿Y a los Obispos les siguen las mujeres? No, la cadena jerárquica sigue siendo masculina, ya que están los Sacerdotes y Diáconos permanentes. Recién en la base de la pirámide jerárquica aparecen las monjas y en el último eslabón, paradójicamente, están quienes les enseñan a los niños y niñas la religión, las catequistas.

A menos que el Papa esté planificando una revolución en la Iglesia para cambiar la participación de las mujeres en las jerarquías de la Iglesia, su palabra parece una cargada a la mitad de la población mundial.