Problemas del relato cuando la realidad se pone caprichosa
*Por Julio Blanck. En un tiempo no tan lejano las cosas tenían cierto orden natural, ciertos ritos previsibles.
Néstor Kirchner manejaba la política y la caja , que venían a ser más o menos lo mismo: nunca se terminó de saber cuál era el fin y cuál era el medio. Había armado el mecano secreto para controlar el flujo de dinero con la misma pasión con que armaba las listas de candidatos: siempre para sumar .
Quienes orbitaban en ese universo recibían premios y castigos abundantes. Los méritos que explicaban los premios debían ser revalidados con frecuencia y de todos modos quedaba sobre los premiados un dejo de sospecha, una sensación de que la recompensa siempre era provisoria. Las razones de los castigos no obedecían a otra lógica que la de quien los repartía: la pretensión de autonomía se consideraba deslealtad, la disidencia era traición.
Muchos actores de ese libreto venían de antes, inmunes al "que se vayan todos" y travestidos bajo el discurso sanador de la "nueva política". Todos sabían a qué atenerse y así funcionaba el sistema.
Kirchner ocupaba el espacio, ordenaba y desordenaba. Tenía una voluntad tan potente como su ambición, y un instinto feroz para el poder. Se dio el lujo de imponerle un candidato primero al peronismo y después a la sociedad: así fue presidente Cristina.
Estaba lejos de ser infalible y lo prueban sus grandes caídas: la pelea con el campo en 2008, la elección "testimonial" de 2009. Podía equivocar estrategia y táctica a la vez. Pero era capaz de levantarse sobre su propia derrota, de pegar muy duro mientras retrocedía.
Por desgracia, Kirchner ya no está. Y el edificio que había construido empezó a ser demolido lenta pero implacablemente. Primero se raleó la concurrencia de sus amigos a la residencia de Olivos. Los que antes hablaban seguido con el Jefe empezaron a tener dificultades para ser atendidos por la Jefa. Otras caras (más jóvenes), otras historias políticas (más bien raquíticas), otras representatividades (menguadas, cuando no inexistentes) acamparon en las inmediaciones del poder.
Nació el cristinismo . Ni mejor ni peor. Distinto. Más atento a los espejos que a las ventanas.
El empinamiento de Cristina en la consideración pública operó como catalizador del proceso . Con el consumo y la producción como sostén, repartiendo a mansalva la plata que dejan en la tesorería del Estado los jubilados y el campo, dándole más y más dinero al aparato de propaganda público y privado, pujando casi con desesperación por instalar su versión recortada de la realidad. Eso que llaman "el relato".
La Jefa no necesitaba de nadie, se decía, para marchar hacia una cómoda reelección. Los gobernadores que se arreglen como puedan y aprovechen el envión que les da Ella. Los intendentes que se disciplinen calladitos y soporten que con el salvoconducto de Cristina -o de quienes disfrutan su franquicia- algunos recién aterrizados les discutan esa tajada de poder que con tanta maña y artes dudosas supieron conseguir. Unos y otros, obligados a hacerles lugar en sus listas a los candidatos que Ella bendijo y lanzó en paracaídas sobre provincias y municipios.
Pero la realidad, como tantas otras veces, se puso caprichosa.
Muchos peronistas protestaron en silencio, otros bufaron prometiendo venganza, algunos hasta resistieron y se negaron a esa rendición incondicional. Reventó el escándalo de Schoklender y las Madres de Plaza de Mayo y entonces los derechos humanos, que habían sido usados desvergonzadamente como palanca de construcción política, vieron mellada su capacidad funcional.
Una decena de personas murieron en la represión de protestas sociales desde que no está Kirchner, desnudando retazos de verdad detrás de tanto palabrerío vacío . Llegaron las primeras votaciones grandes y la tropa cristinista demostró que ante la contrariedad responde de manera mezquina y rabiosa. Para colmo La Cámpora, impetuosa Fuente de Juvencia donde intentó abrevar el cristinismo, parece envejecida antes de hora y hoy, después de sus fracasos políticos, sus dirigentes saborean la amargura de cierto destrato, relegados a un plano opaco de la escena.
La propaganda electoral de Cristina pretende insuflar aires de epopeya. Pero en cada gesto empieza a traslucirse la impostura . Lo que se fue a pique es el "Cristina ya ganó", aunque igual tenga todo a favor para ganar.
Ya nada será igual.