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Progresismo, la palabra de moda

*Por Mario Fiore. El armado de Alfonsín, la participación de Beatriz Sarlo en "6,7,8", la propuesta de más populismo K y la inflación, son mosaicos de una discusión. ¿Qué es ser progresista?

Luego de la participación de la ensayista Beatriz Sarlo, una de las voces más críticas en contra del kirchnerismo, en el programa de propaganda oficialista "6,7,8", el Gobierno parece haber descubierto las bondades del pluralismo y del debate de ideas. Ricardo Alfonsín corre el riesgo de quedarse sin el socialismo y el GEN por unirse con Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires; la centro-izquierda prefiere la coherencia ideológica a repetir la experiencia de la Alianza.

La discusión hacia el interior del oficialismo por la propuesta de algunos de sus más encumbrados economistas de radicalizar el "populismo" causa revuelo en los empresarios. La ausencia de una política contra la inflación por parte de un gobierno que dice propiciar un modelo de "acumulación y distribución", es la principal crítica de la izquierda.

El párrafo anterior es un mosaico de la actualidad política y económica. De repente, el clima pre-electoral se colmó de fervorosas dialécticas moduladas por una misma pregunta: ¿qué es el progresismo en la Argentina?

La palabra progresismo no significa lo mismo en todos los países ni aún dentro de una misma nación. En Estados Unidos, el ciudadano progresista es el que se denomina "liberal" puesto que en el gran país del norte las revoluciones o reformas político-sociales se hicieron en pos de las libertades de los individuos. Los progresistas o liberales norteamericanos se oponen a los conservadores o reaccionarios y generalmente militan en el Partido Demócrata o a la izquierda de éste (en este último caso se llaman radicales).

Pero usar la palabra "liberal" en la Argentina suele prestarse a confusión porque para muchos es sinónimo de conservadurismo, porque está asociada a las políticas económicas neo-liberales de la última dictadura o del menemismo. En América Latina el progresismo levanta las banderas de la "nueva izquierda" democrática, es decir la despenalización del aborto, de la drogas, el casamiento de personas del mismo sexo, el laicismo, el ecologismo y políticas económicas socialistas, con alta intervención del Estado en el mercado y una inexcusable distribución real de la riqueza para propender igualdad de oportunidades.

Por eso es que una parte del oficialismo considera al gobierno progresista, más aún aquellos dirigentes no peronistas que se acercaron en los últimos tres años como puede ser el caso de Martín Sabbatella. Sin embargo, la denominación "progresista" no entra en la cabeza de millares de dirigentes peronistas que sí se definen kirchneristas -el grueso de los gobernadores- y prefieren resaltar variables económicas o el liderazgo personalista de Néstor Kirchner (antes) y Cristina Fernández (ahora que enviudó).

Estos últimos dirigentes, que toman decisiones a diario en provincias y municipios, tienen estrecha relación con la Iglesia, no apoyan la despenalización del aborto y muchos desobedecieron la orden de votar a favor del casamiento igualitario y negocian cotidianamente con las empresas mineras.

Así, en el kirchnerismo, las banderas del progresismo se confunden con políticas populistas que postulan por regla general la cada vez mayor participación del Estado en el mercado y en la esfera privada; los choques entre unas y otras resultan evidentes.

¿Es este gobierno progresista? preguntaron a Margarita Stolbizer quien, junto al socialismo, condiciona hoy cualquier frente progresista con el radicalismo si Alfonsín se une electoralmente a De Narváez. "Este gobierno no es progresista; en estos ocho años no ha cambiado ni una pizca la estructura fiscal. El más pobre paga el 21% del IVA al igual que el que más tiene y no se gravó ninguna renta extraordinaria", respondió Stolbizer.
 
Agregó además que la ley de casamiento igualitario o la asignación universal tuvieron el visto bueno de la oposición y que en, el caso de la primera medida, el Gobierno no se animó a impulsarla cuando controlaba el Congreso con amplias mayorías. Pero el punto central que remarcó Stolbizer es el siguiente: ¿Puede un gobierno ser progresista y sostener una política económica que propicia la inflación siendo ésta la principal causante de la pobreza?

En el entorno de Alfonsín hay mucho malestar por las negativas de Hermes Binner y Stolbizer a la posible alianza entre la UCR y De Narváez. "Nos quieren hacer dosaje de sangre cada dos horas pero el socialismo en Santa Fe gobierna con nosotros y la Democracia Cristiana, el mismo partido que apoya a (Mauricio) Macri en Capital", se quejan.

Hoy nadie puede escaparle a la palabra "progresista" porque todos estiman que no usufructuarla sería dejarla para que Cristina Fernández la exprima a saciedad. Ayer, el propio De Narváez se obligó a inventar una definición ad hoc. "Progresismo no es una cuestión de biblioteca sino accionar para que el país avance. Si no se puede cambiar que haya hogares con chicos pobres entonces no hay progresismo", dijo para saltar el corset ideológico en el que una parte de la oposición encerró las estrategias electorales.

Desde el conflicto con el campo hasta la muerte del propio Kirchner, años en los que el oficialismo perdió bases de sustentación, la discusión sobre el progresismo fue dejada de lado en el kirchnerismo. Hoy, cuando la Presidenta tiene consenso en las encuestas, la dialéctica se reanuda y para ciertos sectores más "ultras" el enfrentamiento con los conservadores que anidan en el poder K es inevitable. De repente, los sindicatos pasaron a ser  "corporaciones".

Como "perlita" de la por ahora vacilante discusión intra-oficialismo, valga la radicalización de las políticas populistas que ensayó el viceministro de Economía, Roberto Feletti, y la inevitable relativización que hizo ante la UIA el titular de la cartera, Amado Boudou. Ideas dispares, complementarias y caóticas conviven en el seno del Gobierno. Algo que no debería llamar la atención toda vez que el peronismo siempre se caracterizó por el más absoluto pragmatismo.

El intento de intelectuales, medios críticos y opositores como Binner o Pino Solanas de no regalar al kirchnerismo las banderas del progresismo y correr por ello por izquierda a un gobierno cuyas bases de sustentación real son peronistas, causa irritación en el oficialismo.

Sarlo, cuya trayectoria política fue siempre de izquierda, debió decir al panel de "6,7,8" que jamás votaría por Macri, algo que en rigor a nadie que haya leído a la pensadora se le podría haber ocurrido. Pero la aclaración no estuvo de más en el universo ultra-K donde cualquiera que critique o disiente es "gorila" y "destituyente".