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¿Por qué castigar a la energía nuclear?

*Por Daniel Muchnik. Entre las campañas publicitarias insistentes de las asociaciones ecologistas, la calamidad sufrida en Japón con la rotura del reactor de Fukushima Daiichi y los añejos temores, mitos, versiones y exageraciones la energía nuclear, que vivía horas de auge mundial, ha sido puesta en el banquillo de los acusados.

Sin escuchar a los expertos, sin solicitar la opinión de los conocedores de los distintos sistemas de generación de electricidad y, para peor, sin infraestructura de reemplazo. Innumerables planes de inauguración de nuevas plantas, en especial en Europa, fueron clausurados. Gobernantes y políticos se han dejado llevar por el pánico. O algo funcionaba mal antes o, por el contrario, el mundo no sabe qué estrategia desarrollar y con el miedo no se avanza ni se superan los problemas. Por lo tanto: este asunto es grave.

El problema es el siguiente: el mundo se sigue moviendo, la producción general, que requiere de energía barata y en gran cantidad, debe continuar, las economías no pueden detenerse, las grandes ciudades y los pequeños poblados deben estar iluminados. La gente tiene que alimentarse, vertirse, trabajar, usar transportes para superar largas distancias, enfrentar los vaivenes del clima.

Nada ni nadie puede quedar en la oscuridad. Eso no es nada: el tremendo desastre que infligió la naturaleza en Japón ha hecho detener los barcos de carga en el Pacífico, hay incertidumbre en varios mercados, numerosos comercios de artículos europeos y norteamericanos levantaron campamento en Tokio y en otras ciudades. La contaminación es una de las palabras más usadas, en todos los idiomas. Y, como si fuera poco, los problemas se han ido sumando, acrecentando la incertidumbre global: la deuda europea, la caída financiera de los países del Mediterráneo, las flaquezas económicas de los Estados Unidos y de su moneda y el malestar popular en el mundo árabe, más la guerra interior en Libia y la intervención de las Naciones Unidas, el mayor precio del petróleo por retracción de los abastecedores o por especulación. No son tiempos felices. Ni previsibles, ni serenos.

La energía nuclear o su “revival” después de superar el shock de Chernobyl y el accidente de Three Mile Island fue aceptada por casi todos los países, quienes le dieron una calurosa bienvenida. La construcción de las plantas no era costosa, evitaban ensuciar el medio ambiente, impedían el calentamiento global, rompían la dependencia histórica de los combustibles fósiles y la electricidad era segura y sin emisiones.

Sólo dos países, los más habitados del planeta, le dieron la espalda al pánico paralizante, China y la India. No es para menos: el 50 por ciento de la población de la India no puede acceder a la electricidad y son 1.200 millones el total de sus habitantes. Antes del terremoto y tsunami sobre Japón se computaban 443 reactores nucleares en el mundo y los planes que se disponía era de duplicar esa cifra. Sólo en China hay 11 reactores y se sabe que se construirán 10 reactores nuevos por año, a lo largo de la década que estamos viviendo.

En Japón todavía no se han pronunciado pero no descartan continuar levantando plantas nucleares con mejores sistemas de protección antisísmica, aunque bien se sabe que la naturaleza y el movimiento de las placas y la reacción del océano es imposible de prever. Habrá que evaluar en calma y sin presiones qué hacer en la Tierra de ahora en más. Sabiendo que todo lo que habita en ella enfrenta riesgos. También es peligroso explotar las minas de carbón y extraer petróleo de las entrañas del mar.