Por qué tanta ayuda no frena el hambre en África
Pese a los incontables millones de dólares en ayuda al desarrollo inyectados en las décadas pasadas, la creciente población del Cuerno de África vuelve a experimentar una masiva escasez de alimentos.
Etiopía, por ejemplo, ha registrado un crecimiento poblacional que pasó de 31 millones en 1973 a los más de 80 millones actuales, según el Banco Mundial. Todo ello pese a su historia de sequías, hambre, enfermedades y guerra.
"La pobreza genera crecimiento en la población", señala Adam Rogers, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La sequía es la causa inmediata de la última crisis, pues ha provocado la destrucción de granjas y que los precios estén por las nubes. Pero los períodos de sequía en Occidente no provocan las mismas catástrofes humanitarias. En Somalia y Etiopía sequía es sinónimo de pena de muerte, de nuevo porque no se hace todo lo suficiente por incrementar el suministro de alimentos y mejorar las perspectivas económicas.
"Muchas organizaciones humanitarias llevan aquí cuatro décadas, 40 años haciendo el mismo trabajo. No pueden decir que son útiles", critica la periodista holandesa Linda Polman, autora del libro "Juegos de guerra, la historia de la ayuda y la guerra en la actualidad". Según Polman, a menudo la ayuda sirve sólo "para mantener viva a la gente".
También las Naciones Unidas están de acuerdo en que el cambio climático no puede ser la única causa de esta grave crisis, que situó a más de 12 millones de personas al borde de la hambruna. "Necesitamos que la ayuda humanitaria se vincule más con la reconstrucción y el desarrollo. No sólo nosotros, en la ONU, sino todo la comunidad que envía ayuda", admite Hafedh Chekir, del Fondo de Población de la ONU. A menudo, señala Chekir, la ayuda de emergencia no se ve respaldada por proyectos a largo plazo que resuelvan los problemas esenciales. Por ejemplo, en las regiones más golpeadas por la escasez actual de alimentos, muchas niñas se casan demasiado jóvenes y sin ningún tipo de planificación familiar, apunta.
Así, hay amplias generaciones que carecen de una formación y trabajo de calidad. Y un desarrollo pobre supone que las granjas no produzcan suficiente comida. En todo el Cuerno de África, la falta de miras ha tenido nefastas consecuencias que a su vez demandan más ayuda de emergencia, como un círculo vicioso.
"Pero uno no puede decir que se permita que más niños mueran hasta que haya desarrollo", argumenta Rogers. Aunque un gobierno fallido signifique que los ciudadanos sufren.
Para Luca Alinovi, "el peor caso es Somalia". El director de la misión de la FAO en este país que ha estado 20 años sumido en una guerra civil sostiene que la ausencia de un gobierno central hace que la inversión en agricultura sea mínima. Aunque también en otros países de la región podría haberse evitado la escasez de alimentos. "Los lugares que más sufren en estos países son también en los que menos se invierte en agricultura", afirma Alinovi. Así, la situación en Etiopía es relativamente mejor porque ha invertido en agua y alimentos, aprendiendo de su angustioso pasado, mientras que las mujeres de las zonas rurales hacen una mayor planificación familiar.
Cuando la población crece, los países deben producir más alimentos o importarlos. Pero Alinovi advierte de los riesgos de confiar únicamente en la ayuda humanitaria o las importaciones: los mercados mundiales de alimentos son inestables y con frecuencia los precios aumentan. Al mismo tiempo, los presupuestos para la ayuda humanitaria también se revisan constantemente en los países occidentales afectados por la crisis económica. Y las limosnas de afuera dañan los mercados domésticos.
El círculo vicioso podría tornar en positivo si los países en desarrollo y las naciones donantes invirtieran en fortalecer las instituciones estatales en lugar de poner parches a las emergencias humanitarias. Así se conseguiría una mejora simultánea de servicios sanitarios, planificación agrícola y educación, sostienen los expertos. Chekir apunta como ejemplo la formación de las madres jóvenes. "Si mejoramos el acceso a la higiene maternal y reproductiva, mejoraremos también el acceso a la planificación familiar", señala.
Y es más probable que esto suceda si las niñas tienen una educación de calidad que las informa de sus posibilidades y retrasa su edad de matrimonio. "Pero hay muchas limitaciones", dice Chekir, apuntando que se trata de un asunto delicado.
Según Polman, hay grupos religiosos –tanto entre donantes occidentales como entre receptores– que se oponen a una aplicación seria de programas de planificación familiar. Y las preocupaciones de países africanos sobre la implicación extranjera en sus asuntos más íntimos, como la reproducción, también genera tensiones políticas.
Con todo, se está avanzando, afirma Chekir. Como en Marruecos, un país mayoritariamente musulmán, donde el gobierno está desarrollando programas integrales de sanidad en la maternidad. Y espera que el país norteafricano sea un ejemplo a seguir, no una excepción.