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Premios a lo mejor del campo

La actividad agropecuaria argentina ha recibido justos reconocimientos pese a las incomprensibles manipulaciones que sufre.

Fue una noche reconfortante la de la entrega de los premios anuales La Nacion-Banco Galicia a la Excelencia Agropecuaria. Lo fue, en primer lugar, para el país, porque puso en evidencia, en el plano del conocimiento y la creatividad, el momento de excepción por el que atraviesan el campo argentino y las industrias y ámbitos científicos asociados a las actividades rurales.

El Premio de Oro correspondió a una realización conjunta de dos instituciones públicas: el Laboratorio de Biotecnología de la Reproducción de la Universidad Nacional de San Martín y el Grupo de Biotecnología de la Reproducción del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria con sede en Balcarce. Entre ambos lograron el primer bovino bitransgénico para la producción de leche maternizada, o sea, leche bovina con el agregado de dos proteínas funcionales de origen humano.

Más de 180 postulaciones debió evaluar un jurado de altos merecimientos académicos y de experiencia consolidada en las diversas disciplinas desagregadas del trabajo agropecuario: desde la producción tambera y vitivinícola al agroturismo y la fabricación de maquinaria agrícola. Ya en algunos de los principales acontecimientos mundiales de este año vinculados con el campo, como el Farm Progress, de Illinois, Estados Unidos, y la gran muestra de Hannover, Alemania, las representaciones argentinas habían recibido testimonio, de las contrapartes extranjeras, del reconocimiento alcanzado por quienes a diario entregan aquí su esfuerzo y talento para producir más y mejores alimentos.

No ha sido éste el único reconocimiento a la actividad rural. Días atrás, el Banco Francés otorgó, por vigésimo segundo año consecutivo, sus premios al emprendedor agropecuario, cuya máxima distinción recayó en Carolina Butelli y Gisela Pozzi, de Berardo Agropecuaria, de Urdinarraín, Entre Ríos.

Paradójicamente, no hay otro sector del país que haya sido dañado con más perversidad y obcecación que el campo en el último lustro. La lechería, la ganadería, el trigo y, por último, el maíz han sido objeto de manipulaciones incomprensibles por el sector público. A días, apenas, de la iniciación de un nuevo período presidencial, es indispensable que la Presidenta asocie las palabras a los hechos. En los últimos meses, ha de admitirse, ha hecho declaraciones reveladoras de haber comprendido que los productores agropecuarios son acreedores al respeto y la consideración que faltaron sobre todo en la crisis de 2008.

Pero resulta esencial que la principal autoridad del país se decida a ajustar lo que dice de un tiempo a esta parte en las tribunas, con las políticas centrales destinadas a gravitar de verdad en la vida agropecuaria.

El campo ha debido sobreponerse a las consecuencias de los modelos estatistas por los cuales el país no ha hecho más que retroceder en relación con el mundo desde los años cuarenta: tanto en la creación de riqueza como en el aumento de la corrupción y falta de transparencia en las decisiones públicas. Pese a eso, no ha hecho más que tonificar su marcha para beneficio de todos.

Una de las razones fundamentales para eso acaso haya sido, como se expresó durante la entrega de los premios a la innovación y la excelencia, que el campo ha actuado bajo los estímulos de un pensamiento crítico, indoblegable a las propagandas oficiales y a la repetición automática de modelos rutinarios y conservadores alentados por burocracias que no han hecho más que crecer desmedidamente.

La prueba contundente está dada por todo lo que aporta en calidad al interés general del país el conjunto de sus 31 cadenas agroalimentarias y agroindustriales, que generan en forma directa más del 20% del PBI, el 36% del empleo total, el 44% de la recaudación tributaria, el 45% del valor agregado y de la producción de bienes y el 56% de las exportaciones.

El sector rural ha asumido riesgos y ha innovado en la buena dirección de que informan los resultados. Reducir éstos a la significación de la soja ha sido de una ceguera que explica las dificultades habidas para encontrar políticas agropecuarias correctas. La fiesta en la cual se premió la excelencia agropecuaria, al exponer al conocimiento general la multiplicidad de emprendimientos ejemplares en las más diversas disciplinas del campo, ha enseñado, en cambio, un universo real de progresos.

Allí debería abrevarse para alcanzar en otros órdenes una emulación que podría hacer de éste un país mejor.