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¿Por qué debería importar que a Jorge Sampaoli no le guste Mauricio Macri?

La reunión en la última semana entre el DT del seleccionado y el presidente de la Nación generó muchos disparadores, de un lado y del otro.

Por Sebastián Fest para La Nación

Referente ético de un fútbol que tantas veces falla en ese aspecto, hay ocasiones en las que Marcelo Bielsa también se equivoca. Aquel paso suyo por Chile cambió probablemente para siempre la historia de un fútbol que se nutría del complejo y la rabia y hoy combina confianza y talento para llegar al éxito. Y es en buena parte gracias a Bielsa que la selección de Juan Antonio Pizzi debuta hoy en la Copa Confederaciones de Rusia ante Camerún como representante de Sudamérica.

Sí, Bielsa acertó como nadie lo había hecho antes en el fútbol chileno, pero pecó por inflexible, en este caso fuera del campo de juego. Un pecado parecido al de su discípulo Jorge Sampaoli, al que Bielsa había elogiado precisamente por lo opuesto, por ser más flexible que él.

La historia fue contada años atrás por Harold Mayne-Nicholls, ex jefe del fútbol chileno y el hombre que llevó a Bielsa a la selección.

Sebastián Piñera, por entonces presidente chileno, visitó el complejo de Pinto Durán (el Ezeiza trasandino) para felicitar a la selección por su clasificación para Sudáfrica 2010. Piñera se obsesionó con patearle un penal a Claudio Bravo y el sudor frío comenzó a correr por la espalda de Mayne-Nicholls: el dirigente sabía que ese tipo de situaciones le generan alergia a Bielsa. Mayne-Nicholls buscó todo tipo de excusas, le dijo al presidente que el piso estaba mojado y resbaloso, que con la suela lisa de sus zapatos rompería el césped. No hubo caso, con cada explicación más crecía el deseo de Piñera de probarse ante Bravo, con cada insistencia del presidente más subía la temperatura de Bielsa.

Hasta que, como en tantos órdenes de la vida, fue una mujer la que puso orden. "¡Sebastián, haz caso!", le dijo la primera dama al presidente. Y Piñera hizo caso.

Meses después, tras el Mundial, Bielsa evitó saludar a Piñera al ingresar al Palacio de La Moneda, y minutos después le tendió la mano sin dejar de caminar y sin mirarlo. Luego se explicaría: "Un presidente, cuando invita públicamente, desde mi humilde punto de vista, convierte la invitación en una obligación, u obliga al que recibió la invitación a actuar descortesmente si elige rechazar la invitación".

El problema de Bielsa fue, en todo caso, que se quedó a mitad de camino: aceptó la invitación, pero estuvo lejos de ser cortés con alguien que, le gustase o no, había sido votado por una mayoría del pueblo chileno, del que era en ese momento su máximo representante. Es el peligro de mezclar fútbol y política, algo que volvió a ser evidente el viernes con la visita de Sampaoli a la Quinta de Olivos, invitado por el presidente Mauricio Macri.

No se paseó por la concentración de Ezeiza ni intentó patearle un penal a Sergio Romero: Macri sólo se obsesionó con aquel gol suyo de tiro libre que guarda en el celular y que muestra cada vez que puede. Al presidente chino, Xi Jinping, en Pekín y, por qué no, a Sampaoli en Buenos Aires.

El nuevo técnico de la selección hizo saber a través de su equipo de prensa que fue a Olivos por "obligación protocolar", toda una diferencia con el comunicado de la AFA, que hablaba de "visita protocolar". Luego, en conversación con la nacion, sus responsables de prensa se extendieron en qué se quiso decir con "obligación": "Jorge había pedido que no hubiera fotos, pero no por una cuestión de Macri o de Cristina, sino por el perfil que él tiene; por ejemplo, él no es de hacer alarde si va a ver a [Pato] Fontanet. Y tampoco lo quería por la situación que se está viviendo en la eliminatoria. No quería un show del regalo de camiseta, un montaje nacionalista. No quería venta de humo. Supongo que con otro presidente habría pasado lo mismo. De hecho, cuando se festejó la Copa América, lo invitó [Michelle] Bachelet y él no fue, y con ella tiene más afinidad ideológica. Incluso nunca se reunió con nadie del kirchnerismo. Jorge no quería que fuera usada su imagen. No queremos ser usados. Y no nos sentimos usados".

Es buena la aclaración final, porque el término "obligación" había llamado la atención el viernes. Casi tan llamativo como la comparación entre Fontanet y Macri.

Cualquier técnico de la selección debería tener claras dos cosas: lo eligen un puñado de dirigentes pero encarna, a un nivel de intensidad sólo comparable con la de un presidente, las esperanzas de todo un país. Sampaoli es transversal: en él creen hoy votantes del macrismo, el kirchnerismo, el radicalismo, el massismo, el Partido Obrero y un largo etcétera.

Macri no es transversal, pero a él lo votaron 12.997.937 argentinos. Al igual que Cristina Kirchner o cualquier presidente democrático, Macri es mucho más que Macri. Es la máxima representación del Estado. Nada menos.

Que Sampaoli tenga prevención ante un "montaje nacionalista" es también llamativo, porque pocos discursos son más nacionalistas que el que lanzó en la conferencia de prensa del día que asumió.

¿Macri le cae mal a Sampaoli? La verdad. no debería importar, no debería importarnos. Y mucho menos el técnico decirlo, porque lo que se espera de él es que clasifique a la selección a Rusia 2018 y, después, gane ese Mundial. Nada menos.

A Macri le gusta el fútbol y sabe de fútbol. No debería ser un asunto menor para cualquier entrenador de la selección del deporte que obsesiona a los argentinos. Es algo que un seleccionador podría incluso aprovechar a favor del fútbol.

¿La foto de Macri charlando con Sampaoli implica un aprovechamiento político de la reunión? Nadie imaginaba al hombre de Casilda como arma tan influyente de cara a las elecciones que se vienen. Quizás sería más lógico pensar que en un país normal es eso, normal, que el presidente de la Nación se reúna con personas que son clave en la vida pública del país. Y Sampaoli lo es.

Si el presidente invita, lo lógico es ir. Por respeto al pueblo que votó y a la autoridad que encarna.

Pero si eso no es posible, si pese a todo una charla social se convierte en espinosa "obligación protocolar", si estar con el presidente y hablarle con sinceridad es una carga (¡cuántos ciudadanos querrían poder hacerlo!), siempre hay una solución: agradecer y no ir. Mucho mejor que quedarse a mitad de camino.

Los Sampaoli de hoy tienen, en definitiva, la suerte de poder decir "no", privilegio del que no disponían César Luis Menotti y su cuerpo técnico cuando Jorge Videla, Emilio Massera y (¡!) Henry Kissinger entraron al vestuario de la Argentina antes del 6-0 a Perú en 1978.